
Los acontecimientos parecen deslizarse hacia un rescate suave de la deuda soberana española, encaminado a resolver el arduo problema de una prima de riesgo con respecto a la deuda alemana insoportablemente alta, que, de mantenerse en los niveles actuales, nos representaría un sobrecoste anual de unos 12.000 millones.
En efecto, en los últimos días Europa ha dejado de ser un guirigay y ya se advierte que decanta un único discurso, evidentemente pactado. Rajoy, quien al principio rechazó la idea de una segunda ayuda y se limitaba a exigir al BCE que saliese al mercado a comprar deuda para contener los precios, ahora no descarta la ayuda europea, "haremos todo aquello que sea conveniente para los intereses de los españoles", dice, y reconoce prudentemente la autonomía del BCE. Y los demás actores -Merkel, Hollande, Barroso- ya miden mejor sus palabras. El martes de la semana pasada estuvo en La Moncloa el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, y el jueves fue François Hollande quien visitó a Rajoy, y en sus respectivas conferencias de prensa ambos huéspedes manejaron el mismo discurso: "Cuando hay diferencias tan grandes en los intereses de la deuda, eso puede servir de justificación para que el BCE intervenga"; y "a España le corresponde decidir si pide o no la ayuda".
Como es conocido, la lacónica pero importantísima declaración de la cumbre de la zona del euro de 29 de junio, posterior al Consejo Europeo de ese día, decía textualmente: "Afirmamos nuestro firme compromiso de hacer cuanto resulte necesario para garantizar la estabilidad financiera de la zona del euro, en particular utilizando los instrumentos vigentes de la FEEF/Mede (fondos de estabilidad financiera) de manera flexible y eficiente con objeto de estabilizar los mercados para los Estados miembros que respeten sus recomendaciones específicas por país y los demás compromisos que hayan contraído [...]. Estas condiciones deberán reflejarse en un Memorando de Acuerdo". Merkel había cedido, pero no sin imponer un límite a este procedimiento: no admite que el BCE otorgue licencia bancaria al Mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede).
El próximo jueves, 6 de septiembre, el consejo de dirección del BCE aprobará previsiblemente el procedimiento de ayuda a los países que lo soliciten para rebajar los tipos de interés de la deuda soberana. Todo parece indicar que se decidirá que el Mede intervenga en el mercado primario, previa petición del Estado que lo requiera -España, quizá Italia- y con el correspondiente memorando de entendimiento. Habrá que ver si el BCE interviene o no en el mercado secundario de deuda, lo que ayudaría al control de los precios. En cualquier caso, todo depende de que, como se espera, el Tribunal Constitucional alemán dé el día 12 luz verde al Mede.
La última resistencia a la compra de deuda por el fondo de rescate permanente proviene del presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, quien asegura que la compra de bonos podría tener "el efecto adictivo de una droga" en los países con dificultades de crédito como España e Italia... Merkel defiende públicamente a Weidmann, pero se piensa que éste podría incluso dimitir para facilitar el feliz desenlace de un problema que mantiene en vilo no sólo a los dos países más afectados, España e Italia, sino a la propia moneda única.
En principio, esta intervención en beneficio de España, que no sería propiamente un rescate -aunque no hay que tener miedo a las palabras, ni mucho menos abusar del eufemismo-, no presenta contraindicaciones, sobre todo si se consigue negociar acertadamente la condicionalidad. España ya está en el camino adecuado de la convergencia -el Gobierno mantiene con firmeza la tesis de que alcanzará a final de año el límite de déficit pactado con Bruselas, aunque en la realidad el déficit de la Administración central haya alcanzado ya el 4,62%, doce centésimas más que el límite-, por lo que, si acaso, Bruselas podría exigir a nuestro país algunas garantías adicionales del cumplimiento del plan de convergencia, pero no nuevos recortes, que no tendrían sentido.
Este rescate blando, en fin, no tiene nada que ver con los de los tres países efectivamente rescatados. España, que hoy apenas necesita disponer de financiación a un precio razonable, está en el buen camino por la potencia de su sistema económico y por su fortaleza como país. Con las ayudas europeas, podríamos estar a un paso de ver cómo los sacrificios empiezan a rendir los frutos esperados.
Antonio Papell, periodista.