
Existe una simple realidad detrás de la creciente tragedia humana que representa la crisis de refugiados de Europa, y la Unión Europea no puede abordar la llegada masiva de gente exhausta y desesperada de una manera compatible con sus valores a menos que los gobiernos y los ciudadanos la reconozcan. En pocas palabras, el desafío histórico al que se enfrenta Europa también ofrece oportunidades históricas. El interrogante es si los políticos de Europa -que no han sabido encontrarle una solución a cuestiones mucho menos complicadas sobre las cuales ejercían mucho más control- sabrán aprovechar el momento.
La escala del desafío es inmensa. El flujo de refugiados es extremadamente difícil de monitorizar y canalizar, y mucho menos limitar. En su huida de la guerra y la opresión decenas de miles de personas arriesgan su vida y se ponen en peligro con tal de encontrar refugio en Europa, un fenómeno que continuará mientras persista el caos en los países de origen, como Siria, y los países faciliten el tránsito, como Irak y Libia.
Mientras tanto, las redes de transporte de Europa están bajo estrés, al igual que los refugios, los cruces fronterizos y los centros de registro. Las políticas de asilo comunes -que incluyen, por ejemplo, la regla básica de que quienes buscan asilo deben registrarse en su punto de entrada a la UE- no están funcionando, o se las está ignorando. Y el valorado concepto de un viaje sin esfuerzo dentro de la zona Schengen libre de fronteras está bajo amenaza.
Estos problemas se ven agravados por las fallas de coordinación. Las actitudes hacia los refugiados varían enormemente entre los países: Alemania está adoptando una estrategia particularmente tolerante que contrasta marcadamente con la actitud desalmada de Hungría. Algunos países, como la República Checa, han bloqueado acuerdos para compartir la carga de manera justa entre los miembros de la Unión Europea, inclusive a través de cuotas obligatorias.
A esto sumémosle las preferencias de los refugiados -que después de arriesgar todo para llegar a Europa tienen sentimientos fuertes respecto a dónde les gustaría asentarse- y los desafíos en materia de políticas son enormes, particularmente en el corto plazo. Los políticos europeos todavía tienen que entender la realidad en el terreno, y adelantarse a lo que sucede. Su incapacidad no hace más que exacerbar los riesgos para la cohesión política de la UE que surgieron con la crisis griega.
Los políticos de Europa tienen un poderoso incentivo para ofrecer una respuesta a la crisis de los refugiados como corresponde. Más allá de la necesidad de aliviar la miseria humana que atiborra las pantallas de televisión y las portadas de los diarios reside el imperativo de no perder las oportunidades importantes a mediano plazo que ofrece la migración.
Si bien hoy existen en Europa cifras de desempleo elevadas, la proporción entre trabajadores y gente mayor decaerá considerablemente en el más largo plazo. Y la flexibilidad del mercado laboral ya se vio socavada por la inercia estructural, incluidas las dificultades para volver a formar y capacitar a los trabajadores, particularmente los que han estado desempleados durante mucho tiempo.
Como ya han reconocido el Gobierno y algunos líderes empresariales de Alemania, entre ellos el CEO de Daimler-Benz, una estrategia de mentalidad abierta para absorber e integrar a los refugiados puede ayudar a mitigar parte de los problemas estructurales de larga data de Europa. Después de todo, se dice que un porcentaje importante de la población de refugiados que llega a Europa es educada y está motivada y comprometida a construir un futuro mejor en sus nuevos hogares. Si se capitaliza esta realidad, quienes toman las decisiones en Europa pueden convertir un desafío serio en el corto plazo en una ventaja poderosa en el largo plazo.
Una respuesta política acertada ante la crisis de los refugiados también podría ayudar a Europa de otras maneras. Por lo pronto ya está destrabando desembolsos fiscales adicionales en países como Alemania -que, a pesar de tener los medios, anteriormente no tenía la voluntad de gastar-, ayudando así a aliviar un desequilibrio de la demanda agregada que, junto con impedimentos estructurales para el crecimiento y un excesivo endeudamiento en algunos países, ha retrasado la recuperación de la región.
La situación actual también podría ofrecer el catalizador necesario para hacer progresos decisivos en la arquitectura política, institucional y financiera incompleta de la UE. Y podría obligar a Europa a superar los obstáculos políticos que bloquean las soluciones a los problemas de larga duración, como ofrecer la protección necesaria para que ciertos acreedores europeos otorguen un mayor alivio de la deuda para Grecia, cuyos problemas fiscales y de empleo, ya masivos, se están viendo exacerbados por la llegada de los refugiados. Podría incluso llevar a Europa a modernizar su marco de gobernanza, que permite que unos pocos países pequeños frustren decisiones respaldadas por la basta mayoría de los miembros de la UE.
Los pesimistas inmediatamente señalarían que a Europa le ha costado aunar esfuerzos incluso en cuestiones mucho menos complejas y más controlables, como la crisis económica y financiera de larga duración de Grecia. Sin embargo, la historia también sugiere que las sacudidas de la escala y la magnitud de la actual crisis de refugiados tienen el potencial de impulsar respuestas políticas excepcionales.
Europa tiene la oportunidad de transformar la crisis de refugiados de hoy en un motor de renovación y progreso. Esperemos que sus políticos dejen de discutir y empiecen a trabajar en conjunto para sacar ventaja de esta apertura. Si no lo logran, el retroceso de la integración regional -que ha traído paz, prosperidad y esperanza a cientos de millones de personas- se debilitará considerablemente en detrimento de todos.