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Wall Street respira aliviada por la reforma de Obama

La reacción inicial de los analistas a la esperadísima reforma de la supervisión financiera anunciada por Barack Obama fue desalentadora: los mayores costes y las cortapisas a su operativa reducirán los beneficios de los bancos y su capacidad para salir rápidamente de la crisis.

Hasta Standard & Poor's rebajó el rating a 22 entidades con estos argumentos. Sin embargo, la realidad es que esto no es ninguna sorpresa y que la reforma se quedó bastante corta para lo que podía haber sido.

Los analistas criticaban anoche que estas normas harán a la banca norteamericana menos competitiva y menos rentable. Básicamente, las protestas se centran en los límites al riesgo y al apalancamiento, que han sido los motores del crecimiento del sector en los últimos años. Además, la mayor regulación se traducirá en mayores costes y unas mayores exigencias de capital, lo que dañará aún más a los resultados.

No se puede decir que les falte razón, pero hay que poner las cosas en perspectiva. Es precisamente el exceso de riesgo y de apalancamiento lo que ha provocado la crisis actual, que ha llevado a la quiebra a todo el sector y que ha obligado a su rescate mediante fondos públicos. Era absurdo esperar que la reforma fuera a permitir que continuaran esos excesos y que pudieran provocar una nueva catástrofe. Igual que era ingenuo esperar que un sector que ha sufrido una crisis de este calibre pueda volver a crecer en los próximos años como hasta 2007, como si nada hubiera pasado. Porque algo ha pasado, y ese algo es muy gordo.

Vista en ese contexto, la reforma anunciada ayer no es para tanto. De hecho, podía haber sido mucho peor, lo que provocó un suspiro de alivio generalizado en Wall Street. Porque las anteriores grandes crisis financieras trajeron reformas mucho más importantes que ésta: la crisis de 1907 hizo que se creara la Reserva Federal, y la Gran Depresión dio origen a la normativa que obligaba a separar la banca comercial de la de inversión.

Un precio bastante bajo

Para empezar, ni hablar de las restricciones a la remuneración de los ejecutivos, una de las supuestas claves de la reforma que ha caído en el olvido. Pero lo importante es que el precio que debe pagar el sector financiero es bastante pequeño en comparación con lo que ha recibido del Gobierno: una inyección de más de 1,2 billones de dólares en conjunto, si sumamos los rescates de AIG, Fannie Mae y Freddie Mac, y el TARP.

Y a cambio de esa riada de dinero público, Wall Street únicamente debe reducir un poco su toma de riesgo (apalancamiento), ofrecer más información sobre los productos que coloca a sus clientes y admitir que el Gobierno tenga el poder para desmembrar a cualquier entidad que considere demasiado grande y peligrosa. No parece un mal trato, desde luego.

Según David Weidner, columnista de MarketWatch, "el mayor alivio consiste en que el Gobierno no se ha embarcado en un regreso a las limitaciones de la era de la Depresión a lo que las entidades financieras pueden hacer. JP Morgan Chase puede seguir siendo a la vez un banco minorista y un banco de inversión, Incluso podría vender seguros si quisiera".

A su juicio, "en un esfuerzo para proteger al sistema sin destruir la capacidad de conseguir beneficios de la toma de riesgo, el gobierno de Obama ha concedido el beneficio de la duda al mercado". "Los valores financieros han bajado, pero se recuperarán. Estás vivo y en el juego si todavía respiras", concluye.

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