Pymes y Emprendedores

Sobre Jérôme Kerviel, el operador de Société Générale: ¿qué debe hacer el banco francés?

Los empresarios ven que sus gerentes no desean oír malas noticias.
Posiblemente las negociaciones de Jérôme Kerviel no fueron tan secretas. Por cierto, estamos seguros que desde la divulgación del escándalo causado por Kiervel, varios de sus colegas se han mostrado avergonzados. "Yo sabía que había algo raro con este tipo", murmuran entre ellos o comentan en sus hogares. "Él siempre me dio una sensación extraña".

Algunos recuerdan la época en que se vieron tentados de hablar con los gerentes acerca de sus preocupaciones, pero se frenaron antes de hacerlo. "Yo carecía de pruebas reales", podrían decir como una forma de racionalización.

O: "Es siempre mejor mantener la cabeza gacha".

O: "Nadie hubiera escuchado".

Es difícil lidiar con esas explicaciones. Kerviel era muy bueno para cubrir sus huellas, logrando deslizarse a través de varias vallas de seguridad del banco.

Falta de comunicación

Y es cierto que las organizaciones, especialmente las burocráticas, manejadas por estrictas jerarquías, pueden desarrollar una cultura en la cual los empleados no se sienten muy ansiosos de dar malas noticias a la gerencia, especialmente si sólo tienen una corazonada. Ellos advierten que sus gerentes no desean escuchar esas noticias, y sus gerentes, ocupados con presiones de la competencia, no hacen mucho para persuadirlos de lo contrario.

No queremos unirnos a quienes suelen culpar a la empresa por lo ocurrido. Por cierto, algunas compañías facilitan a los empleados la tarea de que expresen sus preocupaciones.

Pero, según nuestra experiencia, incluso cuando las compañías ofrecen formas convenientes, confidenciales, para que eso ocurra, escasos empleados las usan.

No quieren delatarse

Los buzones de sugerencias siguen vacíos. Los 'ombudsmen' (defensores del pueblo) aguardan a que el teléfono suene. Incluso en organizaciones donde los gerentes señalan con claridad que la gerencia de riesgo es una tarea de todos y donde quienes hablan claro son celebrados como modelos a seguir, parece existir una aversión a delatar a otros.

Los empleados prefieren esperar, con la esperanza de que el delincuente sea atrapado o se desvanezca. Por lo tanto, una y otra vez, usted tiene casos como el de Kerviel, una persona que causa preocupación, pero no hace sonar campanas de alarma. En 1994, después de que Kidder, Peabody, perdiera cientos de millones de dólares a manos de un corredor llamado Joe Jett, varios de sus colegas admitieron que desde hacía bastante tiempo abrigaban sospechas de que el empleado estaba haciedo algo ilegal.

"Alguien que canjea esos productos tan mundanos nunca hubiera podido obtener esa clase de ganancias", era el comentario general. "Pensamos que algún ejecutivo finalmente lo descubriría". Esa dinámica tan humana nos hace recordar la tragedia en Virginia Tech -aunque por supuesto no hay comparación entre la magnitud de ambos incidentes-, donde 32 personas fueron asesinadas en 2007 por un estudiante. Después de la tragedia, docenas de personas que habían estado en contacto con el asesino dijeron que durante meses habían temido que un incidente de ese tipo pudiera ocurrir.

Alguno expresó lo que pensaba, pero muchos más se mantuvieron silenciosos, esperando que el estudiante se fuera o que alguien advirtiera su estado mental.

Poco después de los tiroteos, Virginia Tech instituyó numerosas medidas de seguridad a fin de que no se repitiera ese incidente. Y eso es lo que también ocurrió en Kidder, Peabody.

Nuevas medidas de seguridad

Y eso es lo que también ocurrirá en Société Générale. Se impondrán nuevos controles financieros, todos destinados a evitar otro caso como el de Kerviel.

Tal respuesta es comprensible, por supuesto, y necesaria. Pero resulta irónico: es muy pequeña la posibilidad de que ocurra otro caso exactamente igual al de Jérôme Kerviel.

En cambio, algún día, en alguna parte, habrá un delincuente diferente, con un esquema distinto e igualmente ingenioso. Después de todo, la imaginación de los hombres malos es siempre más grande que la imaginación de los hombres buenos.

Es por eso que las empresas deben alentar a sus empleados a plantear a la mayor brevedad posible toda preocupación sobre manejos ilegales y recompensarlos cuando lo hacen.

Y por eso, también, hay que asegurarse que los gerentes de riesgos detenten posiciones de real autoridad. Con demasiada frecuencia esos individuos ganan menos, en términos de dinero y de respeto, que personas que se dedican a "mantener el orden". Mientras ese sea el caso, las malas noticias nunca viajarán a suficiente altura o a suficiente velocidad.

Pero al final, los Kerviel del mundo serán controlados por el factor de que las personas son generalmente buenas y los sistemas de control suelen ser eficaces.

Basta pensar en esto: muchas empresas son tan grandes como ciudades. El grupo Société Générale Group, con casi 135.000 empleados, tiene casi el mismo tamaño que Bridgeport, Connecticut o Topeka, Kansas.

Y si se toma en cuenta esa comparación, es realmente asombroso que en las empresas no haya más delincuentes o que más de ellos se filtren por las grietas.

Por lo tanto, sí, algún día habrá otro delincuente que "sorprenderá" al mundo. Pero la mayor de las sorpresas es que, tomando en cuenta que tantos testigos suelen preocuparse y aguardar en silencio, no hay muchos más de ellos circulando.

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