Uno de los signos de nuestro tiempo es que la identidad virtual es un fenómeno que ha venido para quedarse. No se trata de si estamos a favor de las redes sociales o no, o de si estos medios encierran más peligros que ventajas. Se trata de que, a día de hoy, en la amplia mayoría de las profesiones, la sociedad espera que cada persona tenga un reflejo virtual. Por eso al conocer a alguien lo primero que hacemos es buscar su identidad en Internet. Y por eso también cualquier reinvención profesional tiene que ir acompañada de una estrategia de huella digital que requiere esfuerzo, pero sobre todo tiempo.
Hay dos formas básicas de crear una identidad digital respecto a una nueva profesión: una es dar el salto a ese nuevo desempeño y a continuación comenzar a construir la marca personal, y el otro es comenzar ese proceso con cierta antelación. De las dos vías, claramente la segunda es la mejor. Y ello por dos motivos: el primero es que el gran problema de cualquier aportación a la empresa o a la sociedad no es la elaboración del contenido, sino la construcción de la audiencia. Y eso no se puede improvisar. El segundo es que, al anticiparse, se pueden ir lanzando pequeñas aproximaciones, iterando lo que se quiera proponer hasta que llegue a una versión que sea realmente convincente o sólida. Esta anticipación, por tanto, es parte de la experimentación necesaria en cualquier reinvención profesional.
Por tanto, una vez que realmente tengamos claro que queremos dar un salto y reinventarnos, sea de manera alternativa o paralela a lo que hasta el momento veníamos haciendo, hay que lanzarse a ensayar y comenzar progresivamente a difundir nuestra nueva identidad en los medios sociales. Reinventarse no es un proceso mental: es un proceso vivo de experimentación activa en el que la presencia digital es un elemento a tener en cuenta desde el primer momento