Occidente no sólo presiona al gigante asiático porque considera que el yuan está infravalorado, sino también porque sus 'vecinos' imitan la política que ejerce Pekín.
Las delegaciones de las 20 mayores potencias económicas del mundo y de los países emergentes más pujantes ya están en Seúl (Corea del Sur). Es la primera vez que un país ajeno al G-8 acoge una reunión de estas características. Todo un síntoma del espíritu que rodea a la cumbre del G-20, marcada por la fortaleza de países como China o Brasil y la debilidad que aún acompaña a Estados Unidos y varios de los países de la zona euro.
Un entorno, por tanto, que todavía está marcado por la crisis. Es más, es su último coletazo el que dictará la agenda de los debates. Consiste en la denominada Guerra de las Divisas, desatada a mediados de septiembre y en cuyo trasfondo radica, precisamente, la disparidad existente entre la realidad económica de las distintas regiones mundiales.
Mientras Occidente se debate entre austeridad o estímulo para salir de la peor crisis que ha sufrido en generaciones, gran parte de Oriente se relame. Asia-Pacífico, excluido Japón, será la región que más crezca del mundo este año, un 8,4 por ciento. Malasia, Tailandia, Laos, Mongolia y Papúa-Nueva Guinea superarán el 7 por ciento, encabezados por China, que puede cerrar 2010 con un crecimiento del 10 por ciento, según datos oficiales. Su estrategia para combatir la crisis ha sido clara: compensar el frenazo de las exportaciones aplicando fuertes estímulos fiscales y monetarios.
Dinero caliente
Gracias a sus buenas expectativas de crecimiento y a que los países desarrollados mantienen aún políticas monetarias expansivas, Asia -que lleva desde 2002 reduciendo la pobreza extrema- es en la actualidad el lugar más atractivo para los inversores europeos y los estadounidenses. No ofrece la misma rentabilidad un bono asiático que uno estadounidense, donde los intereses son mucho menores. Malasia, Corea, Australia y Taiwán e incluso China se han permitido empezar a subir sus tipos de interés por las tensiones inflacionistas que padecen.
El sex-appeal asiático supone, no obstante, la llegada de enormes flujos de capital que están ejerciendo muchísima presión sobre las divisas locales y que pueden engendrar burbujas. Técnicamente, este capital recibe el nombre de dinero caliente, puesto que entra ávido de conseguir rápidas rentabilidades. Toda la región, salvo Japón y Corea, ha experimentado una apreciación media de entre el 10 y el 15 por ciento de sus monedas con respecto a los niveles precrisis, antes de que cayera Lehman Brothers.
La que más ha subido en términos reales es la rupia indonesia: el pasado agosto había experimentado una apreciación del 22 por ciento interanual con respecto al dólar americano. El ringgit malayo, el baht tailandés y el peso filipino también están conociendo un espectacular ascenso nominal. Lo mismo ocurre con el yuan chino, aunque en su caso de forma más moderada.
Las bolsas de India, Hong Kong, Taiwán, Malasia, Singapur, Filipinas, Tailandia y Corea alcanzaron recientemente máximos anuales. Según el banco con sede en Singapur DBS, desde abril de 2009 la región ha recibido unos 2.000 millones de dólares diarios (unos 1.435 millones de euros).
A esta llegada masiva de capitales se suma que Estados Unidos, lastrado por el déficit comercial, está aplicando políticas monetarias expansivas para estimular su crecimiento doméstico. Esto indirectamente deprecia el dólar, lo cual obliga a estos países a hacer lo propio con sus divisas si no quieren perder competitividad.
Sumamente dependientes del sector exterior, las economías asiáticas se encuentran en una encrucijada: si permiten la entrada de capitales, se fortalecen sus monedas, lo cual perjudica a sus bases exportadoras. De ahí que algunos gobiernos estén endureciendo los controles contra esos flujos de capital e interviniendo en sus mercados cambiarios para mantener bajo el valor de sus divisas.
"Si los flujos de capital continúan siendo fuertes, especialmente teniendo en cuenta un escenario de débil crecimiento económico, las autoridades [asiáticas] deberán asegurar la competitividad, la estabilidad del sector financiero y la baja inflación", asegura Vikram Nehru, economista jefe del Banco Mundial para Asia Pacífico.
País por país
Singapur reconoció recientemente que su economía estaba ralentizándose, aunque de momento piensa aguantar el tirón y no frenará la apreciación de su dólar. Por su parte, el Gobierno de Tailandia acordó hace unos días fijar un impuesto del 15 por ciento a las ganancias de capital y renta por intereses derivados de la inversión extranjera en deuda soberana.
El anuncio desde Bangkok, provocado por la apreciación de un 5 por ciento del baht con respecto al dólar estadounidense entre los meses de enero a agosto, se produjo una semana después de que Brasil duplicara al 4 por ciento un impuesto a los flujos de capital hacia los bonos soberanos del país y a otros instrumentos, en un intento de contener la presión alcista sobre el real.
En Indonesia, el 70 por ciento de los títulos bursátiles están en manos extranjeras, según los últimos datos del Banco Mundial. El mes que viene, el banco central ha anunciado un aumento de las reservas para drenar liquidez del sistema. No le interesa subir los tipos para seguir manteniendo tasas fuertes de crecimiento, así que opta por esta medida para contener la inflación.
El caso japonés es paradigmático porque, en la situación actual, el yen debería perder valor -Japón es de los pocos países del mundo que registran un triple cero: estancamiento económico, deflación y dinero prácticamente gratis-. Sin embargo, entre los inversores, la divisa nipona sigue considerada como valor refugio. El ejecutivo de Naoto Kan, atenazado por un enorme déficit público y el consumo estancado, apenas tiene margen fiscal de endeudamiento: se necesita exportar.
El pasado 15 de septiembre, el Banco de Japón (BOJ) decidió, bajo fuertes presiones del Gobierno, intervenir en el mercado de divisas por primera vez en casi siete años para frenar un yen a su nivel más alto en 15 años. Cuando actuó, el yen se cambiaba ligeramente por debajo de las 83 unidades por dólar. Ayer se encontraba en los 82,5 yenes, con lo que permanece en máximos desde 1995, razón por la que los expertos esperan nuevas intervenciones salvó que la cumbre de Seúl depare novedades sustanciales sobre la evolución de las visas.
Según un sondeo realizado por Reuters entre 500 economistas de los países del G7 y de Asia, Japón podría estancarse por completo en el cuarto trimestre de este año antes de reactivarse lentamente en 2011. Su recuperación debería provenir del sector exterior, pero mientras Estados Unidos continúe imprimiendo dólares será difícil, apuntan algunos expertos.
En resumen, cada país aplica su receta: los desarrollados, con monedas fiables y convertibles, utilizan las bajadas de tipos de interés y la expansión monetaria cuantitativa para combatir la deflación. El resultado en teoría es que sus monedas se deprecian y de paso se activan las exportaciones. Al contrario, para las naciones emergentes la apreciación de sus divisas mediante la entrada de flujos de capital puede beneficiar su crecimiento a largo plazo aunque en el corto resta competitividad a sus ventas al extranjero. Por eso algunas economías asiáticas reaccionan interviniendo sus divisas para depreciarlas y proteger así su sector exterior.
China, por libre
Pekín juega con cartas diferentes y varios ases en la manga. En primer lugar, no goza de libertad de movimiento de capitales como el resto de economías vecinas. Por lo tanto, esta afluencia de capitales internacionales a los países asiáticos no ejerce ningún efecto sobre el yuan. Es más, el 19 de octubre el Banco Popular de China decidió subir los tipos por una cuestión meramente doméstica: contener la inflación inmobiliaria, que avanzaba casi un 10 por ciento en septiembre. Aun así, el yuan llegó a depreciarse ligeramente frente al dólar. Los tipos no constituyen variable política monetaria clave, ya que Pekín regula la liquidez controlando directamente los créditos bancarios concedidos.
Estados Unidos, con el resultado de las últimas elecciones como muestra del malestar existente e incapaz de competir con China, exige una apreciación más fuerte del yuan. Varios estudios aseguran que la moneda china está artificialmente infravalorada entre un 20 por ciento y un 40 por ciento para hacer que sus exportaciones sean más competitivas. Pekín, pese a todo, argumenta que su yuan o renminbi lleva ganado un 20 por ciento desde julio de 2005, cuando aceptó desvincularlo del dólar. El gigante asiático apunta que, pese a ser la segunda economía del mundo, revaluar el yuan demasiado deprisa provocaría el colapso de sus fábricas, dispararía el paro y azuzaría las tensiones sociales, algo que perjudicaría a todo el mundo.
La divisa como arma
Para el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, varios países ya "han empezado a usar la divisa como un arma". Ya sea comprando y vendiendo monedas en un mercado que mueve 4 billones de euros al día, según el último informe del Banco Internacional de Pagos (BIS), o bien adquiriendo deuda pública y llevando a cabo una política monetaria excepcionalmente laxa. Esta batalla centrará en gran parte el debate en la reunión del G-20.
Mientras, las acusaciones se entrecruzan: "Estados Unidos practica políticas monetarias absolutamente expansivas para salir de la crisis sin importarle demasiado la depreciación del dólar", asegura Sun Jie, economista de la Academia China de Ciencias Sociales. Tu Yong Hong, del China Policy Research Center, defiende que "las economías asiáticas tienen que luchar por mantener la competitividad de sus exportaciones aplicando medidas dirigidas a frenar la apreciación de sus divisas".
En referencia a China, el secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, afirmó hace unos días: "Cuando economías de gran tamaño con tipos de cambio devaluados actúan para evitar la apreciación de sus monedas, esto anima a otros países a hacer lo mismo, y se crea una dinámica peligrosa". Por su parte, Tokio le echa en cara a Corea del Sur que esté depreciando el won y le ha exigido explicaciones.
Esta volatilidad cambiaria y la expansión monetaria estadounidense, unidas al rígido sistema chino y a las intervenciones japonesas, han hecho sonar las alarmas ante una posible oleada de proteccionismo. ¿Conseguirá el G-20 poner orden? El FMI ya ha advertido de que la Guerra de divisas puede contraer el comercio internacional y hacerle un flaco favor a la recuperación económica. Aunque, como siempre, las expectativas sobre un acuerdo en el encuentro que hoy arranca en Seúl resultan exiguas.