
Desde hace semanas, se venía manejando la hipótesis cada vez más fundada de la anticipación electoral. Las fechas del 20 y el 27 de noviembre eran las más mencionadas. Había varios argumentos que conducían a este pronóstico, pero uno en particular resultaba evidente: era impensable que Rubalcaba, ya fuera del gobierno y reducido a su condición de candidato, pretendiera mantener una campaña electoral ininterrumpida de siete meses.
El porqué del anuncio que se ha producido hoy tiene una relación directa, sin duda, con la encuesta del CIS, que, precisamente por haber sido denostada nerviosamente por el PP, tiene una relevancia superior a la que se le otorgó en el momento de su publicación.
En efecto, la encuesta asegura que, como todos intuimos, Rajoy sigue siendo el gran favorito para ganar las próximas elecciones, y lo es sobre todo por el hundimiento del prestigio del equipo de poder, que ha sorteado la recesión con evidentes errores y carencias aunque la historia, cuando se sosieguen las perspectivas, matizará este primer juicio apresurado.
Sin embargo, una lectura más pormenorizada de los datos aporta otros elementos muy significativos que resultan reconfortantes para el candidato socialista.
Los motivos de Zapatero
El primero es que el candidato ha conseguido el retorno de algo más de un millón de electores que el 22-M huyeron despavoridos de la disciplina socialista. Podría haberse producido -dicen los expertos en sociología política aplicada- un efecto rebote por el que los disidentes del PSOE se habrían alarmado por las consecuencias de su propio desapego, por lo que estarían regresando para evitar un excesivo castigo en las generales.
Un segundo elemento es el incremento hasta el 81% -algo insólito- del rechazo que recoge Zapatero, lo que indicaría sin duda que el todavía presidente del Gobierno ha atraído sobre sí, casi en exclusiva, las culpas derivadas de la crisis con la consiguiente exoneración moral de sus colaboradores, Rubalcaba incluido.
Todo ello da oportunidades a Rubalcaba. Quizá no oportunidades de ganar pero sí de obtener un resultado honroso y hasta de luchar para que Rajoy no consiga mayoría absoluta. En cualquier caso, Rubalcaba deberá intentar irrumpir con un mensaje intenso, potente y algo provocador que cumpla varios requisitos: atraiga a los socialistas desencantados con una cierta recuperación de las esencias (política fiscal), seduzca a los grupos inorgánicos que se agrupan en el 15M (políticas de regeneración democrática) y complazca con su moderación al núcleo central del electorado, a las clases medias.
Una vez sentado lo anterior, Zapatero, que todavía está empeñado en ultimar algunas reformas, ha querido evitar que el debate político general se centre en las fechas de las elecciones y ha optado por despejar la incógnita. Y todo aunque todavía se disponga a acometer una tarea importante en el consejo de ministros del 19 de agosto, donde se aprobará un decreto ley de ahorro y eficiencia sanitaria que será convalidado en septiembre y que marcará pautas para la sostenibilidad del sistema.
Además, en ese mes se ultimará la tramitación de algunas leyes como la concursal, la de integración de trabajadores agrarios en el régimen general de la SS y la de reconocimiento y protección integral de víctimas del terrorismo.
Ha llegado, en fin, la hora de la verdad, tanto para Rubalcaba, enfrascado febrilmente en la tarea que se ha marcado, como para Rajoy, quien ya no tiene el argumento de la exigencia de elecciones anticipadas y deberá comenzar a emitir un discurso que no le será fácil.
De entrada, el líder popular deberá intentar desmontar la evidencia de que muy cerca de aquí, en Portugal, la alternancia no ha producido beneficio alguno al país. Y, ya entrado en materia, tendrá que convencer de que la austeridad que nos aguarda, y que nadie niega, no se plasmará en forma de un gran ajuste social.