Opinión
La sensatez que la UE aún muestra en la guerra comercial
- La UE debe dar un paso adelante en las relaciones con China sin importar la figura de EEUU
- El aumento de los precios de las importaciones alimenta la inflación y perjudica a los consumidores
- La Constitución de los Estados Unidos impide a Trump ejercer como presidente hasta 2033
Barry Eichengreen
Madrid,
La guerra comercial del presidente estadounidense Donald Trump se asemeja mucho a la guerra de las Malvinas que libró la primera ministra británica Margaret Thatcher en 1982: una de las partes despliega una fuerza masiva y la otra se modera. De los 57 países y territorios incluidos en la lista de objetivos del «Día de la Liberación» de Trump para aplicar aranceles "recíprocos", solo tres —Brasil, Canadá y China— amenazan de forma creíble con tomar represalias contra Estados Unidos. Las islas Heard y McDonald, pobladas únicamente por pingüinos, se mostraron comprensiblemente pasivas. Pero resulta más que sorprendente que tantos otros hayan aceptado la agresión estadounidense sin oponer resistencia, dadas las expectativas de represalias recíprocas.
El acuerdo de la Comisión Europea con Estados Unidos es especialmente sorprendente en este sentido. La Comisión ha aceptado el arancel base del 15% de Trump, con exenciones solo para piezas de aviones, minerales críticos y un par de artículos más. Los aranceles estadounidenses sobre el acero, el cobre y el aluminio se mantienen en el 50%. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se ha comprometido a que Europa comprará más energía estadounidense e invertirá 600.000 millones de dólares en Estados Unidos, aunque es cuestionable que tales compromisos estén realmente dentro de las competencias de la Comisión. El resultado se considera ampliamente como un signo de debilidad de la UE, y esta opinión tiene bastante fundamento. La Comisión tuvo que negociar un acuerdo en nombre de 27 países con posiciones diferentes sobre la agresividad con la que debía responder Europa. En Francia, había un apoyo considerable a la idea de que era importante plantar cara a un matón. En Alemania, por el contrario, la política estuvo determinada por las industrias automovilística y de maquinaria, desesperadas por mantener el acceso al mercado estadounidense en condiciones que, al menos, no fueran muy inferiores a las obtenidas por Japón, Corea del Sur y el Reino Unido. Estas diferencias dejaron a la Comisión con poco margen de maniobra.
Además, está el hecho de que la UE sigue dependiendo de Estados Unidos para el armamento y necesita la ayuda de este país para apoyar a Ucrania. Europa reconoce esta vulnerabilidad y está tratando de desarrollar sus capacidades de defensa y geopolíticas independientemente de Estados Unidos. Pero se necesitarán años para lograr avances sustanciales en esta dirección. Europa tampoco dispone de un punto de presión análogo al control que ejerce China sobre el refinado de tierras raras, que permite al Gobierno chino amenazar con represalias selectivas cortando el suministro de un insumo esencial para las industrias de alta tecnología estadounidenses y para el complejo industrial de defensa del país. Por último, al igual que otras economías que están contemplando cómo responder, Europa se enfrenta al problema del 'loco'. Normalmente, el argumento más sólido para tomar represalias es disuadir de nuevas agresiones. Un líder racional comprenderá que iniciar una guerra comercial, al igual que iniciar una guerra convencional, provocará un contraataque en el que su país sufrirá tanto como el de su oponente.
Pero esta estrategia solo funciona cuando los líderes son racionales. Las decisiones de Trump en materia de política comercial están claramente guiadas por una creencia irracional en los aranceles -"la palabra más hermosa del diccionario", según él— y por la perversa satisfacción que le produce castigar a sus oponentes e incluso a sus aliados, sin importarle el coste que ello suponga para los propios Estados Unidos. Los negociadores, no solo en Europa, tenían buenas razones para temer que Trump respondiera a las represalias con más represalias, lo que daría lugar a una escalada y más daños. Sin embargo, existe una opinión contraria según la cual Europa ha demostrado fortaleza, y no debilidad, en su respuesta a la guerra comercial de Trump. Responder a los aranceles con aranceles, especialmente cuando estos no tienen ningún efecto disuasorio, es simplemente una forma de dispararse en el pie económico. El aumento de los precios de las importaciones alimenta la inflación y perjudica a los consumidores, y gravar los insumos importados, como está haciendo Estados Unidos, encarece la producción nacional y la hace menos eficiente. Al mismo tiempo, la menor competencia de las importaciones fomenta la búsqueda de rentas: los productores nacionales presionarán para obtener concesiones arancelarias y harán contribuciones a las campañas electorales para conseguirlas.
Así, Europa ha demostrado su sensatez al rechazar medidas autodestructivas. Ahora debe dar un paso más ratificando su acuerdo de libre comercio con el bloque Mercosur de América Latina, consolidando sus relaciones comerciales con China y renovando su compromiso con el sistema comercial multilateral, independientemente de que Estados Unidos participe en él o no. Otra cosa que tienen en común la guerra comercial de Trump y la guerra de las Malvinas de Thatcher es su utilidad para distraer la atención de los problemas internos de sus instigadores: en el caso de Thatcher, una crisis de desempleo, y en el de Trump, las preguntas sobre el alcance de sus vínculos con el pedófilo convicto Jeffrey Epstein, que se ahorcó mientras esperaba el juicio por cargos federales de tráfico sexual. Ayudada por su victoria en el Atlántico Sur, Thatcher reinó durante ocho años más. La Constitución de los Estados Unidos impide a Trump ejercer como presidente hasta 2033. O eso es lo que nos hacen creer.