Opinión

Juan Royo: Dolor, daño, PIB y mercados

En la segunda novela de la Trilogía Millennium de Stieg Larsson, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, aparece un personaje curioso: el malvado gigante Ronald Niedermann, que desde su nacimiento sufre analgesia, es decir, insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis (CIPA). No siente dolor físico.

A primera vista podría parecer una gran ventaja. En realidad, es un drama. Durante su pelea con el boxeador sueco de origen italiano, Paolo Roberto, su inhibición al dolor, cual dopaje involuntario, le hace ganar los primeros asaltos. La sorpresa del contrincante de Niedermann es mayúscula. Lo mismo que su desesperación, ya que sus puñetazos no consiguen el efecto deseado: amedrentar a su rival.

Paolo Roberto, quien por cierto no es un personaje ficticio, sino un ex-púgil real que reside en Estocolmo, debe huir y la victoria se la adjudica Ronald Niedermann a los puntos. Una victoria pírrica, porque las secuelas de los golpes serán terribles. Y es que el dolor es un magnífico antídoto contra el daño. El dolor es pasajero, todo lo contrario de lo que puede ser el daño. El dolor es pena y congoja, pero también una alarma que nos avisa que algo funciona mal y debe arreglarse. El dolor es terrible. Por eso el hombre teme al dolor y por ello trata de evitarlo en una actitud miope y cortoplacista.

El colapso actual que viven las bolsas mundiales es ciertamente doloroso. Es una alerta que trata de evitar el daño de no tomar las medidas macroeconómicas adecuadas. Nuestros políticos se echan las culpas unos a otros. España criticaba las subprime norteamericanas, Alemania la jubilación y las vacaciones españolas, portuguesas o griegas, mientras que EEUU habla de "vientos frontales" europeos que desestabilizan su país. Balones fuera. ¿Está EEUU al borde de la recesión? De momento no, pero el índice manufacturero estadounidense ISM se sitúa en 50,9 puntos en julio, frente a los 54,5 puntos esperados. Con menos de 50 hablamos de contracción económica. El índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan cayó en agosto hasta los 54,9 puntos desde los 63,7 de julio y frente a los 62 estimados. Es la lectura más baja del indicador desde mayo de 1980. El optimismo brilla por su ausencia. Su PIB del segundo trimestre se encuentra en el 1,3 por ciento, ya se sabe que por debajo del 2 por ciento: peligro. Y por si todo esto fuera poco, S&P le baja el rating. Por cierto, las críticas al papel de las agencias de calificación -en esta crisis y en pasadas- me recuerdan a aquellos alumnos que te dicen eso de "profesor, he aprobado" o "profesor, me ha suspendido", en función de la nota obtenida. Claro que estas agencias son las mismas que evaluaron a Lehman Brothers?

Y los parqués (es decir, los inversores, es decir, casi todos los que se posicionan largos en el mercado, que somos la mayoría) sufren. No porque ya estemos en recesión, sino porque si no se toman las medidas adecuadas, lo estaremos. Y éstas son dolorosas. Por cierto, el que sí está en recesión es Japón. Oficialmente desde el primer trimestre de este año, momento en el que sumó dos períodos consecutivos de contracción de la actividad. El dato de este segundo trimestre también ha sido negativo. No obstante, esta contracción está siendo menor de lo esperado. Interanual pierde un 1,3 por ciento frente al 2,7 por ciento estimado, por lo que podemos observar medio llena la botella de la economía japonesa.

Y luego están las tribulaciones de un bono español en los mercados financieros. Ayer el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicaba el avance del PIB español del segundo trimestre del año: crece un pobre 0,7 por ciento interanual. El problema de España es que no se le puede rescatar debido a la magnitud de su deuda (y mucho menos a Italia, claro). Como aumenta el riesgo de insolvencia y no hay posibilidad de ayuda externa, crece el coste de financiarse. Antes de la intervención del BCE, el bono español a 10 años se encontraba recientemente en el 6,26 por ciento y ampliaba dramáticamente su diferencial con el bund alemán, por entonces en el 2,29 por ciento. En esas condiciones, se deprecia el valor de nuestro bono y al Estado le sale más caro financiarse. Todos más pobres y con más deudas. Un círculo vicioso del que es difícil salir. Efectivamente, una solución es que -ya que el mercado no quiere- el Banco Central Europeo (BCE) compre deuda de España (e Italia), tal y como ya ha hecho. La presión de la demanda hace subir su precio, bajar su rentabilidad y retornar al círculo virtuoso (aparente). Así, el bono español a una década paga ahora el 4,97 por ciento y el alemán el 2,36 por ciento. Pero la vaca tampoco da para mucho más. El BCE no tiene recursos para comprar bonos de forma indefinida en el mercado secundario, por lo que se tendrá que enfrentar a reestructuraciones. Además, debería solicitar ajustes y reformas adicionales a sus nuevos deudores. Ya que se está rascando el bolsillo, al menos debería tener la confianza de que estas deudas serán resarcidas con una mayor probabilidad. Y las situaciones de déficit público, es decir, aquellas en las que los gastos de los Estados superan a sus ingresos, no son las que más confianza ofrecen a los prestamistas. ¿Cómo retornar entonces a los superávits? O bien aumentando ingresos o bien disminuyendo gastos. Dos más dos, cuatro.

Para que crezcan los ingresos públicos, el referente de la inversión coherente, por fundamentales y a largo plazo, Warren Buffet, opta por recomendar que se eleven los impuestos a los más ricos de su país. Para que disminuya el gasto público (en contra de las recomendaciones del Nobel de Economía Paul Krugman), Italia va a acometer agónicas medidas. Entre otras, eliminar 29 de sus 110 provincias y unos 1.500 municipios. Otra vuelta de tuerca para nuestro Estado de las Autonomías que debería poner sus barbas a remojar. De chiripitiflaútico podríamos calificar lo que sucede en España. Como los trenes de cercanías en Cataluña no son rentables, en vez de optimizar su gestión, la Generalitat amenaza con renunciar a sus competencias y devolverlas al Gobierno central.

Todas estas medidas son dolorosas, pero nunca se acometerían si no tuviéramos miedo. Una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real (o imaginario, aunque no sea éste el caso, desgraciadamente) es más efectiva que el parche del dinero gratis de Bernanke. Y cuanto más aterrados estemos, más medios pondremos para evitar el daño. Aunque sea doloroso dejar de fumar, la perspectiva de un cáncer puede ejercer a la perfección como efecto disuasorio. El escenario de estrangulamiento financiero debería ser suficiente para la toma de decisiones adecuadas: racionalización del gasto público y optimización de los ingresos. La economía es la ciencia de la asignación de recursos escasos. Y hoy en día son muy pero que muy escasos. Las políticas keynesianas de inversión en infraestructuras también se hacen necesarias. Pero además es indispensable pensar la utilidad real de otras superfluas que se llevan un buen pico de los Presupuestos Generales del Estado. Seguramente imbuido por su filosofía marxista (de Groucho), un político aragonés reconocía recientemente que no renunciaba a su chófer oficial para no destruir un puesto de trabajo. Discúlpenme la demagogia, pero la solución es tan sencilla (contratamos un chófer para cada español, incluidos a los chóferes, claro) que incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!

Todo lo que no sean reformas estructurales serán paños calientes. Otra vez balones fuera. La financiación de las deudas ya no vale para las familias hipotecadas ni para las pymes, ya no vale para Grecia, Portugal o Irlanda, está a punto de no valer para el Gobierno de España, ya veremos qué sucede con EEUU a partir de ahora (parece que nada, los bonos siguen subiendo) y que susto nos dimos cuando pensamos que no valía para Francia. El problema es quién le pone el cascabel al gato en nuestro país. Estas decisiones suponen una sangría de votos, de modo que es necesario un pacto nacional. Las medidas estructurales no pueden llevarse a cabo sin que los dos principales partidos políticos españoles se pongan de acuerdo. Esta incapacidad patológica de entenderse es un buen motivo para indignarse.

Y me refiero a las cuestiones macroeconómicas, porque parece son las que están llevando de cabeza a los mercados en exclusiva. Otro drama es la microeconomía. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Juan Royo es economista.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky