
Tardará en verse una cosecha como la de 2009 en la deuda emitida por las empresas. Lo atestiguan unos rendimientos de dos dígitos que endulzan el gesto de los partícipes.
Quitar el envoltorio. Levantar la tapa y... el aroma penetra en la nariz. ¡Chocolate! Abrir una caja de bombones nunca defrauda. Un mundo de sensaciones, de olores y sabores, que entra primero por los ojos y luego seduce al paladar. Algo similar está ocurriendo en 2009 con la deuda privada, es decir, la emitida por las empresas y los bancos. Este segmento se ha destapado en el que, según los expertos, ha sido su mejor ejercicio desde mediados de los 90. Su dulce sabor a rentabilidad ha satisfecho a la mayor parte de los inversores que han probado estos títulos, puesto que se han llevado a la boca unas suculentas rentabilidades de dos dígitos.
Según los datos proporcionados por la firma de análisis y asesoramiento Morningstar, el rendimiento medio que está arrojando la categoría de renta fija corporativa en euros -en la que se incluyen casi 200 productos- asciende al 16,9 por ciento hasta la fecha. Ajustando el punto de mira, 32 fondos obtienen un premio superior al 20 por ciento. Estos datos hacen buenos los pronósticos formulados por los analistas cuando comenzó el ejercicio, momento en el que anticiparon que 2009 podría ser el año de la deuda privada.
Condiciones perfectas
La conversión de las previsiones en realidad ha sido posible porque este segmento ha contado con las mejores condiciones para ello. "Hemos visto un momento histórico, sólo comparable con los rendimientos que se pueden obtener en los mercados emergentes o cuando surje el riesgo de que un país no pague su deuda", comenta Miguel Ángel Bernal, profesor de renta fija en el Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). "Ha sido un año perfecto, sobre todo para los ahorradores que tomaron participaciones en los fondos que invierten en este mercado", admite Teresa Gimeno, responsable de la mesa de tesorería de Banif.
Esa perfección se ha debido a la combinación de dos ingredientes: el descenso de los tipos de interés y los altos rendimientos a los que repuntaron los títulos. "Ambos han conformado el entorno más propicio posible para la deuda corporativa", remacha Teresa Gimeno.
Lo curioso es que la semilla de tan favorable entorno fue sembrada por el episodio que provocó un antes y después de la crisis y la revistió de tintes históricos: la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers. El terremoto financiero desatado tras esta medida desencadenó una espiral bajista del precio del dinero. Por citar los principales casos, la Reserva Federal (Fed) estadounidense lo redujo hasta una horquilla situada entre el 0 y el 0,25 por ciento; el Banco Central Europeo (BCE), hasta el 1 por ciento; y el Banco de Inglaterra, hasta el 0,5 por ciento. Ninguno de ellos había situado antes los tipos tan bajos.
Paralelamente, el temor a que se produjera una espiral de quiebras o impagos provocó una oleada de ventas en la deuda corporativa, con el consiguiente efecto alcista sobre los rendimientos de los títulos ya emitidos y de los que se lanzaron luego. Bonos que antes de la crisis apenas pagaban en intereses un punto porcentual por encima de la deuda pública, pasaron a pagar a comienzos de 2009 hasta cinco y seis puntos porcentuales más que los títulos estatales.
En cuanto la situación empezó a mejorar a partir de marzo, ese diferencial se presentó como el bombón más dulce a los ojos de los gestores. Sólo había que hacer una cosa: comprarlos para comérselos. Así lo hicieron, en una reacción que se vio acelerada por el festival emisor que se produjo en cuanto se reabrieron los mercados de deuda. Como, además, las empresas necesitaban financiación, la deuda que emitían venía con unos atractivos intereses bajo el brazo. Mejor, imposible para los fondos corporativos.
De lo seguro a lo arriesgado
Para aprovecharse de la situación, los gestores han ido de menos a más riesgo conforme ha evolucionado el ejercicio. Al principio, se decantaron por los emisores más fiables de los sectores más defensivos. Es decir, las empresas de telecomunicaciones, electricidad, energía y farmacéuticas con una calificación crediticia más alta. "Ofrecían un interés que había que conseguir antes de que las compras estrecharan los diferenciales. Fue una carrera contra el reloj", asegura el responsable de renta fija de un banco español. No extraña, por tanto, que títulos de telecos como British Telecom, Deutsche Telekom, Telecom Italia o Telefónica; eléctricas como Edf, RWE o Iberdrola; o farmacéuticas como Roche o Glaxosmithkline, figuren entre las principales posiciones de los fondos que mejor lo hacen en 2009.
Con el paso de los meses, la deuda bancaria empezó a abrirse paso en las carteras. Volvió así del ostracismo al que había sido condenada tras la caída de Lehman. Suponía un paso decisivo, y que fue dado, además de por el deseo de asumir más riesgo a cambio de una mayor rentabilidad, por los respaldos estatales y los programas especiales de compra de deuda de los bancos centrales. Así, Santander, Citi, Morgan Stanley, UBS, Credit Agricole... fueron ganando peso en las carteras de los productos.
Más selectos
Y así seguirá siendo. "El sector que tendrá que tirar del carro será el financiero", prevé Teresa Gimeno. "Estamos positivos con las financieras", manifiesta Gerard Vaqué, responsable de renta fija del Centro de Inversiones de Deutsche Bank. Más prudente se muestra Jaime Albella, gestor de BNP Paribas. "Nos siguen gustando los bonos corporativos, sobre todo, los de sectores defensivos y con duración corta, en torno a dos o tres años", afirma.
En este sentido, los expertos coinciden en que 2010 no será un año tan dulce para la deuda privada, aunque aún habrá ocasiones. "El spread se ha reducido, pero todavía hay nicho para ganar dinero", reconoce Miguel Ángel Bernal. "Sigue habiendo oportunidades, pero las cosas ya no van a ser tan fáciles", constata Teresa Gimeno.