Líderes inspiradores, líderes de sentido

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¿Qué hace que unos seres humanos sigan a otros? ¿Qué tienen esas personas que llamamos líderes? En el mundo de la empresa y en el resto de ámbitos de la vida hay quienes saben dónde ir y son capaces de aunar voluntades y sueños en la consecución del bien común. ¿Qué es lo que les caracteriza?

El liderazgo es un fenómeno en el que vive una fascinante paradoja: pese a que los entornos son cambiantes y la manera de generar progreso evoluciona, las características de los grandes líderes parecen siempre las mismas. Sin embargo, cada vez tenemos más ciencia disponible para profundizar en sus rasgos distintivos y explicar lo que, en el fondo, hace que muchas personas les sigan.

Solo recientemente estamos comenzando a darnos cuenta de una realidad aparentemente sencilla y es que, si la búsqueda de sentido es una aspiración esencial y natural en el ser humano, quienes tengan la habilidad de aportar sentido a las vidas de otras personas tendrán una mayor capacidad de liderarlas. Esos son los líderes inspiradores.

Los grandes líderes son capaces de conectar las creencias y mapas de vida de otros individuos en un sentido de mayor envergadura, en una visión cohesiva y amplia en la que puedan crecer y autorrealizarse.

El liderazgo inspirador es la capacidad de transportar el sentido que hay en el alma de las organizaciones, el que alienta su energía y da vida a su razón de ser, al corazón de las personas, donde habita el sentido que dan a su existencia. Los grandes líderes son líderes inspiradores: son líderes de sentido.

Liderazgo inspirador: la nueva clave de la función directiva.

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Ningún modelo ha conseguido hasta el momento explicar de modo completo y profundo qué es el liderazgo. Y posiblemente esto siga siendo así siempre, porque aunque el hecho de que unas personas sigan a otras parece simple, en realidad se trata de una habilidad ciertamente compleja. Liderar es poseer visión, es leer la realidad de una manera ecuánime, y desde luego es poseer la habilidad para desarrollar a otros. A estas y otras habilidades últimamente se ha sumado la capacidad para inspirar.

En 2012 IBM realizó un amplio estudio en más de 60 países para concluir que la capacidad de inspirar a otros es una de las habilidades clave del liderazgo. Un año después, un estudio realizado evaluando a unos 50.000 líderes, publicado en Harvard Business Review, confirmaba este hallazgo: la capacidad para inspirar es la que las personas más a menudo mencionan cuando se les pregunta qué competencia les gustaría que tuviera quien les dirige. Los autores del estudio encontraron también que el liderazgo inspirador crea los mayores índices de implicación y compromiso en el equipo.

Que la inspiración es un fenómeno que nos hace sentir bien es un hecho que no necesita demostración, y solo ese dato debería ser suficiente como para que los directivos la promuevan en sus equipos. Pero esa importante ventaja no es la única que el liderazgo inspirador aporta al mundo de las organizaciones, pues la ciencia muestra que cuando una persona está inspirada su índice de productividad aumenta significativamente.

Sin embargo, el elemento clave del liderazgo inspirador va mucho más allá del bienestar o de la productividad: los líderes realmente inspiradores aportan sentido a la vida de los profesionales que trabajan a su lado. Sienten que su vida tiene un significado y un propósito, y eso contribuye a su autorrealización: un factor humano sin rival como motor de la motivación y el desarrollo personal.

Marca personal, inspiración y atrevimiento: el enlace nunca sospechado

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Estamos acostumbrados a ver la realidad en polaridades, una de las cuales está definida por lo moderno en un extremo y lo clásico en el otro. Así, la marca personal pertenece a la constelación de significados actuales e innovadores, mientras que la inspiración tiende a relacionarse con la antigüedad y con lo ancestral. Sin embargo, como en la mayoría de conexiones cruzadas interesantes, hay un arco temporal y conceptual que insospechadamente enlaza ambos términos.

La inspiración es un fenómeno repentino y fugaz. De súbito y sin previo aviso una serie de ideas se nos aparecen como algo nuevo, como la solución a un problema o como algo extraordinariamente motivador. Sin embargo, uno de los aspectos que rara vez se menciona en este extraordinario suceso es que es profundamente subjetivo. Es decir, es algo que está relacionado con nosotros mismos, con la forma en la que vemos la vida y con el sentido último que buscamos en ella. No todo inspira por igual a todo el mundo.

La marca personal, por otro lado, es la manera que tenemos de presentarnos, sobre todo en el mundo profesional. Y obviamente nace de lo que somos, de lo que sabemos hacer o de lo que esperamos aportar al mercado.

El asunto clave está en que, mientras algunas personas ven una relación evidente entre aquello que les inspira y lo que quieren decir al mundo a través de su marca personal, otras tienden a definir la suya dependiendo más bien de lo que el mercado parece priorizar o demandar.

Y aquí viene la cuestión del atrevimiento: atreverse, en este caso, tiene que ver con escuchar los dictados de la inspiración, porque nacen de nuestra subjetividad, que no es otra cosa que lo que en el fondo somos, dentro de lo cual está también lo que somos profesionalmente.

Atreverse significa entonces coleccionar inspiraciones para dar forma a nuestra marca personal, porque solo así será verdaderamente personal. Y solo así será una marca: algo nítidamente diferenciable del resto de propuestas de valor que habitan el mercado. Ese ancestral ser uno mismo que tantas veces repetimos, pero al que no siempre somos fieles quiere decir, también, escuchar nuestros momentos de inspiración para dar forma a la manera en que nos presentamos en la arena profesional.

Inspiración: la fuerza que impulsa nuestra productividad

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Hay pocas vivencias humanas que influyan tanto en la productividad como la inspiración. Frente a esa frustrante sensación de verse frente a una pantalla vacía sin una idea para un proyecto, para una presentación o para un slogan, existe otra muy diferente. Esa en la que de súbito una chispa de inspiración acude a nuestra conciencia y, de repente, como si una fuerza exterior nos impulsara, producimos casi sin esfuerzo una serie de ideas que sentimos tan nuestras como respirar.

La fuerza impulsora de la inspiración ha quedado evidenciada en innumerables testimonios de personajes célebres. Así, por ejemplo, Oliver Sacks contaba que cuando estaba inspirado podía llegar a escribir hasta treinta y seis horas seguidas. Handel escribió El Mesías en cinco semanas, y Jack Kerouac escribió On the road, la novela nuclear de su carrera, en tan solo tres. Estos son solo algunos ejemplos de personas que han logrado un incremento excepcional de su productividad solo por el hecho de que estaban inspirados.

Y es que una de las características de la inspiración es desencadenar en quien la recibe una energía vital que le empuja más allá de sus propios límites. Ese hecho, junto con el bienestar que nos proporciona estar inspirados, son los beneficios clave de este estado que legitiman su búsqueda.

Hoy se habla mucho de motivación en el puesto de trabajo, de atención plena a lo que hacemos y de qué condiciones, presumiblemente, deberían cumplir los espacios para ayudarnos a ser más productivos. Y a menudo se olvida que no hay nada que proporcione tanta energía como recibir la inspiración que buscamos.

El fascinante fenómeno de la inspiración: una de las claves de nuestro tiempo

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Resulta abrumadora la cantidad de tinta que se ha vertido sobre la innovación. Comparativamente, se ha escrito mucho menos sobre la creatividad, una competencia que, sin embargo, es esencial para aquella. Aunque, realmente, el fenómeno sobre el que, inexplicablemente, apenas hay literatura, es la inspiración. Un hecho ciertamente sorprendente, porque vivimos en una época en la que todo el mundo parece necesitarla y buscarla.

Un mensaje clave para un equipo, un enfoque para un proyecto, un argumentario de venta, un slogan para un producto, una idea innovadora, y así sucesivamente. Son infinidad las ocasiones en nuestra vida profesional, y en la personal, en las que buscamos estar inspirados. A veces, lo necesitamos incluso hasta para combinar la ropa que nos ponemos cada mañana o la que vamos a adquirir para una fiesta o evento.

De hecho, muchos de los libros que engrosan las filas de los más vendidos suelen ser descritos como inspiradores por autores, editores o críticos, respaldando la idea de nuestra necesidad de estar inspirados. A pesar de ello, no hay apenas obras que se ocupen de desentrañar el misterio de este fascinante fenómeno.

Sin embargo, con el paso del tiempo, vamos acumulando un conocimiento naciente sobre este proceso ancestral y místico, que nos hace poder describirlo e identificarlo como una cualidad humana, nítidamente diferente a otras con las que pudiera confundirse.

Así, por ejemplo, la inspiración es un fenómeno imposible de controlar: si bien se puede facilitar, no es posible que nadie provoque su propia inspiración, porque aparece cuando quiere. Por otro lado, es ciertamente efímera: cuando tenemos una idea debemos anotarla, porque si no se irá, con la misma rapidez que vino, y es posible que jamás volvamos a recuperarla.

Con todo, una de sus características más fascinantes es el poder que tiene de hacer que nos sintamos elevados, ensalzados, como si de repente nos hubiera rozado algo sublime. La incontenible fuerza de la inspiración hace que nos elevemos por encima de nuestras propias cabezas y que seamos capaces de crear cosas que jamás hubiéramos imaginado.

La inspiración nos motiva a emprender proyectos, hace que seamos más productivos, nos ayuda a construir nuestra marca personal y es una cualidad imprescindible para el liderazgo. Sin duda alguna, es una de las claves de nuestro tiempo.

Tres ideas sobre la reinvención profesional (3/3): identidad digital

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Uno de los signos de nuestro tiempo es que la identidad virtual es un fenómeno que ha venido para quedarse. No se trata de si estamos a favor de las redes sociales o no, o de si estos medios encierran más peligros que ventajas. Se trata de que, a día de hoy, en la amplia mayoría de las profesiones, la sociedad espera que cada persona tenga un reflejo virtual. Por eso al conocer a alguien lo primero que hacemos es buscar su identidad en Internet. Y por eso también cualquier reinvención profesional tiene que ir acompañada de una estrategia de huella digital que requiere esfuerzo, pero sobre todo tiempo.

Hay dos formas básicas de crear una identidad digital respecto a una nueva profesión: una es dar el salto a ese nuevo desempeño y a continuación comenzar a construir la marca personal, y el otro es comenzar ese proceso con cierta antelación. De las dos vías, claramente la segunda es la mejor. Y ello por dos motivos: el primero es que el gran problema de cualquier aportación a la empresa o a la sociedad no es la elaboración del contenido, sino la construcción de la audiencia. Y eso no se puede improvisar. El segundo es que, al anticiparse, se pueden ir lanzando pequeñas aproximaciones, iterando lo que se quiera proponer hasta que llegue a una versión que sea realmente convincente o sólida. Esta anticipación, por tanto, es parte de la experimentación necesaria en cualquier reinvención profesional.

Por tanto, una vez que realmente tengamos claro que queremos dar un salto y reinventarnos, sea de manera alternativa o paralela a lo que hasta el momento veníamos haciendo, hay que lanzarse a ensayar y comenzar progresivamente a difundir nuestra nueva identidad en los medios sociales. Reinventarse no es un proceso mental: es un proceso vivo de experimentación activa en el que la presencia digital es un elemento a tener en cuenta desde el primer momento

Tres ideas sobre la reinvención profesional (2/3): experimentación

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La reinvención profesional es fundamentalmente un proceso de descubrimiento en el cual la persona se refleja en su propia identidad para averiguar qué otros caminos puede transitar. Desde luego no solo sigue los caminos que cada uno vislumbra como posibles, sino sobre todo los deseables. Y suele tener que ver con aficiones o sueños que, de alguna manera, han estado siempre presentes en la biografía de cada individuo.

A partir de esas intuiciones presentidas, la clave fundamental de la reinvención profesional está en la acción y en la experimentación. Porque este complejo y rico proceso no se recorre mentalmente, sino desde la actividad y el ensayo.

Lo más recomendable, una vez que una persona siente que profesionalmente podría ser otra,  es comenzar a probarse rasgos de esa otra identidad, en primer lugar para comprender mejor las claves de esa otra profesión por la que se quiere transitar, pero sobre todo para constatar si realmente se tiene talento para ella.

Las vías son múltiples: realizar una ronda de entrevistas con profesionales de ese otro campo, matricularse en un curso de formación en esa disciplina, acometer un prototipo del trabajo que suelen realizar esos otros profesionales, y así sucesivamente. El único fin es probar y experimentar, y ver como uno se siente rodeado de otra terminología, de otra forma de pensar y de otro sistema de valoración del trabajo.

Son la actividad y el ensayo los que finalmente ayudarán a la persona a comprobar si realmente ha comprendido bien en qué consiste esa otra profesión y, sobre todo, si vale para ello. Es verdad que muchas veces este camino se ha recorrido antes, sobre todo en aquellas aficiones que acaban convirtiéndose en profesiones. Sin embargo, muchas veces el profesional salta sin más al vacío llevado simplemente por una intuición o un sueño. En esos casos, la probabilidad de equivocarse es alta. Por eso es mejor empezar en la acción y la experimentación.

Tres ideas sobre la reinvención profesional (1/3): no se trata de pensar

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Que el cambio es lo único estable es ya un signo de nuestro tiempo. Y en esa constante turbulencia cada vez son más los profesionales que se plantean reinventarse. En algunos casos porque llega un momento en su vida en el que se dan cuenta de que lo que están haciendo no coincide con lo que realmente querrían hacer. Y en otros porque son desvinculados de las empresas para las que trabajan, y se plantean la recolocación con una perspectiva amplia, en la que caben más desempeños que el que han estado llevando a cabo hasta el momento. Sean cuales sean estos puntos de partida, hay ciertos parámetros de la reinvención profesional que son comunes.

El primero, y quizá el más importante, es que la reinvención profesional no es, fundamentalmente, un proceso mental. Como es fácil deducir, imaginarse llevando a cabo otras tareas, al igual que imaginarse emprendiendo, es abordar el asunto de manera muy poco realista. Más veces que menos, lo que pensamos sobre otras profesiones, sobre todo aquellas con las que siempre hemos soñado, son conjeturas que poco tienen que ver con la realidad, o al menos con la realidad completa.

Puede ser precioso soñar con bailar como forma de vida, pero cualquier bailarín profesional hablaría sin fin del sufrimiento causado por los interminables ensayos, así como de las múltiples dolencias físicas que le acarrea su profesión. Igualmente, muchas personas sueñan con ser escritores, pero lo cierto es que pocas caen en la cuenta del esfuerzo necesario para escribir ocho horas diarias de lunes a viernes, que es lo que hacen la mayoría de los escritores que realmente tienen éxito. Igualmente, puede sonar tentador dejar de tener jefe y crear una empresa propia, pero cualquier emprendedor hablaría también interminablemente de las horas del día y de la noche imprescindibles para poner en marcha una empresa, por no hablar de la constante inquietud por conseguir una facturación que asegure la estabilidad.

Pensar o soñar con ser otro profesional no es, definitivamente, el camino para llegar a ello. Porque sobre el papel y en la imaginación todo es posible. Y porque cuando deseamos ser algo con vehemencia tendemos a imaginar solamente las características positivas de eso que soñamos, olvidando la cara menos agradable. Para incursionar en otra profesión, tanto más cuanto más esté alejada de lo que somos hoy, hay que tener una perspectiva realista sobre ella. Y eso no se logra pensando. Se logra haciendo.

La creatividad como base de la innovación

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Tras años de cultura de la innovación sigue sorprendiendo por qué tan a menudo este término continúa sobresaliendo por encima de aquel que le infunde valor, que es la creatividad. Una de las maneras más sencillas de contemplar el ciclo de la innovación es el que contempla solo tres pasos: la generación de una idea, que a continuación es convertida en valor para el cliente, que a su vez es finalmente transformado en un resultado económico positivo. La literatura empresarial ha generado gran cantidad de material sobre los dos últimos pasos, pero no tanto sobre el primero.

El proceso según el cual una idea se convierte en valor para el cliente es a través de la creación de un modelo de negocio, es decir, una manera –teórica- de generar ingresos. Partiendo de un producto mínimo viable, esta hipótesis es testada e iterada cuantas veces sea necesaria, hasta que se tiene la versión definitiva. A partir de ahí, convertir valor en resultado es una combinación de gestión y procesos de marketing y ventas.

Sin embargo, se dice muy poco acerca de la primera fase, es decir, de cómo generar ideas. En muchos casos lo que se ha conseguido es realizar concursos de ideas dentro de las empresa, o bien buscar estas ideas fuera de la organización, a través de observadores, aceleradoras y otros modelos. En otros casos se ha intentado la generación de ideas a través de sesiones internas a la compañía, sobre todo a través de design thinking.

Con todo, y a pesar del aparente avance de estos métodos, el gran reto sigue siendo reivindicar la creatividad como fuente de la innovación, investigar más y mejor acerca de cómo se produce y, desde luego, capilarizar a través de toda la organización un principio tan simple como contundente: a medio plazo, aquellas empresas cuyos equipos no posean mayoritariamente una actitud creativa verán limitado o imposibilitado su crecimiento, e incluso puede que su subsistencia. 

La creatividad es una práctica, no un talento

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Hemos vivido siglos impresionados por genios creativos que, en el arte, en la ciencia y en la tecnología, han realizado propuestas nuevas y originales haciendo evolucionar la cultura y la sociedad. Y hemos estudiado durante décadas a esos personajes, intentando desentrañar el origen de su genio, para conocerlo mejor y también para poder aprender de ellos. Sin embargo, la fascinación del ser humano por el talento innato ha empañado siempre una verdad tan obvia como inconveniente, y es que la creatividad no es un talento ni una habilidad, y desde luego no es un rasgo de la personalidad: es simplemente una competencia que se desarrolla con la práctica. 

En una abrumadora mayoría de los casos, ni los cuadros que han trascendido el paso del tiempo, ni las novelas que han cruzado fronteras, ni mucho menos la tecnología que hace más fácil nuestras vidas, se han originado de la noche a la mañana. Y si bien todos tenemos más o menos interiorizados lugares comunes como que el genio es un uno por ciento inspiración y el resto transpiración, que decía Edison, no parece que acabe de cuajar del todo la idea de que para ser original hay que ponerse manos a la obra. 

Evidentemente, y como en la mayoría de aspectos de la vida humana, el ingrediente fundamental de esta competencia es actitudinal. Para ser creativo, el componente básico es el deseo de serlo, la idea de que cualquier persona puede ser más creativa si se lo propone.