Opinión

Pedro Mielgo: Fukushima: Hablemos de riesgos

A Algunas reacciones al accidente de la central nuclear de Fukushima I parecen manifestar una dimensión histérica u obsesiva en relación con el riesgo nuclear. Y con otros riesgos.

Los medios. Ciertamente, algunos medios de comunicación son ponderados y tratan de llegar a los hechos sin caer en tremendismos, buscando opiniones de expertos. Pero también abundan el alarmismo sin fundamento, los titulares dramáticos porque sí (Fukushima ya se parece a Chernobyl), o los viejos trucos subliminales, como hablar de Fukushima en algunas televisiones poniendo como imagen de fondo un incendio... en una refinería de petróleo. Se ponen de manifiesto una vez más las obsesiones y la paupérrima calidad periodística de algunos medios. Nihil novum sub sole.

La persistencia de informaciones erróneas. Lo explicaré con un ejemplo. En una televisión de las que se esfuerzan por ser objetivas se ha dicho, comparando el caso de Fukushima con el de Chernobyl, que en éste hubo miles de muertos. Es fácil imaginar el efecto que tendrá esta afirmación para muchos espectadores que no tienen acceso a otras fuentes de información más fiables.

Para quienes tengan interés en los datos exactos, es muy recomendable la lectura del informe publicado en 2006, 20 años después del accidente, por la Organización Mundial de la Salud, y redactado por un grupo de expertos organizado por las Naciones Unidas (Health effects of the Chernobyl accident and Special Health care Programmes, WHO, 2006). En él, se da la cifra de muertos (216 entre los trabajadores expuestos a dosis agudas, verdaderos mártires, que sabían que iban a dar su vida por salvar las de otros). Nada de miles.

En cuanto a la población civil, a partir de un riguroso estudio epidemiológico, se da una previsión de incremento de incidencia de diversos tipos de cáncer, que es del 0,04 por ciento para la leucemia y del 0,5 por ciento para otros tipos de cáncer en la población próxima, y del 0,01 y 0,05 por ciento, respectivamente, para los residentes en otras zonas contaminadas. Esto, para el peor accidente nuclear de la historia. No es lo que se lee a diario.

Las reacciones políticas. La autoridad nuclear francesa ha decidido clasificar el accidente en el nivel 6 de la escala INES. Cualquiera que conozca esa escala puede confirmar que el accidente, con la información disponible en el momento de escribir estas líneas, es de nivel 4. El comisario europeo de Energía, Günther Oehttinger, ha utilizado la palabra apocalipsis para calificar la situación en Japón. ¿Serían tan amables de explicarnos en qué fundan uno y otro semejantes afirmaciones?

Otros piden nuevos exámenes de seguridad a las centrales nucleares -sabiendo que van a salir bien, que para eso hay muchas personas que hacen bien su trabajo cada día en esas centrales- para vendérselos a sus votantes como una hazaña propia.

Los riesgos de vivir en este mundo. La seguridad total no existe. Vivir en este mundo siempre ha tenido riesgos. Durante largos siglos, el hombre se ha enfrentado a un doble riesgo, a una doble hostilidad, que amenazaba su vida: la del medio natural y la de los posibles -y frecuentes- enemigos o invasores. Con el paso de los siglos, el hombre ha ido dominando la naturaleza, hasta el punto de que hoy le preocupa haberla dominado quizá demasiado. En cuanto a las guerras, no han faltado. Tanto que el siglo XX fue el de las guerras por antonomasia. Pero la parte opulenta del mundo, en la que vivimos, ha conseguido tener unas décadas con guerras sólo en la televisión y rechazando las que podían tocarle un poco de cerca (Vietnam, Irak, Yugoslavia).

Quizá por eso, esa misma parte del mundo ha ido acostumbrándose a vivir sin problemas, adquiriendo un creciente horror al riesgo, al dolor, a la enfermedad y a la muerte, y rechaza cualquier cosa que pueda inquietarnos, especialmente a la hora de la siesta. Los políticos de todos los colores ya sólo nos prometen bienestar, la nueva palabra mágica que sustituye a la de paraíso, pues ha quedado claro que en este mundo no hay paraísos de ninguna clase. Bienestar que se está limitando a darnos una combinación adecuada de panem et circenses a cambio de impuestos.

Vivir tiene un precio

Pero ese bienestar no es gratis. Vivir en un mundo como el nuestro tiene un precio. Por citar sólo un ejemplo, cada día mueren en las carreteras de todo el mundo 3.500 personas, y varios cientos por simples caídas. A diario asumimos infinidad de riesgos que no valoramos y que consideramos parte normal de nuestras vidas.

En su momento, la decisión de recurrir a la energía nuclear tuvo por finalidad resolver uno de los problemas más importantes a que se enfrentaba el mundo: la creciente demanda de energía y el riesgo de desabastecimiento a largo plazo.

Quienes tomaron aquella decisión en muchos países prefirieron el riesgo de las instalaciones nucleares -que se ha demostrado incomparablemente inferior al de otras industrias- frente al peligro de limitar el crecimiento económico. ¿Qué tiene para algunos el riesgo nuclear que, salvo Chernobyl, no ha producido accidentes con muertos?

Si el mundo renunciara a las centrales nucleares, su producción actual debería obtenerse con gas, por ejemplo. Ello representaría aumentar la demanda de gas actual en un 32 por ciento. ¿Podría el mercado responder a esta demanda? ¿Y dónde estarían los precios? El aumento de emisiones gaseosas sería monumental (1.100 millones de toneladas de CO2, el 5 por ciento del total mundial). Y habría que contar con las indemnizaciones por la decisión expropiatoria en los países que la adoptasen. Esto no sería un riesgo, sino un verdadero tsunami energético, ambiental, financiero y fiscal.

Hoy, más que nunca, es necesario analizar los hechos y debatir con serenidad. No se debe legislar en caliente, nos repiten algunos políticos -por ejemplo, para no acometer la ley de huelga, pendiente desde hace 34 años-. Sigamos de cerca el caso de Fukushima y adoptemos decisiones sosegadamente, con datos y no con el estómago.

No parece que seamos conscientes de los riesgos que corremos a diario por vivir en el siglo XXI. El nuclear es uno más, más estudiado y cuantificado y mejor gestionado que casi cualquier otro. Podemos decidir eliminarlo. Pero, al hacerlo, ¿sabemos qué otros riesgos estamos aumentando y hasta qué niveles?

Pedro Mielgo. Ex presidente de REE.

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