
Se espera que, a mediados de abril, el Departamento estadounidense del Tesoro publique su informe bianual sobre los regímenes monetarios de otros países, y este año existen grandes probabilidades de que China sea tachada de manipulador de divisa.
No hay dudas sobre que China manipula su moneda:tras una nueva vinculación al dólar estadounidense en verano de 2008 y la acumulación de unos 400.000 millones de dólares estadounidenses en un año de reservas adicionales (que en este momento alcanzan,entotal, los 2,4billones de dólares), la manipulación es más que evidente. Si se parece a un pato, nada como un pato y grazna como un pato, debe tratarse de un pato pequinés. Año tras año, la determinación de China de fijar el valor de su moneda se basa más en hechos políticos que económicos.
Hasta hace poco, las cabezas más serenas (como la del secretario del Tesoro, Tim Geithner, y la del director del Consejo Económico Nacional, Larry Summers) podían argumentar que enfrentarse a China por la divisa hubiera tenido un coste muy grande debido a las tensiones. Se hubiera podido provocar una guerra comercial y obligar a los mandatarios chinos, a los que no les gusta ceder ante la presión extranjera, a obstinarse aún más con mantener artificialmente fijada su moneda.
Pero este año las posibilidades de que China sea tachada de manipulador de la divisa han aumentado considerablemente por varias razones. En primer lugar, la tasa de desempleo en Estados Unidos es de casi el 10 por ciento, el 17 por ciento si incluimos a los trabajadores subempleados y desanimados. En segundo lugar, tres cuartas partes del superávit comercial de China están relacionadas con EEUU. En tercer lugar, China se vinculó nuevamente hace 20 meses y no muestra signos de querer cambiar su política monetaria.
En cuarto lugar, la presión política del Congreso de EEUU para mostrarse duro con China es constante y muy fuerte: un grupo bipartidista de 130 representantes ha firmado una carta en la que argumenta que ya es hora de que se etiquete a China como manipulador de la divisa. Mientras, en el Congreso aumenta el número de proyectos de ley proteccionistas contra China. En quinto lugar, a pesar del considerable aumento del desempleo durante la recesión, EEUU se abstuvo de adoptar medidas proteccionistas decisivas. El único caso evidente y explícito de dicho proteccionismo fue el de las importaciones de neumáticos chinos, una acción comercial de muy poca importancia dada la gravedad de la recesión estadounidense.
La sexta razón, y la más importante, es que la Administración estadounidense cree que la política de mantener la tranquilidad con respecto a China ha fracasado. Estados Unidos aceptó a regañadientes durante un tiempo que China se viera obligada a revincularse en medio de la tormenta económica y financiera de 2008-2009, ya que estaba perdiendo exportaciones rápidamente y soportaba una brusca disminución del crecimiento.
De hecho, si China no se hubiera vinculado, es posible que el yuan se hubiera devaluado. Pero a finales de 2009, la agresiva política de China desembocó en una rápida recuperación del crecimiento económico y de las exportaciones, y en un aumento de las presiones inflacionistas que habían podido ser contenidas en parte por la revaluación monetaria. Por consiguiente, cabía esperar que China empezara, o al menos mostrara, signos de empezar la lenta revaluación del yuan.
Por el contrario, cuando Obama fue a China a finales del año pasado, le dijeron que se olvidara del tema monetario. Fue ridiculizado por los chinos por los déficits presupuestarios y por cuenta corriente y por la acumulación de la deuda pública y exterior de Estados Unidos.
Por consiguiente, tras varios meses de una apaciguada diplomacia que no consiguió que los chinos se conmovieran ante la posibilidad de que a la Administración estadounidense se le acabara la paciencia, la Casa Blanca y el Congreso se pronunciaron públicamente sobre la cuestión monetaria.
Las cosas han empeorado tanto que incluso los partidarios tradicionales del libre comercio y pensadores influyentes como Paul Krugman y sus colegas del Peterson Institute for International Economics aducen ahora que ya es el momento de transmitir a China una amenaza explícita de sanciones comerciales.
Los políticos pueden forzar la jugada. Nadie cree que los movimientos monetarios por sí solos puedan reducir considerablemente el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos (o el superávit chino). Estos desequilibrios en las cuentas dependen también de otros factores, como el escaso ahorro privado y público de Estados Unidos y el elevado ahorro privado de China.
Factores demográficos tales como el envejecimiento de la población en China y la falta de una red de seguridad social mantienen el ahorro a largo plazo en una posición alta y preventiva, sobre todo teniendo en cuenta que sólo una pequeña cuota de los ingresos va al sector doméstico. El subdesarrollo del sistema financiero en China y su excesivo y distorsionado desarrollo en Estados Unidos es también otro de los muchos factores que promueven los desequilibrios. Pero también resulta evidente que la modificación de los desajustes en las cuentas corrientes depende tanto del cambio en el gasto, a través de las modificaciones en los tipos de cambio nominales y reales, como de las políticas de reducción del gasto de Estados Unidos y las políticas de aumento del gasto en China.
El tipo de cambio es uno de los mecanismos clave para el ajuste. También es obvio, tal y como ha argumentado el banco central chino, que el fortalecimiento de la vinculación al dólar estadounidense fue una medida de emergencia que se adoptó durante la crisis y que China está interesada en flexibilizar de nuevo este tipo de cambio. En plena economía de recalentamiento, la revaluación del yuan puede contener las presiones inflacionistas. Además, el hecho de tener un tipo vinculado, debido a los agujereados controles de las entradas de capital, significa que China pierde el control de su política monetaria y crediticia: no puede aumentar los tipos de interés para controlar la inflación y el recalentamiento sin que ello conlleve más entradas de capital, salvo que flexibilice su tipo de cambio. La intervención masiva y sólo parcialmente esterilizada incrementael dinero y el crecimiento del crédito, lo que agrava la inflación de los productos y la burbuja inmobiliaria, entre otras cosas.
Sólo el año pasado, los precios de la vivienda se incrementaron en más de un 32 por ciento en las principales ciudades e incluso seduplicaron en varias. La revaluación monetaria conseguiría también que las importaciones fueran más baratas (incluidas las materias primas denominadas en dólares) y aumentaría los ingresos reales del sector doméstico, lo que redundaría en un mayor consumo de los ciudadanos chinos y un menor ahorro.
Los teóricos chinos (que discuten estos asuntos en privado) creen a pies juntillas que, dejando aparte las presiones estadounidenses, sería beneficioso para China que dejara que su moneda se revalorizara gradualmente para contener el recalentamiento, la inflación y las burbujas de activos y para que aumentara el poder de compra de los hogares chinos para que consumieran más y ahorraran menos.
Pero el problema es que la mayoría de los mandatarios chinos descarta públicamente una apreciación del yuan en un futuro cercano. Desde diciembre, el premier Wen Jiabao ha sido especialmente claro a este respecto.
En marzo, reiteró que la divisa china no está infravalorada. En una reunión que mantuve con dirigentes chinos, éstos parecían casi resignados con la idea de que China sea etiquetado de manipulador de divisa.
Intentarán que haya diálogo, pero si Washington establece sanciones comerciales contra China, Pekín contestará. Una declaración de EEUU tachando a China de manipular su divisa no disparará de forma automática sanciones comerciales, sino que más bien llevará a un proceso de negociaciones y disputas que rectificarían la situación.
Pero la simple declaración de EEUU puede provocar el nerviosismo en los mercados financieros. El riesgo de que haya un choque por la fijación del precio de la divisa china y un aumento de las desavenencias comerciales entre el mayor deudor del mundo y la nación acreedora ha crecido significativamente en los últimos meses.