La reciente crisis política de Portugal no ha llegado por sorpresa. Por el contrario, se trata de la culminación de la crisis de deuda pública en la que ha caído el país. A lo largo de los últimos meses, el Gobierno de Sócrates ha propuesto una serie de medidas de austeridad que los acreedores extranjeros ven insuficientes y los ciudadanos lusos, inaceptables.
El Ejecutivo socialista ha insistido obcecadamente en una solución que excluye la ayuda extranjera, tanto por parte de Europa como por parte del FMI. En vista de este hecho, ha sido cuestión de tiempo que el Parlamento efectivamente votara que el Gobierno en minoría saliera.
La aritmética sencilla demuestra que será casi imposible que Portugal salde su deuda sin alguna forma de ayuda exterior y/o reestructuración de la deuda. Muchos comentaristas hemos afirmado que el Gobierno debería haber recurrido a la ayuda extranjera hace mucho. ¿Por qué no lo hizo? El motivo principal es que tal movimiento podría haber conllevado un coste político considerable para el Ejecutivo.
En lugar de pedir ayuda, Sócrates siguió con el discurso del "podemos hacerlo solos", aunque no pienso que se lo llegara a creer. Y, siendo coherente con esta postura, el partido socialista ahora está utilizando una estrategia victimista: el veto de la oposición al último paquete de medidas de austeridad ha sido definido por Sócrates como "una pérdida para el país", mientras que el culpable de la crisis actual, según él, no es el Gobierno, sino la falta de buena voluntad de los partidos rivales, los sindicatos, la prensa, etc. En resumidas cuentas, estamos ante un caso clásico de sentido político frente a sentido económico.
En términos de política, todas las miradas se dirigen ahora al presidente Cavaco Silva. Éste puede optar por mantener el gabinete actual como Ejecutivo temporal, pero en este momento parece inevitable la necesidad de que se celebren unas elecciones extraordinarias al Parlamento. Como mínimo, pasarán dos meses antes de que pueda instaurarse un Gobierno estable.
Pero la cosa empeora: la consecuencia más probable de unas elecciones al Parlamento es que el partido socialdemócrata tome la delantera a los socialistas aunque sin mayoría absoluta. Con todo, parece que no es probable que la crisis política desaparezca pronto.
¿Y qué significa la crisis portuguesa para España? En primer lugar, España se encuentra en mejor posición que Portugal (o que Grecia o Irlanda). Aunque sus indicadores macroeconómicos (crecimiento del PIB y desempleo) son más débiles actualmente, su economía es mayor y más fuerte en lo financiero y en el resto de aspectos.
Además, la mayor división de la deuda pública española es nacional (alrededor de la mitad, mientras que más del 80 por ciento de la deuda pública portuguesa está en manos de acreedores internacionales). De hecho, el interés que paga España en la actualidad es significativamente inferior al de Portugal o al de otros países vecinos. Dicho de otro modo, los mercados están de acuerdo con que los fundamentales están a favor de España.
Sin embargo, la situación no está exenta de riesgos. En primer lugar, existe uno directo: una parte importante de la deuda lusa (pública y privada) pertenece a los bancos españoles. Por tanto, la reestructuración en Portugal podría tener un impacto negativo directo en el sector financiero español. En segundo lugar, existe el riesgo de un efecto de contagio de expectativas.
La confianza financiera es una profecía autorrealizada: si los mercados creen que el deudor no puede pagar, se le castiga con índices de interés más altos, lo que a su vez implica que no pueda cumplir sus obligaciones. En este contexto, la devaluación de la deuda de Portugal puede ser un activador para la devaluación paralela de la española.
A este respecto, Zapatero y su Gobierno aciertan al hacer énfasis en las diferencias entre los casos de España y Portugal en términos de fundamentales. Pero, ¿se creerán los mercados su historia?
Luis Cabral. Profesor del IESE.