
Nicolas Sarkozy, en calidad de presidente rotatorio del G-20 y también desde el Elíseo está intentado trasladar la necesidad de una regulación en las materias primas blandas para impedir otra catástrofe como la que desembocó en la quiebra de Lehman.
La misma regulación que el Viejo Continente trata de imponer al sector financiero debería, según el presidente francés, Nicolas Sarkozy, trasladarse "inmediatamente" a las materias primas para impedir otra "catástrofe" como la que desembocó en la quiebra de Lehman. Especular con estos bienes incentiva la volatilidad de los precios y origina una espiral inflacionista que amenaza el crecimiento global, no para de advertir Sarkozy, tanto desde el Elíseo como en calidad de presidente rotatorio del G-20. Y para muestra, este botón que suele argumentar: en el mercado de Chicago se negocia anualmente 46 veces la producción estadounidense de trigo y 24 la de maíz, y un 85 por ciento de las órdenes vienen de actores "puramente económicos" sin "relación" con los intercambios físicos de mercancías.
Las recetas del presidente francés implican, en primer lugar, limitar las posiciones con el objetivo de evitar "lo que ocurrió durante 2008, cuando tres operadores llegaron a manejar el 80 por ciento de las reservas de petróleo a entregar en el corto plazo". Y en segundo, crear un registro que centralice la información sobre transacciones de derivados, al que puedan acceder los supervisores. Pero, además, limitar el apalancamiento, introducir un depósito mínimo en efectivo por cada operación, exigir que los productos coticen en plataformas reguladas y crear un sistema destinado a penalizar la manipulación. En suma, garantizar la transparencia de unos mercados -los de commodities- que tacha de "opacos" y evitar "abusos inaceptables".
El G-20, de momento, optó el pasado jueves por incrementar la producción mundial de materias primas blandas como fórmula para combatir la especulación. Sarkozy, de hecho, calcula que este aumento debería alcanzar el 70 por ciento si se quiere satisfacer la demanda de los 9.000 millones de personas que poblarán el planeta en 2050. Algo quimérico casi, dada la tendencia de las últimas dos décadas, con un crecimiento del 1,5 por ciento anual, frente al 3 por ciento alcanzado en los 30 años anteriores. La medida implica el fracaso de las aspiraciones del Gobierno francés, que quería imponer la fijación de precios ante los recelos de Brasil, Rusia, India, China (BRIC). Las mismas potencias que también consiguieron evitar cualquier prohibición sobre las restricciones a la exportación. El G-20 acordó, al menos, poner en marcha el Sistema de Información del Mercado Agrícola, que prevendrá la volatilidad mediante la publicación del estado de los suministros globales y las reservas de emergencia.
Queda por ver ahora el alcance real de esta iniciativa, probablemente insuficiente. Porque, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), el importe de los cereales acumulará un repunte del 20 por ciento hasta 2020, mientras que el del arroz y la carne engordará el 15 y el 35, respectivamente. Aunque las alzas más acusadas, no obstante, corresponderán al valor de la mantequilla y el etanol. La reciente decisión de la Agencia Internacional de la Energía, sin embargo, sí podría contribuir decisivamente a contener las tensiones inflacionistas, dado que esos 60 millones de barriles de crudo liberados empujarán a la baja su precio y, con ello, los costes empresariales. Sólo hay que ver las caídas estrepitosas que protagonizó el crudo el pasado jueves. El Brent, de referencia en Europa, llegó a caer más de un 7 por ciento, y el Texas, de referencia en EEUU, un 6 por ciento.