Opinión

Si no lo veo, no lo creo

La posible ruptura del euro sigue estando presente en muchos inversores extranjeros.

Los mercados financieros no dan tregua. Si alguien creía que la crisis europea se había acabado, tiene mil razones para arrepentirse. Ésta ha sido probablemente la peor semana económica para el nuevo Gobierno español, así lo atestiguan el diferencial de la deuda y el comportamiento relativo de la Bolsa española. Y eso sin hablar de la probable nacionalización de YPF, aún no consumada, y de lo que puede significar para la inversión española en la Argentina, donde somos el principal país inversor con más del 25 por ciento del total y con presencia dominante en sectores estratégicos y altamente visibles para el ciudadano como electricidad, agua y banca, eternos candidatos a intervenciones populistas.

Llegan también noticias inquietantes del FMI, presto a celebrar su reunión anual de primavera en un ambiente de recesión duradera y que parece pensar que al Gobierno español le quedan importantes tareas por delante en su esfuerzo por consolidar las cuentas públicas y recuperar la confianza internacional. Habrá que prestar atención a sus recados.

Las tensiones en el mercado de deuda eran de esperar. Una hipotética ruptura del euro sigue estando presente en muchos inversores internacionales, algunos académicos ocurrentes y mucho irresponsable. Mientras exista una probabilidad no despreciable de que suceda, el mercado de crédito no recuperará la normalidad, ni funcionará el flujo vital de fondos desde los países ahorradores a los endeudados. Pensemos lo que significa el mercado interbancario en el caso español y ampliemos luego la perspectiva a la unión monetaria europea (UEM).

En España, los bancos captan depósitos donde hay ahorro y lo trasladan donde hay inversión y oportunidades rentables de prestar. En la UEM ese proceso normal lleva interrumpido tres años, porque los ahorradores están dispuestos a arriesgar su rentabilidad pero nunca el capital, que es lo que significaría la ruptura del euro. Hay un problema serio de credibilidad en Europa, un problema exógeno porque es ajeno a las decisiones de política económica españolas. Un problema al que los líderes europeos están respondiendo con gran rapidez desde la óptica política, hasta el punto de provocar creciente inquietud sobre los fundamentos democráticos de algunas decisiones. Pero a un ritmo excesivamente lento desde la óptica de los inversores, cuya impaciencia por asegurar sus inversiones es creciente. Una brecha temporal ineludible que lleva a considerar como escenario central que estas tensiones continúen durante años y que vayan amortiguándose muy lentamente. Como las ondas producidas por una piedra arrojada a un lago.

Ese escenario central ha de llevar a la política económica española a extremar la prudencia. Agotado el impulso de las operaciones de refinanciación a largo plazo del BCE, conocidos los datos de recurso a la liquidez de la autoridad monetaria europea por parte de las entidades españolas de crédito (?227.000 millones en marzo), y ante los rumores y declaraciones que apuntan a la escasa disposición de Frankfurt a reanudar su programa de compra de deuda, han vuelto las dudas sobre la sostenibilidad de las cuentas públicas españolas. Dudas que los presupuestos presentados no han sido capaces de disipar.

Los comentarios publicados, tanto en España como en el extranjero sobre los mismos, coinciden en subrayar tres puntos de riesgo. Primero, escepticismo sobre la cifra de ingresos al haber asumido una trayectoria macroeconómica excesivamente optimista, pese a su aparente dureza. Un escepticismo que puede acrecentarse la semana que viene con la publicación del Informe de Primavera del FMI, conocido como WEO por sus siglas en inglés. Y al que el ejecutivo español habrá de dar respuesta en la elaboración del llamado Informe de Convergencia a presentar pronto a Bruselas. Segundo, dudas sobre el presupuesto de la Seguridad Social al haber asumido tanto unos ingresos por cotizaciones como un gasto en pensiones contributivas y en prestaciones por desempleo que parecen poco consistentes con el comportamiento previsto del empleo y del gasto en pensiones. Y tercero, el más relevante porque los dos anteriores son cuestiones técnicas que en parte han sido contestadas preventivamente por el secretario de estado de Hacienda al afirmar que si hay desvíos habrá medidas correctoras, dudas sobre la capacidad y voluntad para asegurar el cumplimiento de los objetivos de Estabilidad de las comunidades autónomas.

Nunca las comunidades autónomas españolas fueron tan conocidas en los circuitos financieros y políticos internacionales. Y mira que algunas se han gastado dinero en embajadas y propaganda. No hay informe del FMI, la OCDE, la Comisión Europea o los bancos de inversión que no hable de ellas y de cómo asegurar su grado de cumplimiento fiscal. El Gobierno insiste que con el nuevo marco legal, la ley de estabilidad financiera, tiene capacidad para controlar su gasto, a lo que sin duda ayuda que estas administraciones han agotado su capacidad de endeudamiento financiero y solo les queda al recurso de la morosidad -con proveedores, Seguridad Social o Hacienda. Pero hay que reconocer que no ha ayudado mucho a la credibilidad del Reino de España la irresponsable oposición del PSOE a una ley de estabilidad que ellos mismo promovieron cuando estaban en el gobierno, aunque algunos ya habíamos avisado de lo que iba pasar. Como tampoco nos aleja del fantasma de una recesión que los socialistas hayan encontrado en la reforma laboral el motivo central de agitación. En estas circunstancias, me temo que los inversores están acordándose de Santo Tomás, "hasta que no lo vea no lo creo". Como con la Unión Monetaria y su compacto fiscal, tienen dudas sobre la regla fiscal, sobre las sanciones establecidas y sobre todo sobre la capacidad de ejecutar los procedimientos legalmente previstos. Y no parece que la táctica decidida, primero la zanahoria en la forma de anticipos y financiación a proveedores y luego el palo -la afectación de ingresos debidos, la retención de las coparticipaciones tributarias o la intervención- esté sirviendo para disipar sus temores. Están demasiado escaldados de nuestros incumplimientos previos como para fiarse de nadie. Porque eso es precisamente una crisis de confianza.

Relacionados

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky