
El mundo ha cambiado mucho desde que en 1992 tuvo lugar la que ha sido la Cumbre más importante de las que se han realizado hasta el momento en torno a la agenda sostenible.
En estos veinte años se ha consolidado una globalización entonces incipiente, la conectividad es ahora global y el consumo es la religión con más creyentes en todo el mundo. Al mismo tiempo, los ecosistemas de todo el mundo se han deteriorado hasta el punto que parece haber comenzado a importar realmente la escasez de algunos recursos como el agua.
Aunque como dice la canción "a los sitios donde has sido feliz no debieras tratar de volver", 170 países y un centenar de primeros ministros y jefes de estado -incluido nuestro presidente- se vuelven a encontrar hasta el 22 de junio para acordar una agenda, capaz de recalibrar una economía de mercado que ha dado síntomas abundantes de necesitar con urgencia un Ctrl+Alt+Supr.
Hoy sabemos que el principal error cometido durante estos años ha sido considerar que los problemas que aquejaban el planeta eran una amenaza futura. Algo que afectaría a las generaciones siguientes y aunque nos maldijeran por nuestro egoísmo, estaría en sus manos y en su talento solucionar. Mientras tanto, se pensaba que nuestra sociedad contemporánea -en la que nadie está a cargo y es difícil encontrar un responsable hasta de la crisis financiera- se alimentaría con el analgésico de lo que la industria del tabaco denominó su mejor producto, "la duda". Un debate interminable sobre la necesidad de evidencias científicas incuestionables sobre lo que todos y cada uno de los que habitamos el planeta ya sabemos: estamos transformando irreversiblemente la Tierra y desconocemos cuales serán los efectos.
Entre los acusados principales en el banquillo público están las empresas. Pero hoy ha sido su turno, el denominado Business Day ("el día de los negocios"). En la que ha sido considerada la mayor delegación del mundo empresarial que ha asistido a una conferencia de Naciones Unidas en su historia, hemos encontrado más consenso de lo que muchos esperábamos en la difícil tarea de tratar de buscar una propuesta común que llevar al plenario en su primer día de deliberaciones de alto nivel.
Entre las conclusiones, algunas que se repiten en cada evento de este tipo. Las empresas han vuelto a insistir en la necesidad de buscar marcos normativos estables que permitan la inversión en tecnologías verdes o en los partenariados público-privados que son -en estos tiempos en los que las arcas públicas están vacías- una de las pocas vías que pueden hacer posible la increíble necesidad de infraestructuras para desarrollar las nuevas potencias emergentes.
Tan solo un ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía cifra en el 1,6% del PIB mundial la cantidad necesaria entre 2011 y 2035 tan solo para cubrir la demanda calculada en el periodo.
Pero también ha habido espacio para algunas propuestas más innovadoras y entre ellas una de las más interesantes que se han escuchado ha sido la posibilidad de desarrollar enfoques regulatorios internacionales sectoriales.
Esta idea, que se escuchó por primera vez en las negociaciones pre-Copenhague, se basa en llegar a acuerdos regulatorios internacionales que incluyan principalmente a las industrias pesadas para evitar el dumping ambiental que se produce entre países. Una forma de incluir en las prácticas de comercio internacional una tasa que internalizara el coste ambiental de aquellos productos de fabricados, no en un determinado país, si no de una manera ambientalmente insostenible.
Esto que para muchos pudiera considerarse una quimera, ya existe, por ejemplo, en el caso de los biocombustibles en Europa. Aquel bioetanol o biodiesel que no está sujeto a un estándar de producción sostenible no pueden, hoy en día, disfrutar de la exención fiscal que los gobiernos europeos otorgan al consumo de este combustible.
Otras de las propuestas más atrevidas ha sido la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles o la evolución del enfoque de políticas ambientales fragmentadas -atmósfera, agua, residuos, etc- por otro de mejora integral del entorno, poniendo el foco en las ciudades como banco de pruebas para hacer realidad el concepto de desarrollo sostenible. Asuntos todos ellos de gran interés y que las empresas desean ver en las propuestas finales de esta Cumbre.
Rio anochece ahora ruidosa y alegre. Ausente , seguramente, de que por sus calles y playas pasean, discuten y acuerdan personas -muchas de ellas empresarios- que creen firmemente que en su mano está impulsar una idea que nos haga estar realmente orgullosos de ser ciudadanos de este planeta.