Opinión

Bernanke, ¿banquero central del mundo?

  • Las decisiones de la Fed deben tener en cuenta a Europa
El presidente de la Fed, Ben Bernanke. Foto: Archivo

Sólo bastan unas palabras y los mercados se hunden. Hace dos semanas, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sugirió que el banco central de EEUU empezaría a reducir la inyección de liquidez a final de año. La respuesta fue un salto de los rendimientos de los bonos, la caída de las bolsas y un varapalo para el oro.

El caos cundió lo suficiente como para confirmar el temor de muchos de que los inversores se han enganchado peligrosamente a chutes periódicos de dinero impreso, sin los cuales el mercado no puede sostenerse a los niveles actuales ni mucho menos.

Sin embargo, lo cierto es que la reducción no perjudica a EEUU, sino al resto del mundo. El gran dilema de Bernanke es si quiere ser el banquero central de EEUU o del mundo entero. La decisión que tome marcará su legado. Salvo que insistamos en que el presidente del Fed es un imbécil o un villano (y hay bastantes defensores en ambos casos), es obvio que EEUU tiene poco que perder con el recorte.

Señales positivas

¿Y por qué? Porque el único motivo de que Bernanke lo mencione es que la economía americana ya está mostrando señales decentes de recuperación. El crecimiento resucita, las deudas personales caen, el mercado inmobiliario se ha estabilizado e incluso podría recuperarse y los bancos se encuentran en bastante buena forma.

La llegada del gas de esquisto o shale gas augura una nueva era de crecimiento manufacturero basado en la energía barata. Los trabajos que se exportaban a Oriente podrían volver a casa. En esas circunstancias, unos tipos de interés de casi cero deberían ser suficientes para que la recuperación siga su curso. Si no, la Fed puede empezar a "des-reducir" o como se llame en la jerga el reinicio de la facilitación cuantitativa.

El resto del mundo sí tiene de qué preocuparse. Pongamos la Eurozona, por ejemplo. La rentabilidad de los bonos europeos se mueven con relación a los estadounidenses. Si suben estos últimos, los primeros también. Es perfecto para los países fuertes como Alemania, pero será una catástrofe para la periferia, ya muy tocada bajo montañas de deuda.

El bono italiano a diez años han subido del 3,64% en mayo al 4,7% actual. El español, del 3,94% en mayo al 4,9%. ¿Y los griegos y portugueses? Mejor no lo pregunte.

Hace un año, los rendimientos de más del 5% se consideraban una zona de peligro para esos países. Por encima de esa cifra, la carga de la deuda en aumento, acompañada de amortizaciones más altas y una economía encogida, hacía que la deuda fuese insostenible. Más del 6% y el país estaba en crisis pura y dura. Con un 7%, al primer ministro le tocaba hacer las maletas mientras el ministro de Economía llamaba a los agentes judiciales.

Daños colaterales

Y, sin embargo, mientras suben los tipos en EEUU, es inevitable que aumente también el coste del dinero en Europa. No queda otra alternativa. Los rendimientos de los bonos estadounidenses son la referencia del coste del dinero en todo el mundo. El problema es que algunos países no se lo pueden permitir. Italia ya gasta el 5,3% de su PIB en pagar su deuda y, dado que la producción ha encogido un 1,9% en el último trimestre, la situación no puede más que empeorar.

¿Podrá permitirse una gran subida en la factura de intereses? Probablemente no. El aumento de los rendimientos de los bonos de EEUU podría hundir a Italia y a España de nuevo en una crisis de tomo y lomo, y poner a prueba la capacidad del BCE para controlar el mercado de los bonos.

Lo mismo ocurre con los mercados emergentes. Una avalancha de dinero ha barrido Asia, África, América del Sur y Europa del Este en busca de rendimientos más altos pero, a medida que la rentabilidad aumente en EEUU, gran parte volverá derecha al dólar. El efectivo que ha impulsado la inversión y el gasto en esos países será mucho más difícil de conseguir. Lo único que sabemos con certeza de los países emergentes es que una retirada repentina de capital extranjero acarrea una catástrofe. Sucedió en la crisis financiera de Asia y Rusia en 1997 y 1998, y podría ocurrir otra vez. Por supuesto, Bernanke puede concluir que, aun lamentándolo mucho, en realidad no es su problema. Él es el banquero central de EEUU y, si su economía ya no necesita facilitación cuantitativa, su cometido es ponerle fin.

Y debería importarle. Si la eurozona vuelve a entrar en crisis, Estados Unidos se verá afectado. Las exportaciones se paralizarán.

También los emergentes

Lo mismo puede decirse de los mercados emergentes. El caos financiero en toda Asia o Sudamérica es una mala noticia para EEUU.

Han pasado quince años desde el último gran hundimiento de esos mercados: en la última década todos los problemas se han centrado en las economías desarrolladas y no en las emergentes, pero ahora son mucho más importantes para la economía mundial que antes. Su proporción del PIB global es mucho mayor y son un elemento vital de las cadenas de suministro.

El dilema del Fed en los próximos meses será el siguiente: puede que EEUU sea lo bastante fuerte como para disminuir la inyección, pero el resto del mundo no lo es. Bernanke tendrá que decidir si quiere ser el banquero central sólo de EEUU o del mundo entero. ¿De qué lado se decantará? Muchos de sus compatriotas preferirían, sin duda, que se centrase en la economía nacional únicamente. La recuperación, aunque en marcha, sigue siendo débil. El empleo no abunda exactamente y los salarios apenas han subido en años. El americano de a pie tiene bastantes problemas como para dedicarse a pensar en los demás.

Pero Bernanke sí tendrá que hacerlo. Los daños potenciales del recorte de liquidez para el resto del mundo son tan inmensos que es imposible que EEUU no se vea atrapado en la vorágine. La mayoría de los inversores se equivocan al respecto. Que veamos o no una reducción importante no dependerá de la economía de EEUU sino de Europa y Asia. Y por eso no va a producirse, al menos no de manera notable ni tan deprisa como se cree.

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