Bolsa, mercados y cotizaciones

El BCE es fiel seguidor de la receta del Bundesbank: controlar precios para crecer

Sede del BCE, en Fráncfort.

En Alemania la inflación es un tema tabú. Recuerda a otros tiempos. A un pasado remoto. En blanco y negro. A la época posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando las duras sanciones impuestas por el bloque aliado sembraron la semilla para que los precios germanos se dispararan. Lo hicieron a unas tasas que hoy parecen increíbles.

"En noviembre de 1923 los precios en Alemania eran 1,5 millones de veces más altos que antes de 1914. El marco carecía de valor, se había desplomado por completo", relatan Marjorie Deane y Robert Pringle en el libro bancos centrales. Esas cifras agravaron la crisis económica y encresparon los ánimos de una población cuya desesperanza fue el caldo de cultivo ideal para la irrupción y posterior desarrollo del nazismo.

Con estos precedentes, no es de extrañar que Alemania pusiera todos los medios posibles para luchar contra el encarecimiento de los productos al término de la Segunda Guerra Mundial. Había que empezar de cero, y para demostrarlo se fundó un nuevo banco central, el Bundesbank -o 'Buba', en términos coloquiales-.

Su nacimiento, en 1957, evidenció que la hiperinflación se había grabado a fuego en la memoria teutona. Era un enemigo al que no había que permitir ni el más mínimo respiro. De ahí que la nueva institución, cuya sede estaba en Fráncfort, fuera creada con el propósito de controlar la marcha de los precios. Y para evitar intromisiones, quedó al margen de las autoridades políticas.

A su imagen y semejanza

Con estas armas, el Bundesbank se labró una credibilidad absoluta durante la segunda mitad del siglo XX. Tanto, que Alemania y su divisa, el marco, se convirtieron en los ejes del proceso de integración de la Unión Económica y Monetaria (UEM). Es más, conforme fueron cristalizando las conversaciones para dar forma al Banco Central Europeo (BCE), no hubo ninguna duda acerca de los requisitos que debería cumplir: tenía que ocuparse básicamente de los precios, era indispensable que fuera independiente y debía estar en suelo alemán. Mejor aún, en Fráncfort.

Tres deseos, y los tres cumplidos. Desde su nacimiento, el BCE ha estado afincado en la ciudad alemana, ha gozado de independencia y, sobre todo, ha hecho de la lucha contra la inflación su verdadera carta de presentación. El objetivo fundacional que recogen sus estatutos no es otro que "mantener la estabilidad de precios". Una meta que en octubre de 1998 fue definida con mayor precisión: "Una tasa de inflación inferior, pero próxima al 2 por ciento a medio plazo".

De este modo, el BCE hacía suya la máxima fundamental del Bundesbank de controlar la inflación como medio para crecer de forma equilibrada. Así, aunque la entidad europea, a diferencia de la Reserva Federal, no tiene la meta taxativa de perseguir un crecimiento sostenido con el mayor empleo posible, sí la posee indirectamente.

Si se dejara que los precios se descontrolaran o fueran demasiado volátiles, los efectos sobre la economía serían perniciosos: entre otros, la capacidad de compra de los ciudadanos se reduciría, se exportaría menos y los empresarios no invertirían ni crearían empleo. Dados estos riesgos, y como reitera siempre que puede el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, "la mejor contribución que la institución puede hacer por el crecimiento económico es defender la estabilidad de los precios".

¿Cómo lo ha hecho el BCE?

Con diez años ya a sus espaldas, ¿cómo lo ha hecho el BCE en este terreno? Las cifras le otorgan una alta calificación. Desde 1999, año en que asumió el manejo de la política monetaria de la zona euro, la inflación media de la región se ha situado en el 2,1 por ciento, prácticamente en línea con el objetivo buscado. Sin embargo, la sensación entre la población es muy diferente, algo que la propia institución no niega.

A la hora de hacer balance, el español José Manuel González-Páramo, uno de los seis miembros del Comité Ejecutivo del BCE, admite la existencia de "cierta disociación entre la inflación percibida por los ciudadanos y la tasa de inflación realmente observada". Reconoce el dañino impacto provocado por el redondeo de precios tras la llegada del euro, pero también precisa que su efecto fue limitado y que la brecha entre la inflación percibida y la real se ha ido cerrando desde 2003.

Pese a ello, el BCE no puede dar por ganada la batalla de la inflación. Por un lado, debe seguir esforzándose en explicar a los ciudadanos y políticos europeos la importancia de mantenerla bajo control. Y por otro, la crisis financiera ha reabierto el debate sobre el seguimiento que los bancos centrales deben hacer del encarecimiento de los productos y servicios. En esa polémica, el BCE tiene que demostrar su nuevo papel en la esfera internacional. Debe demostrar que, en efecto, es justo heredero del Bundesbank.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky