El presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, comparece hoy ante el Senado para ganarse un segundo mandato en el banco central de EEUU. La ley impone que sea así, que pase por esta Cámara, que exponga los motivos para ser reelegido y que los senadores den su visto bueno. Aparentemente, un mero trámite. El autor de El cisne negro se retirará si Bernanke es renovado.
Más aún, después del mayoritario -que no unánime- respaldo que recibió el presidente norteamericano, Barack Obama, cuando apostó, allá por finales de agosto, por Bernanke seguir al frente de la Fed cuatro años más, hasta el 31 de enero de 2014.
Ahora bien, el presidente de la institución monetaria deberá sudar la camiseta. No tanto porque corra peligro su reelección, ya que rechazar su candidatura introduciría una incalculable volatilidad en unos mercados que aún no andan sobrados de confianza. Lo que está en juego trasciende la figura de Bernanke. Afecta al futuro y la propia razón de ser del banco central más influyente del mundo. Bernanke cree que una auditoría a la Fed sería perjudicial para la economía.
Así lo presagian las propuestas que varios senadoras han presentado en las últimas semanas. Sobresale la del republicano Ron Paul, que ha planteado la posibilidad de auditar en el Senado las decisiones de política monetaria de la Fed. También destaca la del demócrata Christopher Dodd, quien además preside el Comité Bancario del Senado, ante el que, en concreto, comparecerá hoy Bernanke. En su caso, ha puesto en entredicho que la labor de la Reserva Federal como supervisor bancario.
Especialmente relevante es la proposión del primero. De salir adelante, socavaría la independencia de la Reserva Federal, un activo de incalculable valor para todo banco central que se precie, puesto que actúa como escudo contra presiones políticas e intereses electoralistas puntuales. Ahora bien, aunque Bernanke ya ha mostrado su total oposición a esta iniciativa, tampoco estaría de más que mostrara algún atisbo de autocrítica.
Supuestamente, la independencia conferida a los bancos centrales responde a que, gracias a ella, serán más libres para adoptar decisiones poco populares, como puede ser una subida de los tipos de interés. Sin embargo, la Fed y varios de sus 'colegas' no se han destacado en las dos últimas décadas por actuar como 'aguafiestas', y sí como 'animadores de la fiesta', algo que Bernanke debería reconocer cuando defienda a ultranza la necesidad de que el banco central norteamericano siga siendo independiente.
Adicionalmente, afrontará, como poco, otras dos embestidas. La primera, cómo tiene previsto dotar a la Fed de nuevas armas con las que prevenir, y no sólo curar, la formación de nuevas burbujas en el futuro. En este campo, las alusiones pueden ser directas. Bernanke dedicó años al estudio de la Gran Depresión de los años 30 y ahora ha puesto en marcha políticas que han perseguido evitar los errores que condujeron a las graves consecuencias sufridas entonces. Pocos discuten que su reacción ha evitado males mayores. Lo que sí resulta más discutible es que no hiciera más por impedirlo, algo que ha prolongado lo que ya viene siendo algo así como una tradición en la historia del banco central de Estados Unidos.
En 1928, justo antes del 'crac del 29', el entonces presidente de la institución, Roy Young, ya advirtió de los posible riesgos que se cernían sobre la economía estadounidense, que por aquellos años nadaba en euforia y crecimiento sin -aparentes- límites. En 2006, Alan Greenspan, el antecesor de Bernanke como máximo representante de la Fed, avisó igualmente de la amenazante presencia de una "exuberancia irracional" en los mercados. Pero ni en un ni en otro momento los mandatarios de la entidad acertaron a traducir luego esas advertencias en medidas concretas que desinflaran las burbujas que se estaban hinchando. Salvo sorpresa, Bernanke será interrogado por ello.
En cuanto a la segunda, consistirá en escudriñar varias de las actuaciones más polémicas que Bernanke ha protagonizado desde que llegó a la silla presidencial el 1 de febrero de 2006. Y entre ellas sobresale la operación que tejió, junto con el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson, para rescatar a Merrill Lynch, finalmente adquirida por Bank of America.
La Fed, que está a punto de cumplir su 96 cumpleaños, fue constituida tras las sucesivas crisis bancarias de la década de 1890 y 1907. Un siglo después, otra crisis, la actual, abrirá sin duda una nueva etapa para el banco central más poderoso del planeta. Y esa fase podría definirse con más concreción a partir de hoy, cuando el académico Ben Bernanke defienda ante el 'tribunal' del Senado que reúne las credenciales para seguir cuatro años más.