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El espejismo del crecimiento americano

El índice de crecimiento americano consiste en un reacio 2%, aunque definitivamente envidiable visto desde dentro de la Eurozona (actualmente al -0,3%) y un espejismo desde el prisma de la gran recesión italiana, donde el PIB ha caído más del 2% este año. Sin embargo, con su índice de crecimiento temporal del 2%, el tercer trimestre de 2012 augura un progreso frágil para un país, Estados Unidos, que lleva más de tres años huyendo de la recesión pero no había sufrido una recuperación tan asmática desde hacía setenta años. Políticamente, a sólo horas de las elecciones presidenciales, sigue siendo un dato neutro. Obama no puede alegar que exista una reactivación ni Romney tampoco que el panorama vaya cuesta abajo.

Sin prisa pero sin pausa, seguimos contrarrestando la enorme indigestión de la deuda acumulada entre 1995 y 2006, un esfuerzo que exigirá aún más tiempo y que ha visto a las familias estadounidenses, verdadero motor de una economía basada en más del 70% en el consumo, a menos de la mitad de vuelta al camino a unos índices de deuda históricos. La deuda se situaba al 134% de las ganancias disponibles en 2007 y ahora se encuentra en el 113%, pero las medias de 1970 a 1999 figuraban al 75%.

Y cuando se reduce la deuda, gastamos menos. Todo esto tiene lugar a la sombra del precipicio fiscal, ante el riesgo extremadamente concreto de parálisis inminente cuando el 1 de enero de 2013 venzan los recortes fiscales promulgados hace una década por George W. Bush, además de los sistemas de apoyo a los ingresos familiares decretados por Obama en 2010. Los ingresos aumentarán el PIB un 2,7% y la economía, dado que el incremento de los ingresos federales reducirá el déficit en lugar del gasto, se encontrará con al menos un 2,7% menos del PIB o, lo que es lo mismo, 400.000 millones de dólares. Eso garantiza otra recesión y explica en parte por qué vacila el crecimiento. Las empresas no invierten mucho porque no saben con qué clase de consumidor se encontrarán en 2013.

Tanto Obama como Romney prometen amortiguar el golpe con acuerdos puente mientras tratan de identificar, en el curso del año, un equilibrio aceptable entre el gasto federal y los ingresos. Aun así, nadie confía en la capacidad del Gobierno para gestionar (no de un modo sangriento) un déficit crónico del 30% entre los ingresos y los gastos.

Europa está estancada, en las garras de una austeridad que está asolando sus presupuestos siempre y cuando no asesine la economía. Estados Unidos ha evitado llegar a ese punto gracias a la línea internacional de crédito de que disfruta, con su capacidad (ya no intacta aunque considerable) de seguir asumiendo deuda y el papel internacional del dólar.

Si hay un error que podría costarle a Barack Obama la reelección es su infravaloración del tamaño de la crisis de 2007/2008, aunque no podía haber hecho otra cosa, ya que al haber confiado las riendas de la economía al equipo de Bill Clinton (los mismos que tomaron varias decisiones desafortunadas durante los noventa, que sentaron las bases de la crisis financiera), se encontró escuchando a personas que negaban que el país se estuviera enfrentando a una situación tan excepcional. Obama prometió más de una vez, en vano, que la recuperación "real" estaba a la vuelta de la esquina y los primeros signos llegarían a finales de 2009.

La historia económica, desdeñada desde hace tiempo por los economistas pero muy revalorizada después de 2008, nos dice que existe una relación entre unos niveles excesivos de deuda, el estallido de una crisis económica, el daño que inflige a la economía real y el tiempo necesario para volver a ver la luz del día.

En el conocido informe de 2009 This time is different, redactado para demostrar que la situación no se distinguiría de lo ocurrido en el pasado, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sentaron un primer parámetro conectado con la deuda pública. Dado que la deuda pública se estaba volviendo excesiva incluso para EEUU, apuntaban a que la recuperación de la crisis llevaría mucho tiempo, por lo menos seis o siete años, empezando en 2008. Hoy, el PIB real per cápita en el país sigue estando apenas un 2% por debajo de los máximos alcanzados en el cuarto trimestre de 2007, después de haber caído casi un 6% a mediados de 2009.

En una serie de estudios recientes que examinaron en mayor profundidad esa relación, respecto al crecimiento, entre la deuda privada y el PIB, se observan resultados todavía más patentes. Uno de los últimos, elaborado por el español Òscar Jordà, el estadounidense Alan M. Taylor y el alemán Moritz Schularick, sostiene que el peso del desorden financiero en el crecimiento se ha infravalorado amplia y sistemáticamente durante los treinta últimos años. En 2006, la deuda total privada apenas era un 40% más alta respecto al PIB que en 1929. Incluso si tenemos en cuenta las intervenciones masivas de los bancos centrales frente a los años treinta, más eficaces para la banca que para la economía real, sigue sin parecer realista que tanto Obama como Romney, pese a las innumerables promesas brillantes de este último, consigan recuperar el terreno perdido... salvo que se refieran a la situación en vísperas de las elecciones de 2016.

Mario Margiocco, periodista.

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