Octubre es, ya se sabe, un mal mes para el empleo. En toda la seria histórica de registros, nunca ha habido un descenso del desempleo en ese mes. Y por fortuna, el incremento del paro en octubre 2009 ha sido aproximadamente la mitad del que se produjo en 2008. Pero la magnitud objetiva del dato, cien mil parados más que añadir al cómputo global -hasta los 3.800.000 desempleados-, más de 3.000 parados diarios, es suficientemente escalofriante para que sea exigible una reacción intensa, en vez del conformismo que se desprende de los primeros análisis oficiales y oficiosos, que destacan la ralentización del crecimiento del desempleo.
Ya se sabe que la macroeconomía es terca y que no puede pretenderse reducir el desempleo mientras siga la recesión. De hecho, ni siquiera cuando empecemos a crecer y lo hagamos a tasas inferiores al 2% dejaremos de engordar las listas del INEM. Pero sí pueden reclamarse todas las medidas posibles que faciliten la contratación de los desempleados y la preservación del empleo de los afortunados que todavía lo conservan.
Recuperar el diálogo social
En definitiva, es urgente la recuperación del diálogo social, bajo el impulso decidido del Gobierno, que, lejos de convertirse en parte interesada en este debate, tiene la obligación de estimular los acuerdos con la amenaza de adelantarse a ellos.
Los agentes sociales tienen en su mano, de entrada, reformar el modelo de contratación de los parados -sin modificar el de los empleados- para animar a los empresarios a tirar de ellos. Y aún pueden negociar con el Gobierno sistemas ya ensayados en otras partes para evitar el cierre de empresas viables afectadas por la caída de la demanda y que sin embargo se recuperarán pasada la crisis.
Ante el dramatismo de la situación del empleo, no es legítimo ni aplazar las medidas pertinentes ni mucho menos proceder al habitual peloteo de responsabilidades que hace imposible cualquier proceso negociador. Ya se sabe que nuestros sindicatos se han desentendido históricamente de los parados para defender mejor los intereses de quienes tienen empleo, pero en esta situación de emergencia convendría que dieran primacía al sentido de solidaridad sobre cualquier estrategia particularista.