Cuando el G20 tomó un papel relevante en encontrar la salida a la última crisis, parecía que algo había cambiado en la política internacional. Había aparecido la solidaridad. Un mandatario era capaz de tomar una decisión buena para el bien común, pero mala a corto plazo para sus ciudadanos, para su partido e incluso para él mismo. Sin embargo prevalecía el bien común, lo que, en un mundo globalizado, es enormemente importante.
La creación del EFSP o Plan de Estabilidad Financiera Europeo sorprendió a propios y extraños. Por primera vez, un país como Alemania había puesto toda la carne en el asador, y eso que Angela Merkel estaba al borde de unas elecciones. Prevalecía el bien común.
La reunión del G20 de estos días en Seúl ha decepcionado a todo el mundo. Una vez que el peligro de quiebra del sistema financiero ha desaparecido, una vez que el escenario de una segunda Gran Depresión se ha disipado, todos los gobiernos empiezan a mirar por sí mismos. Y no estoy queriendo decir que miren por sus países, sino que miran por su propia supervivencia. El espíritu de unidad se ha roto. La fuerza necesaria para acometer reformas válidas en todo el globo ya no existe.
Cuestiones importantes
Los temas de discusión que llegaron al G20 eran extremadamente importantes: la guerra de las divisas, avanzar en la reforma financiera, y la situación de la deuda europea. En un mundo ideal habríamos salido de la reunión con un plan de acción para el sistema financiero internacional, se habría decidido considerar las devaluaciones competitivas como medidas proteccionistas y, aprovechando la presencia de todos los mandatarios, se habría decidido un plan de acción para Irlanda.
Pero el G20 no ha tomado medidas. Únicamente se ha llegado a una serie de conclusiones vagas. Ni EEUU ni China se comprometen a cambiar su política, parece que se aplaza la reforma financiera en lo que atañe a las entidades sistémicas, y Alemania aplaza la reforma del EFSP. Repasemos la situación que hay detrás de los temas más importantes que había a debate en la Cumbre.
Primero, la guerra de divisas. No es sostenible. En un entorno en el que los países emergentes tienen más crecimiento, más estabilidad y tipos más altos, es natural y necesario que sus divisas se aprecien. Es la búsqueda del punto de equilibrio. Alargarlo les hará importar inflación e inestabilidad. Es el precio que hay que pagar por que te vaya bien. Sin embargo, la aproximación de Estados Unidos a China es extremadamente hipócrita.
Pedir a China que aprecie el yuan mientras Ben Bernanke está imprimiendo dólares a razón de 600 millardos el paquete, y por tanto debilitando su moneda, es tocar al contrario algo más que las narices. China ya ha anunciado las metas de su nuevo plan quinquenal: el objetivo es crear una clase media que eleve el consumo de su población, y los medios son elevar la ayuda al mundo rural y mejorar la seguridad social. Ambas medidas serán extremadamente costosas.
China necesita apreciar su divisa considerablemente, pero no ahora. Precisa financiar el nuevo plan quinquenal con sus exportaciones. Veámoslo de otra forma. Si mañana China apreciase su moneda un 25%, dispararía la inflación de todo el mundo (pues elevaría los costes de la Gran Fábrica), y probablemente pasaría a crecer a un ritmo inferior al 5%, con lo que dejaría de ser la locomotora de repuesto del crecimiento mundial. Además, probablemente entraría en un periodo de inestabilidad política por la falta de creación de empleo. China apreciará su moneda, lo necesita para defenderse de la inflación; pero lo hará cuando se lo dejen de decir, y lo hará despacio.
Más problemas
Segundo, avanzar en la reforma financiera. No es nada fácil ponerse de acuerdo en qué es necesario implementar para evitar una crisis como la anterior. Pero es necesario hacerlo. Los gobernantes tienen limitado su poder frente a los bancos cuando están en sus propios países. Sin embargo, el paraguas común del G20 es perfecto para tomar decisiones e imponerlas desde fuera. Los ratios de capital siguen siendo insuficientes, las actividades de los bancos, demasiado arriesgadas, y su propósito está desvirtuado.
En la última crisis se puso un parche. Los Estados metieron en su mochila la deuda de los bancos, y para financiarla se endeudaron. Aunque necesario a corto plazo, no es sostenible que el negocio de los bancos se esté limitando a pedir prestado dinero casi gratis y a invertirlo en deuda gubernamental a largo plazo. Si los bancos no prestan al tejido productivo, la recuperación será demasiado frágil.
Tercer problema, y sin embargo es el que me hace ser optimista. Irlanda va a necesitar ayuda. A pesar de que tiene cubiertas sus necesidades de financiación hasta 2011, lo que más volatilidad aporta a los mercados es la incertidumbre. La falta de medidas y la belicosidad de Alemania (intentando en el peor momento cambiar el sistema de funcionamiento del plan) está llevando al resto de los países periféricos (incluida España) a ver peligrar su propia situación.
El plan EFSP está dotado de suficiente dinero para rescatar a Grecia, Portugal e Irlanda, pero no para absorber a España y a otro más. Nuestra economía sí tiene vencimientos a corto plazo, y tener que pedirlo prestado al 5% deteriora profundamente los planes de reducción del déficit.
¿Y la financiación?
A este rompecabezas hay que añadirle algo que pocos han considerado: la financiación de EFSP está basada en la credibilidad de Francia y Alemania. Si a la primera le bajasen un grado el rating, el plan no funcionaría. La pérdida de fuelle del ritmo de reducción del gasto, la complicada situación política de Sarkozy y la fragilidad de Irlanda lo ponen en jaque.
Digo que soy optimista porque creo que la situación irlandesa está al límite y puede hacer mucho daño al resto de Europa. Por eso, es necesario solventar su situación cuanto antes. Va a ser necesaria la colaboración internacional para sacar el asunto adelante, con el trabajo en equipo de Europa, la flexibilidad de Alemania, y la capacidad de percibir los propios errores de Francia. El FMI, y por tanto los organismos internacionales, también se van a tener que involucrar.
Quizá es un problema humano. Estamos programados para trabajar en equipo, pero sólo en situaciones de crisis o de necesidad extrema. Si las cosas van bien, no lo necesitamos. Pues bien, Irlanda parece que tiene los componentes necesarios para ponernos a todos manos a la obra. Veremos. Y lo veremos pronto.
Ignacio Dolz de Espejo, Director de Inversiones en N+1 SYZ. Profesor de Inversión Socialmente Responsable en el IE Business School.