En Wall Street el destino está descrito en forma de algoritmo y puede cambiar en una milésima de segundo. Para JP Morgan y su mimado guardian, Jamie Dimon, seis semanas han sido suficientes no sólo para tirar por tierra la impecable reputación del mayor banco por activos de Estados Unidos, sino también para evidenciar que la industria y sus reguladores no han aprendido la lección dejada por la crisis subprime sufrida en 2008. Ahora, en medio del turbulento asedio de la banca europea y una enclenque recuperación económica, el acorazado bancario de EEUU intenta ejercer un torniquete de emergencia a unas pérdidas que superan con creces los 2.000 millones de dólares.
De hecho, según adelantaba la semana pasada el New York Times al citar fuentes cercanas al banco, la sangría podría ser un 50 por ciento mayor a lo inicialmente previsto. Es decir, los temores de Dimon se hacen realidad, tras advertir que a los 2.000 millones de dólares ya contabilizados podrían sumarse, al menos, otros 1.000 millones de dólares más. De momento, en "la calle del muro" las represalias son dispares.
Stifel Nicolaus bajaba su recomendación sobre JP Morgan a mantener desde comprar mientras que FBR Capital Markets también hacía lo propio al citar el impacto que "los derivados de riesgo" podrían tener en los libros del banco. Desde Goldman Sachs, reconocieron que "la pérdida añade incertidumbre" pero su impacto directo en los beneficios es manejable. Se baraja así una disminución de la rentabilidad de alrededor del 5 por ciento por lo que el banco quedaría fundamentalmente intacto. Eso sí, JP Morgan cuenta con aproximadamente 100.000 millones de dólares en bonos y activos que implican un cierto grado de riesgo.
Mike Mayo, mítico analista de Wall Street y actualmente el único que mantiene una recomendación por debajo de neutral para JP Morgan explicó al Wall Street Journal que "los factores que contribuyeron a la crisis financiera se encuentran todavía presentes". Además denunció que "los supervisores siguen teniendo incentivos para tener perspectivas positivas sobre el banco, un hecho que no está sólo limitado a los analistas de Wall Street". Sin embargo, pese a que la pérdida del valor bursátil ronda casi los 20.000 millones de dólares, comprar acciones de la entidad a 34 dólares es apetecible, pese a la incertidumbre.
Una herida abierta
El problema en el entruncado y oscuro submundo de la trastienda financiera es que esta operación, orquestada por Bruno Iksil, más conocido como la ballena londinense, todavía desangra las cuentas de JP Morgan. La incapacidad de suturar esta brecha tiene su origen en un grupo de indicadores que miden muy de cerca la evolución de los bonos de deuda corporativa. Entre ellos se encuentra el conocido como el CDX NA IG Series 9 con maduración en 2017, elaborado por Markit y que sigue de cerca el comportamiento de un total de 121 emisores de deuda corporativa en EEUU, entre ellos empresas como Kraft o Walmart.
Este índice, junto a otros similares, fueron las herramientas básicas que guiaron a Iksil en su descomunal apuesta, una operación falta "de supervisión y sentido común", según explicaría más tarde el propio Dimon.
Con esta brújula por bandera, Iksil tomó posiciones descomunales apostando que las condiciones crediticias de dichos bonos de deuda iban a mejorar. Sin embargo, su inversión fue tan grande que su sensibilidad a cualquier movimiento en dicho mercado podría ser mortal? y así fue. A través de derivados sintéticos, un instrumento de inversión que básicamente se asemeja a un seguro, este trader vendió contratos a clientes de la unidad de inversión del banco, con sede en Londres, apoyando esta tesis. La bomba estalló cuando la suerte cambió de rumbo y comenzó a soplar en contra de JP Morgan.
Ahora, mientras el banco todavía intenta deshacer posiciones, muchos hedge funds se aprovechan todavía de este desaguisado para exprimir al máximo las pérdidas del banco y de ahi que sea difícil todavía para JP Morgan evaluar el impacto total. Desde Oppenheimer & Co. calculan que las pérdidas podrían llegar a rozar los 5.900 millones de dólares según los primeros análisis aunque dudan que la suma total llegue a alcanzar dicha cifra.
Bajo la lupa de los reguladores
En medio de la marea informativa, este evento ha puesto en jaque a las autoridades de EEUU. Desde la Comisión de Mercados y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) hasta el Departamento de Justicia pasando por la Reserva Federal e, incluso, el FBI pondrán en cuarentena esta operación en busca de algún tipo de brecha. Mientras tanto, Dimon tendrá que comparecer ante el Comité Bancario del Senado, que busca esclarecer lo ocurrido.
Al fin y al cabo, pese a que el consejero delegado de JP Morgan saliera airoso de la Junta de Accionistas celebrada la semana pasada en Tampa, Florida, donde Dimon conservó su doble papel al mando de la compañía y como presidente del Consejo, además de su paquete salarial, el malestar entre el accionariado del banco es una realidad.
De hecho, en Washington, un total de 38 legisladores, entre demócratas y republicanos, podrían tener invertidos entre 2,1 y 3,8 millones de dólares en acciones de JP Morgan.
A ello habría que sumar el hecho de que Dimon ha sido uno de los principales opositores de la Ley Volcker, una propuesta realizada por el ex presidente de la Reserva Federal cuyo objetivo es prohibir que los bancos inviertan a beneficio propio con los depósitos de sus clientes. Estas limitaciones reducirían sensiblemente los beneficios de la industria.