Economía

La UE debe relajar el rigor si Renzi y Valls hacen reformas

En el inquietante paisaje económico de la eurozona, el futuro depende de dos hombres. En Francia, Manuel Valls lidera el Gobierno más reformista en años. En Italia, con una coyuntura peor aún que la francesa, Matteo Renzi también habla de cambios. Ambos llevan apenas medio año en el cargo y han prometido una agenda digna de Blair pero los Vallenzi se exponen a una misma crítica: en tema de reformas, son todo palabras y nada de acciones.

Francia e Italia plantean una amenaza seria a la moneda única. Son el segundo y tercer miembro de la eurozona. El crecimiento en Francia está plano y el desempleo anclado en más del 10%. El Presupuesto no se ha equilibrado en cuarenta años y el gasto público supone el 57% del PIB (de lejos, el mayor de la zona euro). Italia no va mejor. Está en recesión y su deuda supera el 130% del PIB.

También van rezagados en reformas. Mientras que España ha empezado a plantar cara a sus problemas estructurales, el presidente socialista de Francia, François Hollande, ni siquiera lo ha intentado. En vez de bajar los impuestos, los ha subido. En lugar de impulsar a las empresas, ha aumentado sus cargas. En vez de fomentar reformas, las ha esquivado. En Italia, una serie de primeros ministros bienintencionados no han sido capaces de superar los tremendos intereses propios que ven en las reformas un peligro para los acuerdos especiales que han amañado.

Esa combinación de tamaño y laxitud es peligrosa, porque Francia e Italia son, a la vez, demasiado grandes para quebrar y para ser rescatados. Aun así, sus Gobiernos dan motivos de esperanza. Renzi ha supervisado unos cambios constitucionales que deberían facilitar la implantación de reformas y ha prometido una "revolución" para acelerar la justicia y promover la inversión.

La única esperanza de Hollande

Valls ha renovado su Gobierno para deshacerse de los antireformistas más de izquierdas. Suena pro empresa y promete recortar el gasto, reformar la asistencia social y el mercado laboral, y abrir las profesiones protegidas. La semana laboral de 35 horas se ha vuelto más flexible y la tasa impositiva máxima del 75% caduca el año que viene. Hasta ahora, la impopularidad de Hollande ha sido su punto débil, pero al ser el presidente menos popular de la historia de la V República, apoyar a Valls podría ser su única opción. Tras dos años de fracasos, los votantes franceses parecen haber entendido que no hay alternativa a las reformas e incluso están a favor de trabajar los domingos. Valls podría conseguir también que la mayoría de los diputados socialistas acepte el cambio, amenazando con convocar elecciones si no lo hacen.

Dos cosas pueden ayudar a los Vallenzi: más inversión pública para impulsar la demanda en la eurozona y aplazar el recorte de déficit. Otros estados miembros podrían no estar dispuestos a darles tanto margen. Los países de Europa del Eeste, cuyos habitantes sufrieron la imposición de una disciplina fiscal estricta justo después de la crisis, no ven la razón de consentir a los estados miembros más ricos, sobre todo cuando los alivios previos de disciplina han ido seguidos de una recaída.

Sus recelos son comprensibles. Por eso, la disciplina impuesta por la Comisión Europea debería relajarse sólo si el tándem Vallenzi implanta reformas además de prometerlas. Aun así, la canciller alemana, Angela Merkel, debería seguir adelante con el aumento de la inversión pública. La propia Alemania vuelve a estar al borde de la recesión y si la eurozona no consigue de alguna forma recuperar su impulso, puede que no sólo se rompan los techos de presupuesto/déficit, sino la moneda única en sí.

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