Firmas

De cómo Thatcher restauró el optimismo

  • Los niños estudiarán su vida de la misma forma que la de Isabel I o Churchill
  • La palabra "thatcherista" ha pasado a utilizarse en exceso y a aplicarse mal

Recuerdo hace unos años llevar a mi hijo de pequeño a tomar el té en la Cámara de los Lores con la baronesa Thatcher, e intentar explicarle cuando caminábamos por el pasillo que estaba a punto de conocer a una gran figura de la historia de Gran Bretaña. Le dije que igual que estudiaba la vida de Isabel I, Oliver Cromwell y Winston Churchill, los escolares de los próximos siglos estudiarían la vida y obra de la mujer con la que estaba nerviosamente a punto de tomar el té. Me dijo que ya la estaban estudiando.

A veces esa sensación de grandeza histórica puede resultar abrumadora para las dos generaciones de políticos que vinieron tras ella, incluida la mía. Con independencia de lo que intentemos conseguir y las batallas parlamentarias que lidiemos, todo parece menguar de tamaño en contraste con las luchas y triunfos de Margaret Thatcher.

Los sucesivos líderes conservadores han tenido que hacer frente a las odiosas comparaciones que resultan imposibles de igualar, a veces de los mismos que eran los críticos más estridentes de sus primeros años como líder. Todos los sucesivos líderes laboristas han considerado esencial explicar que ellos también entienden que estaba en el lado correcto de la historia; de hecho, una visita temprana de la baronesa Thatcher a Downing Street se convertía en una especie de bendición papal para los nuevos primeros ministros laboristas, aunque al mismo tiempo se burlaran de sus contrincantes conservadores llamándoles "hijos de Thatcher". Es resumen de los fuertes y muchas veces encontrados sentimientos que su mandato sigue generando.

Vivir bajo su sombra

No creo que nosotros, en esta generación de políticos, tengamos necesidad de sentirnos inquietos por vivir a su sombra. Efectivamente, vivimos a su sombra, y deberíamos simplemente aceptarlo. Fue una magnífica primera ministra, probablemente la mejor en tiempos de paz, y somos muy afortunados de vivir en un país que hizo tanto por transformar.

Evidentemente, la historia olvida el día a día, los compromisos, los momentos malos que vinieron de la mano de los momentos buenos. Produce una visión en escorzo de un mandato de 11 años resumiéndolo en unas palabras, sonidos e imágenes.

Con el paso del tiempo, lo que me queda en la memoria de mi infancia es lo siguiente: la oración de St. Francis al llegar a Downing Street; los aviones Harrier de despegue vertical despegando en el Atlántico sur; la extraña y joven pareja que recibía las llaves de su casa de protección oficial de manos de la señora. T; los gritos airados de los piquetes de Orgreave; la destrozada fachada del Grand Hotel de Brighton; los anuncios de la campaña Tell Sid [Cuéntaselo a Sid]; las lágrimas en la salida final de Downing Street.

Prácticamente todas las imágenes hablan de una transformación conseguida con mucho trabajo para nuestro país. Desde industrias nacionalizadas a la economía privada. Desde una Gran Bretaña que sufría un debilitamiento postimperial a un país que no tiene miedo a luchar por sus valores en el extranjero. Desde una Gran Bretaña acobardada por los intereses creados y resignada al declive a una nación que exige un futuro mejor para sí misma y su pueblo.

A diferencia de muchos que escriben sobre su triste fallecimiento en la prensa, casi no conocí a Margaret Thatcher. Asistí a cómo sus compañeros parlamentarios conservadores la desahuciaban de su cargo desde mi cuarto de la universidad, perplejo como el resto del país.

Me encontré con ella algunas veces en mi época de joven parlamentario. Pero me queda la poderosa impresión que obtuve de la única reunión larga y privada que tuve con ella, cuando fui ministro en la sombra. Ya no estaba bien y no estaba al tanto de los asuntos contemporáneos. Varios intentos de sacar temas de su período como primera ministra desembocaron en forzados intercambios de palabras. Entonces saqué el tema de la táctica que estábamos utilizando para oponernos a la Ley Económica que en aquel momento estaba negociándose en el parlamento, y le dije que me había inspirado en la agresiva perspectiva adoptada por Iain Macleod cuando era ministro en la sombra en los años sesenta. Se encendió. De repente, las palabras empezaron a brotar. Me contó que había sido miembro de segundo rango del equipo del Tesoro de Macleod. Macleod había dividido el equipo en relevos para mantener a los parlamentarios gobernantes del Partido Laborista en pie toda la noche, y ella había ostentado el mando de la oposición en varios triunfantes asaltos.

Y le brotaban consejos para mí: no te puedes gastar lo que el país no tiene; una defensa sólida se asienta en una economía sólida; en el parlamento, si no estás atacando, estás de retirada. ¡Vaya! Vi con mis propios ojos por primera y única vez por qué había sido una fuerza política de tamaña intensidad durante toda mi vida.

¿Cuál será su legado?

La señora Thatcher salió de Downing Street hace casi un cuarto de siglo. Hay que tener un mínimo de 40 años para tener algún verdadero recuerdo de ella. Los nuevos votantes de las próximas elecciones habrán nacido siete años después de que dejara su cargo. Entonces, ¿cuál es su legado hoy?

La palabra "thatcherista" ha pasado a utilizarse tanto y a aplicarse tan mal que sólo se parece de lejos al programa de gobierno que emprendió. De hecho, el otro día, antes de mi último presupuesto, alguien me dijo que tenía que presentar un verdadero presupuesto "thatcherista", "como 1981", me dijeron, y recortar impuestos. Educadamente señalé que, en realidad, el famoso presupuesto de 1981 incrementó los impuestos sustancialmente, en un intento decidido por bajar el déficit y reducir los tipos de interés, y que estaba intentando hacer algo similar, principalmente recortando el gasto.

Fue un diálogo de besugos y me lleva a pensar que hasta sus más fervientes admiradores jamás se pondrán de acuerdo en el verdadero significado de "thatcherismo". Quizá sea porque los verdaderos logros del "thatcherismo" ahora sean tan omnipresentes y evidentes que a duras penas merezcan una etiqueta: la creencia en la superioridad del mercado libre, la libertad humana y la democracia liberal. Fueron tan completas que ahora nos olvidamos que fueron victorias de Margaret Thatcher.

Entonces, ¿qué moraleja nos queda por aprender? Entre toda la tristeza por nuestros problemas económicos y los altos déficit, y la debilidad del mundo occidental ante las nuevas potencias en alza, yo destacaría una. De hecho, podría decirlo en una única palabra: optimismo. Margaret Thatcher era una optimista. Sentía optimismo por la ingenuidad e iniciativa del pueblo británico, cuando la mayoría las daba por perdidas. Sentía optimismo por ganar la lucha por la libertad frente a la represión comunista, cuando la mayoría pensaba que era una peligrosa fantasía. Sentía optimismo al pensar que los mejores días para Gran Bretaña quedaban por llegar y no estaban en el pasado, cuando la mayoría suspiraba por un mítico pasado dorado.

Margaret Thatcher fue una optimista, y mientras los hijos de Thatcher lloran la muerte de la mujer que definió nuestra era, nosotros también deberíamos sentirnos optimistas por el triunfo del espíritu humano que ella tanto hizo por liberar.

George Osborne, ministro de Hacienda del Gobierno británico.

©The Times

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