
Si no hay mal que por bien no venga, en la crisis del euro lo es porque ha desviado la atención de los peligros del dólar.
Hace bien poco, los observadores más confiados predecían al unísono que el dólar estaba a punto de perder su exorbitante privilegio de primera moneda internacional. Primero fue la crisis financiera, nacida y alimentada en EEUU. Después, la segunda ola de facilitación cuantitativa, que parecía estar diseñada para bajar el dólar en las bolsas internacionales. Todo esto ha hecho inevitable la posible pérdida del predominio de la divisa.
Ahora se ha dado la vuelta a la sartén y es Europa la que está sumida en graves problemas económicos y financieros. Es el Banco Central Europeo el que parece no tener más remedio que ampliar su programa de adquisición de bonos. Es en la zona euro donde el estancamiento político impide a los responsables resolver el problema.
Mientras, en EEUU tenemos la extensión de los recortes fiscales de Bush y las reducciones del impuesto sobre la nómina, una secuela del estímulo fiscal con fecha de vencimiento. El compromiso fiscal, como se le conoce, ha llevado a los economistas a mejorar sus pronósticos para el crecimiento del país en 2011 del 3 al 4 por ciento. En Europa, donde la austeridad fiscal hace furor, es sumamente improbable que se produzca esta clase de revisión al alza.
Como consecuencia, el dólar será más fuerte y el euro más débil de lo esperado. Puede que China haya hecho ruido político respecto a la compra de bonos irlandeses y españoles, pero ¿qué moneda -el euro o el dólar- parecerá a los bancos centrales prudentes más atractiva para mantenerla en sus reservas?
¿Y qué hay de las alternativas? Por supuesto, hay varias economías más pequeñas cuyas monedas podrían resultar atractivas a los inversores extranjeros públicos y privados, desde el dólar canadiense hasta el australiano, pasando por el real brasileño o la rupia india. Pero los mercados de bonos de países como Canadá y Australia son demasiado reducidos como para que sus divisas lleguen alguna vez a desempeñar un papel más que modesto en los porfolios internacionales.
Los mercados brasileño e indio son potencialmente más grandes, pero a estos países les preocupa lo que una compra extranjera considerable de sus títulos significaría para su competitividad exportadora. Les preocupan las implicaciones de los flujos de capital extranjero para la inflación y las burbujas de activos. India retiene unos controles de capital que limitan el acceso de inversores extranjeros a sus mercados, restringiendo a su vez el atractivo de su moneda para un uso internacional. Brasil ha triplicado su anterior impuesto sobre la adquisición foránea de sus títulos. Otros mercados emergentes se han movido en la misma dirección.
Y China está en el mismo barco. Dentro de diez años, el renminbi podría ejercer de protagonista en el escenario internacional, pero por ahora los controles de capital limitan su atractivo como vehículo de inversión y divisa internacional. Sin embargo, eso no ha impedido al Banco Central malasio añadir bonos chinos a sus reservas extranjeras ni a empresas como McDonald's o Caterpillar emitir bonos denominados en renminbis para financiar sus operaciones en China. Aun así, el país deberá moverse mucho más allá en la apertura de sus mercados financieros, mejorando su liquidez y reforzando el imperio de la ley antes de que su moneda pueda pasar a un uso generalizado internacional. Así pues, lo más probable es que el dólar continúe donde está, aunque sólo sea por falta de alternativas.
El privilegio exorbitante viene con una responsabilidad también exorbitante. Lo único que podría poner en peligro el predominio del dólar sería una mala gestión económica importante en EEUU, y eso no es algo que pueda descartarse.
El Congreso y el Gobierno no han dado muestra alguna de estar dispuestos a tomar las difíciles decisiones que hacen falta para cerrar la brecha presupuestaria. Los republicanos se han autoungido como el partido del no más impuestos e imaginarios recortes del gasto. Los demócratas son incapaces de articular una alternativa. En 2011, volveremos a ver un déficit de un billón de dólares. Cuesta imaginar que 2012, siendo un año de elecciones, sea diferente. La situación no hará más que empeorar después, cuando la generación del baby boom se jubile y se infle el coste de la sanidad y las pensiones.
Europa ha tenido la gentileza de recordarnos exactamente cómo evolucionan estas crisis financieras: los inversores, antes optimistas, se dieron cuenta un buen día de que tener dólares es arriesgado. Temen que el Gobierno estadounidense, incapaz de solucionar la cuadratura del círculo presupuestario, imponga una retención tributaria sobre los intereses de los bonos del Tesoro, en especial a los extranjeros. Los diferenciales de los bonos se dispararán y el dólar se vendrá abajo cuando los inversores huyan de la divisa. La repercusión en el sistema internacional no será agradable. Los tipos de cambio del dólar canadiense y australiano subirán como la espuma. Un euro repentinamente fuerte perjudicaría los esfuerzos europeos de recuperación y hundiría su economía de nuevo en el caos. Los mercados emergentes, como China, reticentes a cualquier movimiento en sus tipos de cambio, experimentarían una aceleración marcada de la inflación y responderían con unos controles aún más distorsionadores.
El privilegio exorbitante viene con una responsabilidad también exorbitante. La de evitar que el sistema monetario y financiero internacional se hunda en el caos corresponde a EEUU. ¿Cuánto tiempo tiene? Las crisis monetarias suelen producirse justo antes o después de las elecciones. ¿Digamos en noviembre de 2012?