
Uno de los males que padecen los mercados financieros en general y el europeo en particular consiste en no llamar a las cosas por su nombre.
Preguntarse si Grecia va a quebrar es el equivalente financiero a cuando Gila descolgaba el teléfono y, poniendo esta vez acento alemán, preguntaba: ¿Está el enemigo". "Sí, por favor, que se ponga". Y que continuara diciendo: "Miren, que digo yo que si ustedes no tienen ni balas peleonas" -paralelo en la metáfora al hecho de no poder Atenas ni hacer frente a las nóminas de los funcionarios- "ni las van a tener porque soy yo el que se las da" y "no tienen manera de retirarse" -pues la economía helena no va a crecer a la velocidad que se necesita ni en las hojas de Excel del economista más optimista del mundo- "que casi que se rinden".
Grecia ya ha quebrado. Los paquetes de ayuda helena no son más que tiempo. Tiempo que se compra con fondos de reserva para que los bancos se recapitalicen todo lo posible y tiempo para que los políticos y los técnicos diseñen soluciones alternativas para el resto de países intervenidos.
Lo que ha pasado esta semana es que Grecia "ha amagado a no rendirse" y entonces ha vuelto a sonar el teléfono. Ring, ring... "¿Está el presidente en Atenas? Sí, por favor, dígale se ponga". Esta vez, con menos sentido del humor, se han puesto encima de la mesa las dos maneras de resolver la situación actual. Por las buenas -en la que Grecia se aplica y promete seguir aplicándose, con ajustes draconianos por excesivos que parezcan- o por las malas.
Por las buenas significa que Grecia se arrepiente, hace propósito de enmienda y cumple la penitencia para darle más tiempo a la verdadera troika -técnicos, políticos y financieros- más plazo para poder amortiguar las consecuencias del trágico desenlace. Además, sirve para que Irlanda y Portugal puedan mejorar su débil situación. A cambio, los funcionarios cobran a fin de mes y el Constitucional alemán sigue con su interpretación solidaria de los planes de ayuda a cambio de dirigir la política económica helena. Se minimiza el contagio a España e Italia y todos contentos (menos los ciudadanos y las empresas griegas que serán fritos a recortes sociales e impuestos).
Por las malas. Si Grecia impaga explícitamente, el Gobierno heleno sabe que al mes siguiente millones de funcionarios (policías, médicos, jueces y profesores incluidos) no cobran su nómina a final de mes. Papandreu pasaría a la Historia como el presidente más desastroso y el país se le echa a la calle. Este escenario, por no ser, no es ni políticamente viable.
Plan de emergencia
Grecia sabe que no rendirse no es una solución. Si se les va la cabeza, el plan de emergencia sería el siguiente. El Banco Central Europeo recapitaliza en primera instancia a los bancos inyectando un 50% de los bonos helenos en mora y se pondrían a trabajar en un megaprograma progresivo de reestructuración de la deuda europea por fases que coincidirían con las cesiones en política fiscal de los socios europeos.
Mientras tanto, para parar la cascada de pánico europeo (donde la crisis de deuda italiana contagia a la francesa y la portuguesa a la española haciendo saltar a su vez a los bancos alemanes), los bancos centrales mundiales (obviamente, liderados por China) comprarían deuda italiana y española. Ni Obama ni Pekín se pueden permitir dejar de crecer y Europa es un cliente demasiado importante para dejar que se hunda. Ni USA y China son una ONG, así que nos costará caro en política económica internacional.
Una tercera vía, la de expulsar a los países con problemas fuera de la Unión Europea, es improbable porque no interesa a nadie. Antes que echar a Grecia es más fácil que Alemania se fuera de la Unión Europea, pero sería ruinoso para la economía germana. No evita el riesgo de contagio, les serviría en bandeja de plata una recesión por la apreciación brutal que sufriría el nuevo marco alemán y perderían la gran oportunidad de dar un paso hacia la verdadera unión europea.
Aunque parezca que en la UE los países tienen "separación de bienes", lo cierto es que por las interconexiones bancarias estamos en régimen de gananciales. Nos toca seguir juntos y por eso es importante que los españoles cambiemos la mentalidad y seamos competitivos de verdad. Si no, nos freirán a impuestos y cualquier discusión interna, identitaria o no, volverá a parecerse a las llamadas del gran Gila.
Juan Ramón Caridad. Director gral. de Swiss & Global Iberia.