Cómo matar la creatividad.

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En los años 80 un polifacético profesional recogió en una lista nada menos que 50 frases que había oído aquí y allá, cuyo denominador común es que tienen el efecto de aniquilar la creatividad. Quizá su mayor atractivo radica en que no son sentencias nuevas ni originales, sino que más bien son frases que cualquier profesional ha oído en reuniones de todo tipo, particularmente en aquellas en las que se intenta promover la génesis de nuevas ideas. De manera nada sorprendente, uno de los mayores frenos a la creatividad somos nosotros mismos.

Es una delicia leer las frases, sobre todo porque se saca la clara conclusión de que los frenos a la creatividad son universales. Entre ellos, están los que destacan la parte más inmovilista de las organizaciones, puesta en boca de esas personas para las que lo conocido, bueno o malo, siempre es mejor que lo que queda por conocer. Pertenecen a este grupo frases conformistas como “siempre lo hemos hecho de esta manera”, o bien el primer mandamiento del inmovilismo: “si no está roto no hay que arreglarlo.” También, como es natural, hay otro grupo siempre preocupado o atemorizado por los números. Quizá profesionales que no se dan cuenta de que no todo puede traducirse a cifras. Aquí estarían frases adivinatorias como “perderíamos dinero a largo plazo”, o el rotundo y asfixiante “no está en el presupuesto”. Otra categoría, no menos dañina, está formada por aquellos que nunca acaban de tener nada claro y siempre piensan que la solución está en una mayor reflexión. Así por ejemplo tenemos el simple pero indefinido “vamos a pensarlo mejor”, o el temido “formemos un comité”, antesala de todas las ideas que finalmente acaban muriendo, trituradas por procesos y procedimientos soporíferos y carentes de rumbo.

Con todo, quizá la sentencia más letal y rocambolesca, porque crea una completa contradicción con cualquier intento de promover ideas nuevas, sea “nunca se ha intentado”. Quienes pronuncian esta frase acaso no caen en la cuenta es que si se quiere estimular el pensamiento innovador, es precisamente con el fin de hacer lo que nunca se ha hecho. Frase tremenda esta que, combinada con “es un cambio demasiado radical”, exterminarán, de golpe y sin tortura, cualquier oportunidad de transitar por una vía auténticamente fresca y diferente.

¿Por qué no somos más creativos?

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Una pregunta que a menudo gravita en las sesiones de ideación es por qué no somos más creativos. Es como si la necesidad de seguir la estrategia de la organización chocara con la necesidad que tiene de generar ideas. Evidentemente una de las respuestas a esta pregunta es que a muy pocos profesionales en su etapa de formación inicial, e incluso en las que vinieron después, les han entrenado para ser creativos. Sin embargo, hay otra explicación que tiene que ver no tanto con el mundo de las organizaciones, sino más bien con la manera en que los seres humanos estamos hechos.

Es altamente probable que la primera y más importante función del cerebro sea la predicción del futuro. En esto el ser humano se diferencia de manera significativa de los animales. Incluso los grandes simios no son capaces de anticiparse a lo que va a ocurrir más allá de unos minutos. Pero las personas pueden imaginar el mañana, y en el mañana de mañana, a veces con gran precisión. Lógicamente, para que esa predicción tenga éxito, es fundamental la observación del entorno y la creación de patrones sobre lo que ocurre. Observando cuándo algo se sale del patrón, los primeros homínidos empezaron a predecir el futuro: si aparecían nubes en un cielo despejado, era probable que lloviera. De la misma manera, el humo sobre las copas de los árboles informaba del fuego y de un posible incendio del que habría que escapar.

Y así es que buena parte de nuestra conducta está basada en la contrastación entre lo que ocurre y lo que debería ocurrir, según nuestros patrones. El gran problema es que ese sistema es muy útil para la predicción y la supervivencia, pero poco apto para la creatividad: si todo el tiempo estamos estimando en lo que con toda probabilidad va a ocurrir, es por definición imposible que simultáneamente estemos pensando en lo que no va a ocurrir. En lo inesperado, en lo que se sale del guion. Si un lapicero rueda hasta el final de la mesa anticipamos que se caerá, y si un pájaro extiende sus alas vaticinamos que echará a volar. Sería muy desconcertante para nuestro cerebro que el pájaro se estrellase contra el suelo, como si fuera una figura de madera, o que el lapicero echase a volar. El asunto está en que la gente que piensa que los lápices vuelan es precisamente la gente creativa.

De igual manera, posiblemente por una cuestión de ahorro de energía, una vez que el cerebro descubre una manera de hacer algo, por ejemplo preparar el desayuno o la ruta más cómoda desde casa al trabajo, no busca alternativas. Si cada vez que preparamos un café tuviéramos que hacerlo de manera diferente, o si tuviéramos que escoger una forma distinta de ir a trabajar, estaríamos agotados todo el día. La cuestión, de nuevo, es que las personas creativas son precisamente las que están constantemente pensando nuevas formas de hacer las cosas.

Estas y otras muchas características de las personas nos dicen que no estamos construidos para la creatividad, posiblemente porque en la prehistoria era más necesario comer o luchar que ingeniar. Y pese a que el mundo ha cambiado mucho, nuestro cerebro es esencialmente el mismo. En otras palabras, no somos más creativos porque nuestro cerebro está desactualizado. Afortunadamente, los recientes descubrimientos sobre neuroplasticidad nos dicen que todo puede cambiar siempre que el entorno siga necesitando de nosotros la capacidad de crear cosas nuevas, cosa que muy probablemente ocurrirá.

Pero, ¿qué es exactamente la creatividad?

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Décadas hablando de creatividad, y últimamente de innovación, y sigue sorprendiendo la frecuencia con la que este término se mezcla, confunde o contamina con otros que, aún formando parte de su constelación de significados, son diferentes. Ni la creatividad se circunscribe únicamente al mundo del arte, ni tiene necesariamente que ver con la expresión emocional o con la necesidad de manifestar el mundo interior de las personas. La creatividad, por otro lado, tampoco es un universo oculto ni misterioso.

Una manera breve y práctica de definir lo que es creatividad es decir que es el proceso mediante el cual se combinan elementos conocidos para originar nuevas configuraciones que resuelvan problemas o necesidades. Lo que esta definición pone de manifiesto, en primer lugar, es que la creatividad no es una capacidad, ni necesariamente un talento, sino un proceso. Es decir, una técnica, un oficio o una forma de trabajar.

Lo segundo que esta definición resalta es que nadie tiene la capacidad de crear cosas completamente nuevas. El trabajo creativo es fundamentalmente una tarea de combinación, de mezcla o de reconfiguración. Es decir, de lo que se trata es de alterar o mezclar lo conocido para crear lo nuevo.

Lo último que es importante para definir este fenómeno es que el trabajo creativo lo es si realmente resuelve problemas o necesidades. En otras palabras, el resultado de la creatividad tiene que encajar dentro de un contexto. En la mayoría de los casos ese contexto está planteado por una dificultad a la que la creatividad pone fin. En otros, cuando se trata de arte, lo que hace la creatividad es resolver la necesidad del artista de expresarse. Pero en todos los casos el resultado de un trabajo creativo es una pieza que encaja dentro de un puzle previamente existente.

Desde esta perspectiva se entiende perfectamente que la creatividad es algo más cotidiano de lo que mucha gente cree y que puede existir en cualquier área del conocimiento o del arte. Y por supuesto, que es algo que se puede aprender.

Saber estar (5/5): construir una relación

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El mundo profesional y el mundo personal en realidad no están tan lejos. Fuera de unos pocos convencionalismos que tienen que ver con el atuendo, el vocabulario y algún ritual que otro, tanto a un lado como al otro de la frontera que separa ambas esferas lo único que hay son personas que viven vidas. Personas que tienen pensamientos y emociones y que se relacionan con otras. Y esas relaciones, en el fondo, siguen los mismos principios tanto en el ámbito profesional como en el personal. 

Hoy, más que nunca, las relaciones importan. Y las relaciones de verdad, incluso las profesionales, solo se construyen a largo plazo. A menudo se observa cómo una mal entendida cultura de la marca personal o una peor comprendida concepción de la venta y los resultados hacen que los profesionales se precipiten y destruyan posibilidades cuando deberían estar construyendo relaciones. 

Así, aspectos aparentemente básicos como son la puntualidad o el cumplimiento de los compromisos, aunque sea los más simples, son frecuentemente olvidados por algunos profesionales. No empezar una relación intentando vender, escuchar a quien habla, o decir “lo siento” y “muchas gracias”, son estrategias tan simples como en ocasiones desconsideradas en el terreno profesional. 

Construir una relación es una de las habilidades imprescindibles del saber estar profesional. Y lleva tiempo. Y esfuerzo. Gran paradoja para un mercado cortoplacista que, a veces, intenta construir valor pasando por alto que los seres humanos son emocionales y, sobre todo, sociales. 

Saber estar (4/5): presencia

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Puede parecer una verdad obvia, pero para saber estar primero hay que estar. Y la presencia, la manera que tenemos los seres humanos de situarnos frente a los demás, es una de las cualidades más frecuentemente ignoradas y sin embargo más interesantes de observar y desarrollar. Hay personas que siempre se nota que están, y en el otro extremo están quienes nadie nota que faltan. Por otro lado, no solo se trata de estar presentes, sino de que los demás nos perciban como queremos que nos perciban. Ninguna de ambas habilidades resulta fácil. 

Dice Amy Cuddy que cuando conocemos a una persona los dos criterios con los que nos evalúa son la calidez y la competencia. La primera responde a la pregunta “¿confío en esta persona? y la segunda a esta otra: ¿respeto a esta persona? Ambas son las claves que conducen a una manera de estar con los otros que significa a la vez estar presentes y ser acogidos y aceptados. 

Las personas que son competentes pero son frías generalmente despiertan rechazo, celos o envidia. Quienes, al revés, son cálidos pero incompetentes pueden provocar simpatía o compasión, pero no serán fácilmente respetados en el mundo profesional. No ser ni cercano ni competente es evidentemente la peor situación de las cuatro, mientras que ser cálido y eficiente es claramente la mejor opción.  

Sin embargo, todo comienza en un acto de conciencia. En darse cuenta de que la presencia es importante, en reflexionar sobre cuál es la imagen que proyectamos a los demás y, por encima de eso, en construir la que deberíamos estar mostrando.

Saber estar (3/5): acción contextual

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De todas las habilidades que hay dentro de esa imprescindible competencia que es el saber estar una de las más relevantes, aunque también de las más complejas, es la que podríamos llamar “acción contextual”. Rodeando a cualquier tarea que implique a más de un profesional hay un contexto que es imprescindible analizar, entre otras cosas porque el criterio estrictamente técnico no es siempre el más importante. Aunque lo parezca.

Quizá el primer aspecto a tener en cuenta sea considerar las dos tramas que operan en cualquier grupo humano: la de tarea y la de afecto. Conforme la carrera de una persona avanza, tras el nivel técnico se sitúa el directivo, y tras el nivel directivo, el político. Lo que esta aparentemente sencilla progresión quiere decir es que, a medida que se alcanzan las zonas donde las organizaciones toman las decisiones más relevantes, aspectos como las influencias o las alianzas pueden llegar a ser incluso más importantes que la eficiencia o la eficacia. Desconocer u obviar este hecho sitúa a cualquier profesional en desventaja frente a quienes sí lo conocen y actúan en consecuencia.

Otro de los aspectos altamente relevantes de la acción contextual consiste en tomar conciencia de los diferentes roles que están representados en cualquier equipo. Aunque parezca obvio, no siempre es sencillo que los profesionales que se sientan a una mesa tengan claro quién es quién, qué papel representa cada uno y qué se espera de ellos. Demasiado a menudo las opiniones personales, los estados emocionales o la falta de clarificación sobre los roles profesionales dentro de un grupo interfieren en la consecución de sus fines.

Con todo, el más complicado asunto de los que rodean la acción contextual tiene que ver con algo tan sencillo como la conciencia de lo que, en el fondo, está pasando en un grupo de trabajo. Por ejemplo, con identificar cuál es el objetivo real que se intenta lograr con la suma de acciones que se están acometiendo dentro de ese equipo. O cuál es el tema del que se está hablando y el resultado esperado de esa conversación. O qué tipo de decisión se está tomando y sobre la base de qué atributos. Las presentaciones comerciales, las mesas de negociación y las reuniones de equipo están muchas veces llenas de sobreentendidos y malentendidos que dificultan el éxito.

Tanto ser conscientes de las dinámicas de afecto que rodean a las relaciones humanas, como comportarse de acuerdo al rol que cada uno representa dentro de un grupo, y desde luego ser consciente de lo que está ocurriendo en cada momento, no parecen habilidades complicadas. Sin embargo, no deben ser tan sencillas cuando se observa que, a menudo, profesionales altamente cualificados en asuntos técnicos muestran algunas carencias respecto a estas competencias. De ahí que sea imprescindible reflexionar sobre ellas y, desde luego, intentar adquirirlas.

Saber estar (2/5): la importancia de mantener el rol profesional

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Una de las dimensiones importantes de esa competencia que podría llamarse saber estar es la de adoptar de manera constante el rol profesional que se desempeña en la empresa. Una mal entendida cultura del “ser uno mismo”, o un entrenamiento profesional superficial, lleva a muchos profesionales a dejarse llevar por sus pensamientos y emociones conduciéndose exactamente como lo harían en su vida personal. Es más que evidente que la autenticidad es una aspiración natural en cualquier relación, profesional o no. Sin embargo, de la autenticidad al abandono del rol hay una larga distancia.

Así por ejemplo, el control emocional es una de las cualidades que más pueden ayudar a los profesionales a mantenerse en su rol. Ante un momento difícil, un conflicto o una situación delicada, mantener la serenidad más allá de lo que cualquiera haría en su vida personal es una clave imprescindible del saber estar. Una destreza que ha de aplicarse en la inmensa mayoría de las ocasiones con los compañeros, más aún con los proveedores, y siempre con los clientes.

De igual forma, el silencio y la observación atenta son cualidades imprescindibles del saber estar. Sobre todo en los nuevos contextos, en los que hay una mayor diversidad a todos los niveles. Cada organización y entorno tiene sus códigos, pautas y protocolos. Y muchos de ellos no son explícitos. Prestar la debida atención para captarlos y conducirse adecuadamente forma parte de esta habilidad clave que es el saber estar. Siempre será mejor callar algo conveniente que decir algo inconveniente. Y desde luego siempre será mejor el exceso de prudencia que cualquier dosis, siquiera mínima, de imprudencia.

Saber estar (1/5): una competencia esencial

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Aunque suene exagerado, los conocimientos técnicos se han convertido prácticamente en commodities. Es decir, hoy día son mercancías casi indiferenciadas. El mercado compra y vende todos los días servicios de ingeniería, abogacía, medicina o finanzas. En parte por la afortunada popularización del conocimiento, salvo un grupo muy reducido de profesionales altísimamente especializados, cada vez más la excelencia en el puesto de trabajo no deriva del conocimiento técnico, sino de las habilidades transversales.

Hoy día las competencias que conducen al éxito son, en apariencia, sencillas: comunicar bien, mantener un comportamiento ético, relacionarse adecuadamente, cumplir los compromisos, y así sucesivamente. Y ocupando un lugar destacado dentro de esas competencias se encuentra una que podríamos llamar “saber estar”. Quizá de las más importantes y tal vez de las más difíciles.

Saber estar significa poseer la capacidad de observación y adaptación suficientes para llevar a cabo las acciones pertinentes en cada momento. Sin pasarse de la raya, y sin quedarse corto. Proponiendo sin invadir. Vendiendo sin acosar. Escuchando sin interrumpir. Implica representar a la propia empresa y a sus valores por encima de los propios sin que suene hueco o impostado. Saber estar es sinónimo de demostrar confianza y de hacerse merecedor de la confianza de los demás. Es obrar en cada momento como se debe obrar. Nada más. Nada menos.

En un mundo en el que el conocimiento está al alcance de cualquiera, bien en los medios sociales o bien en la propia empresa, los profesionales que destacan son los que saben estar.

Elogio de lo inútil (4/4): el silencio para conectar con nuestro diálogo interno

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Uno de los estudios más sorprendentes e inquietantes que se han hecho últimamente mostró que muchas personas no disfrutan estando a solas con sus pensamientos. Es más, en muchos casos los participantes en el estudio preferían que les suministraran descargas eléctricas a permanecer un rato a solas. Es como si ese turbador fenómeno que ya conocemos con el nombre de infoxicación, infopolución o infobesidad, tuviera alimentada nuestra mente constantemente, y al interrumpirse el flujo de contenidos sufriéramos una suerte de síndrome de abstinencia. 

Una conclusión tan simple como útil de este hecho es que si permanentemente los dispositivos tecnológicos y medios sociales están ocupando lo único que es de verdad nuestro, que es nuestra conciencia, queda poco espacio para que podamos introducir en ella lo que de verdad importa. Por eso una de las claves en cualquier estrategia vital es conectar con nosotros mismos, con nuestro diálogo interno. Con esa voz que representa lo que somos y queremos, y que por tanto marca el rumbo hacia una mejor versión de nosotros mismos. 

Desde esta perspectiva, el silencio no es solo la ausencia de ruido, sino una metáfora de ese tiempo y de ese espacio en el que no hay nada más que nosotros mismos. Quizá por ello correr se ha puesto de moda. Porque cuando una persona corre, aún llevando auriculares en sus oídos, permanece aislada del mundo y de otras influencias. Para mucha gente correr representa ese espacio y ese tiempo. Para otras personas, lo que conecta su diálogo interno es caminar, y para muchas otras mirar el fuego de una hoguera o el batir de las olas del mar. 

La utilidad del silencio está en conectar con nosotros mismos para saber quienes somos, para averiguar hacia dónde vamos y, desde luego, para llenar nuestra conciencia de aquello que de verdad importa.

 

Elogio de lo inútil (3/4) pasear para tener ideas

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En casi todas las ciudades, más grandes o más pequeñas, hemos acabado incorporando a nuestra vida cotidiana la idea de que el camino más corto entre dos puntos es utilizar un medio de transporte. Y ya casi nunca vamos caminando a ningún sitio. Lo que ha ocurrido a continuación es que, al haber dejado de caminar como medio de cubrir la distancia entre dos lugares, hemos casi abandonado también la costumbre de caminar para cualquier otra cosa. Y con ello, hemos dejado de percibir los beneficios que tiene. Y no son solo físicos. 

Alguien escribió una vez que pasear se ha convertido en un lujo en los países llamados desarrollados. Porque para pasear hace falta tener tiempo, y entre todos hemos llegado al extraño consenso de que el tiempo es precisamente la única dimensión que nos falta. Sin embargo, caminar tiene múltiples beneficios. El primero de ellos, lógicamente, es a nivel físico, pues es una forma como cualquier otra de hacer ejercicio.  

Desde Aristóteles hasta Virginia Woolf, pasando por Hemingway, Thoreau, Nietzsche o Watt, son incontables los personajes célebres que se han valido del paseo como medio para conectar con sus ideas. Es posible que sea una consecuencia del contraste creado entre nuestro mundo interior y el paisaje que observamos, y también hay quien dice que el ejercicio en sí mismo es el que hace que seamos más creativos. Lo cierto es que es difícil que tantos artistas y científicos estén equivocados: por los motivos que sea, el caso es que perder tiempo paseando es una clave de la creatividad y, con ello, de la productividad.