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Fertilizantes industriales: un arma frente al cambio climático

Además de ser imprescindibles para alimentar a la creciente población mundial, los fertilizantes industriales permiten capturar más CO2 en las plantas y en el suelo que los fertilizantes naturales; también evitan la contaminación causada por los procesos de descomposición orgánica tradicional

Paloma Pérez, secretaria general de la Asociación Nacional de Fabricantes de Fertilizantes, comenta con cierta desazón que en la sociedad moderna nadie se extraña de que los bebés consuman alimentos industriales, pero que hay una corriente de opinión que considera inapropiado emplear fertilizantes obtenidos industrialmente para aportar nutrientes a las futuras cosechas.

Carlos Palomar, presidente de la Plataforma Tecnológica de Agricultura Sostenible, insiste en que todo el mundo sabe que un teléfono móvil es tecnología, pero que la mayoría no dice lo mismo de un tomate, cuando también es un producto del que no podríamos disfrutar sin la ciencia moderna.

El rechazo a la agricultura industrial tiene su origen en las malas prácticas, de las que hay pocos ejemplos mejores que el abuso de fertilizantes. Éste genera contaminación por exceso de nutrientes, como ocurre en numerosos parajes españoles: en el peor de los casos, las cuencas interiores de Cataluña, el 42 por ciento de los puntos de control de los acuíferos detectan concentraciones superiores al máximo legal.

Otros problemas causados por la desmesura son los lixiviados, las emisiones de efecto invernadero, la presencia de metales pesados, la disminución de materia orgánica del suelo e, incluso, la reducción de la propia fertilidad del terreno por saturación.

Contra ello no cabe otra opción que incrementar la formación de los agricultores y hacer planes de fertilización que apliquen tres principios básicos para no aportar más nutrientes de los necesarios: la Ley de la restitución -hay que aportar al suelo los nutrientes que extraen las plantas-, la Ley de mínimo -el rendimiento de la cosecha está condicionado por el elemento nutritivo que se encuentra en menor cantidad- y la Ley de los rendimientos decrecientes: a cada incremento de un factor productivo le corresponde un menor rendimiento, de modo que no por mucho fertilizar se obtiene una cosecha mayor.

Para hacer una fertilización racional hay que conocer el tipo de suelo, las necesidades de los cultivos, el tipo de agua y sus propiedades, etcétera. Así se emplearán las cantidades apropiadas de nitrógeno, fósforo, potasio y otros elementos necesarios para que crezcan las plantas. La receta no es nueva, pero, lamentablemente, su uso no está generalizado.

Fertilizantes industriales minerales

Dentro del rechazo a la agricultura industrializada, el empleo de fertilizantes de origen mineral es uno de las prácticas más controvertidas. La realidad es que no hay razones para ello, porque a una planta le da igual que el nutriente que precisa tenga origen mineral u orgánico. Es más, para el medio ambiente es mejor que se empleen los modernos fertilizantes industriales, por varias razones.

Un estudio firmado por Küsters y Lammel se ocupó de comparar la cantidad de CO2 que fija una hectárea de trigo a la que no se le suministraba fertilizante y otra a la que se le suministraba la cantidad idónea, en su caso, de 170 kilogramos de nitrógeno. El incremento de producción de la hectárea fertilizada permitió absorber 23,1 toneladas de CO2, mientras que en la otra hectárea la cantidad absorbida se quedó en sólo 14,3 toneladas. La diferencia, como subraya Pérez, compensa con creces el dióxido de carbono emitido durante la fabricación del fertilizante.

Las emisiones de CO2 del propio suelo también son mayores si no se fertiliza que cuando sí se hace, en esta ocasión por el mayor uso que se le da. Concretamente, una hectárea de trigo sin fertilizar emite 11 toneladas, mientras que una hectárea fertilizada sólo dos.

La mayor productividad de las cosechas fertilizadas puede tener otro efecto, en este caso energético, pero de lectura confusa: a más biomasa, mayor captación de energía solar: la hectárea de trigo sin fertilizar capta 63,5 gigajulios, mientras que la hectárea fertilizada capta 110,5 gigajulios.

Fertilizantes industriales orgánicos

También los fertilizantes industriales orgánicos son mejores que los métodos tradicionales de abono y ambos aportan el carbono que precisan el suelo y la plantación.

Con los sistemas tradicionales se producen lixiviados de nitratos y se pueden contaminar los suelos y las aguas asociadas, ya sean superficiales o subterráneas. Sin embargo, empleando compost, auténtico compost, se evitan los procesos naturales de descomposición, con lo que desaparecen esos problemas y, además, el resultado facilita que las plantas absorban los nutrientes que necesitan.

Así lo destaca Rafael Gómez, secretario general de la Asociación Española de Fabricantes de Abonos Órgano-minerales y Orgánicos.

Alimentar una población creciente

En los últimos 40 años la población del planeta se ha duplicado, y también lo ha hecho la producción de cereales, gracias a la aplicación de fertilizantes. Dentro de otros 40 años la población mundial habrá superado los 9.000 millones de personas y para alimentarlas habrá que aumentar el rendimiento de las cosechas. Según los cálculos de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, este mayor rendimiento se obtendrá cultivando un 10 por ciento más de suelo y aumentando un 90 por ciento de la producción agrícola, que sólo se podrá conseguir empleando modernos fertilizantes.

Quizá con otro modo de vida, en el que la dieta fuera básicamente vegetariana y hubiera un mejor reparto de los alimentos -en los países ricos se engorda insanamente y aún hay 1.000 millones que pasan hambre en los países pobres-, no sería necesario el uso de la agricultura industrial, pero hoy por hoy no hay otro modo de alimentar a la humanidad.

Ahora bien, como sostiene Pérez, "la buena noticia es que el uso de los fertilizantes resulta que también es positivo para combatir el cambio climático".

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