
Lo único que nos puede librar es el BCE, pero Draghi no está dispuesto a ayudar a España.
Una semana después de la cumbre en la que se dieron pasos importantes hacia la unión bancaria, así como a la separación de los riesgos bancario y el de la deuda soberana, la prima vuelve al nivel en que estaba con anterioridad. El hecho puede parecer desconcertante. Los causantes de esta desconfianza son varios. El motivo principal, como advertimos la semana pasada, es que no queda claro el papel del Banco Central Europeo (BCE). El Mecanismo de Estabilidad Europea (Mede), que en el futuro será el encargado de realizar las compras de deuda, es demasiado pequeño para espantar a los especuladores. Los recursos con los que contará el nuevo fondo son unos 750.000 millones (500.000 de nueva aportación y 250.000 heredados del fondo actual), una cifra cuatro veces inferior al endeudamiento español e italiano (2,8 billones de euros). Para que los mercados dejen de especular contra España e Italia es necesario que su cuantía supere a la deuda total. Sólo el BCE, gracias a su capacidad de emitir moneda, puede reunir tal cantidad de dinero.
En el BCE comienzan los problemas. Los analistas y los mercados esperaban que el presidente de la institución, Mario Draghi, se mostrara abierto a intervenir en apoyo de España e Italia y de sus bancos durante la comparecencia del jueves pasado. Pero muy al contrario, Draghi no dio señales de que tal actuación esté en su agenda a corto o medio plazo. Aún peor, habló de una fragmentación de la eurozona, lo que dio a entender que la ruptura del euro es una de las bazas que continúa sobre la mesa. Quizá ahora comiencen a entender por qué la prima de riesgo perdió casi en sólo una jornada lo que ganó tras el acuerdo y la bolsa cambió de dirección. Tampoco hubo palabras de alivio para los bancos europeos necesitados de liquidez.
Draghi, eso sí, redujo al 0,75 por ciento el tipo de interés oficial del dinero. Una medida demandada, sobre todo por Alemania, donde rápidamente se trasladó a los préstamos. En nuestro país, por contra, el recorte apenas tendrá impacto, ya que la creciente desconfianza bloquea el crédito, como reconoce ya hasta el ministro de Economía, Luis de Guindos, y no hay perspectiva de que se abra.
La rebaja de tipos devaluó de inmediato el euro, otra de las iniciativas que interesa sobremanera a Alemania, para cebar su potente maquinaria exportadora. El BCE está más pendiente de los problemas del Bundesbank (banco central germano), que de los países del sur. Si el problema de la deuda fuera de Merkel, como ocurrió a comienzos de la década, no habría tantas cortapisas para la intervención del BCE. Para mayor escarnio, un grupo de 160 economistas alemanes firman un documento en contra de las medidas tomadas el pasado 29 de junio para ayudar a los bancos españoles, entre otros.
Los problemas no acaban aquí. Ni siquiera la intervención del nuevo fondo de rescate o los préstamos directos a los bancos están seguros. Finlandia pone fuertes reticencias, como es su costumbre. De Guindos asegura que España presentará el lunes el memorando de apoyo a las entidades financieras y desde esa misma fecha las antiguas cajas intervenidas empezarán a recibir el dinero. Pero según Merkel, hasta el 20 no se conocerán los condicionantes, y ni siquiera es seguro que haya dinero europeo para la banca española, según Bloomberg.
El memorando está plagado de incertidumbres. Europa quiere que los accionistas y los tenedores de deuda de las entidades intervenidas sufraguen su rescate. Ello choca fuertemente con la dirección de estas antiguas cajas, que colocaron miles de millones de preferentes entre sus mejores clientes, y ahora tendrán que asumir fuertes pérdidas. Por eso comienza a ponerse en duda que sea posible eliminar el riesgo subsidiario del Estado. ¿Va Europa a asumir el coste de reflotar las antiguas cajas? Los responsables europeos se echan atrás.
De poco sirve que esta semana la revista Euromoney haya premiado al Santander de Emilio Botín como mejor banco del mundo o a La Caixa, de Isidro Fainé, como mejor entidad financiera española. Las entidades financieras sufren las incertidumbres sobre los términos del rescate.
En medio de este galimatías europeo, el único medio que tiene Rajoy de recuperar la confianza es mediante un severo ajuste, que erradique de una vez las dudas existentes sobre el compromiso para cumplir con el déficit. Los recortes son una imposición de Europa, pero además son una necesidad imperiosa para salir del atolladero. A Rajoy no le debe temblar el pulso, sobre todo en ajustar el gasto e imponer una severa reducción del empleo público y de la estructura del Estado. Es necesario reducir el número de funcionarios locales y autonómicos, reordenar la administración, suprimir los entes duplicados, cerrar miles de sociedades autonómicas ó locales, entre ellas todas las televisiones. Si el recorte es contundente, Cristóbal Montoro podría lograr un aplazamiento en la subida del IVA, como ha hecho el Gobierno de Mario Monti en Italia. Otro aumento de impuestos puede enviarnos a una depresión, sobre todo teniendo en cuenta que existen algunos, como el céntimo sanitario, cuya implantación es obligada por Europa.
Se trata de una ajuste delicado al que no deben escapar las pensiones, el déficit de la Seguridad Social es uno de los problemas acuciantes, o los desempleados, mediante la reducción del periodo del cobro del subsidio, como adelantó elEconomista. Es la única manera de eludir la intervención formal de la economía española, que casi todos dábamos por hecha hace unas semanas.
Si en paralelo, Europa consigue despejar las incertidumbres y Merkel cumple con su palabra, quizá logremos recuperar la confianza. La aventura se antoja complicada, pero merece la pena intentarla, porque una intervención alargaría la agonía de la crisis durante muchos años y provocaría un resurgimiento de las tensiones sobre la existencia del euro. Sísifo, dentro de la mitología griega, como Prometeo, enfadó a los dioses por su soberbia. Como castigo, perdió la vista y fue condenado a empujar perpetuamente un peñasco gigante hasta la cima de la montaña, sólo para que rodara hasta el valle y luego volver a subirlo. La crisis de la deuda amenaza con convertirse en interminable.