El pasado 2 de diciembre, el BCE reanudó sus intervenciones en el mercado de deuda soberana, una medida que había iniciado en mayo de 2010 ante la extrema presión que estaban registrando los mercados financieros europeos fruto de la incertidumbre en cuanto al rescate de Grecia y sus potenciales consecuencias sobre el resto de estados soberanos del área euro.
Las intervenciones del BCE se mantuvieron durante los meses de junio y julio con el objetivo no sólo de controlar los precios de los títulos de deuda pública de los tesoros periféricos, sino también con el de dotar de liquidez a un mercado que se había visto roto por la desconfianza, al igual que sucedió con los mercados de financiación mayorista a finales de 2008 tras la caída de Lehman Brothers.
La aprobación de un mecanismo europeo de rescate fue el catalizador para la normalización de los mercados de deuda pública en Europa antes del verano, pero las tensiones vividas en Irlanda durante octubre y noviembre han desencadenado, de nuevo, fuertes tensiones en las cotizaciones de la deuda soberana de los países periféricos en la última fase de 2010.
La intervención del BCE obedece de nuevo a la necesidad de colaborar en la progresiva normalización de los mercados de deuda en un contexto de elevada desconfianza y tratar de contrarrestar el castigo de los inversores a los países periféricos.
La acción del BCE constituye sin duda una medida muy necesaria y una señalización del compromiso de la autoridad monetaria para preservar la estabilidad de los mercados financieros europeos.
Se puede debatir el grado de fundamento con el que se han comportado los inversores en relación con las economías periféricas del área euro a lo largo de 2010, y sin poder descartar al cien por cien la hipótesis de sobrerreacción en determinados momentos, parece claro que gran parte de la incertidumbre vivida en los últimos meses se origina en la velocidad de reacción de las instituciones comunitarias.
Velocidad de reacción para hacer frente a las tensiones, para establecer y definir con un elevado grado de concreción, en su caso, medidas de apoyo, y finalmente, pero no menos importante, a la falta de unidad mostrada por los estados miembros del área euro a la hora de definir estos mecanismos.
Y es por estas razones que la intervención del BCE no debería considerarse solución definitiva a los problemas que aquejan a las economías periféricas de la zona euro, ni tampoco el catalizador para un punto de inflexión en el comportamiento de los mercados de deuda soberana.
Se trata de un apoyo para evitar distorsiones en los mercados financieros, que se antojaba muy necesaria para limitar la extrema volatilidad de losmercados en las semanas previas a la intervención del BCE.
Adicionalmente, es preciso considerar que la inestabilidad en losmercados de deuda soberana estaba teniendo implicaciones negativas sobre la capacidad de financiación del sector privado en los mercados mayoristas.
En suma, la situación de los mercados justificaba la reaparición del BCE, pero no sólo con el objetivo de limitar el daño a los estados soberanos, sino también como herramienta indirecta para limitar el daño que sobre el sector privado pudiese tener la persistencia de esa situación.
En este sentido, corresponde a los estados miembros seguir trabajando no sólo en la vía de la recuperación de la confianza de los inversores a través del cumplimiento
de los planes de austeridad fiscal (un plano de acción individual), sino también en la dirección del diseño de mecanismos comunitarios que refuercen la unión económica y monetaria (un plano de acción colectivo).
Como bien señalaba Jean Claude Trichet en su última comparecencia, hasta la fecha la unión monetaria ha funcionado correctamente; los progresos han de hacerse ahora en materia de unión económica.
Un elemento que se antoja clave para recuperar la confianza de los inversores en la solidez del proyecto europeo, y para limitar episodios de incertidumbre como
los registrados durante 2010.
Pablo Guijarro. Analista de mercados de Afi.