
Un viejo gigante industrial que necesita ser reanimado. Una apuesta audaz de un rival entusiasta. Múltiples rumores sobre una contraoferta, un plan de reestructuración radical por parte de la dirección, políticos saliendo en su defensa y el movimiento frenético de los hedge funds especulando con las acciones. Solo falta Michael Douglas fumándose un habano y la batalla por el control del gigante de la ingeniería GKN podría ser una escena de la película Wall Street.
Queda por ver qué pasará con la propia GKN y si logra preservar su independencia. Pero un auge de las fusiones, del que esta batalla de ofertas sería solo el capítulo inicial, podría ser precisamente lo que la economía británica necesita ahora mismo.
Después de una década tranquila, hay sectores enteros de la industria que necesitan ser sacudidos, hay equipos gerenciales que parecen desconcertados por los mercados y las tecnologías cambiantes, y hay negocios que tienen la matriz equivocada. Una limpieza, que elimine lo superfluo, haciéndolo todo más simple, sigue pendiente.
Los 7.000 millones de libras esterlinas ofertados hace unos días por Melrose por GKN fue una operación audaz. GKN se remonta a los inicios de la revolución industrial, y trabaja con Boeing y Volkswagen, mientras que Melrose únicamente está presente desde 2003, y se especializa en dar la vuelta a las empresas. Aun así, la City se lo está tomando en serio.
Las acciones de GKN se dispararon por las noticias, mientras que se rumorea que otros potenciales pretendientes, liderados por Carlyle, están preparando sus ofertas. Tiene todos los ingredientes de una batalla clásica por una opa, con una potencial repercusión positiva en honorarios para los asesores de la City.
Esa operación es intrigante en sí misma: una toma de control hostil es siempre un espectáculo entretenido, y cuanto más grande sean los egos involucrados, mejor. Sin embargo, la pregunta más interesante es ¿será éste solo el comienzo de una nueva ola de fusiones? Y si es así, ¿es eso lo que la economía necesita ahora?
En la última década, las empresas británicas se han mantenido alejadas de las fusiones y adquisiciones. Entre 2012 y 2016 solo hubo una media de 67 transacciones al año entre compañías británicas, frente a 164 entre 2002 y 2006.
El número de empresas extranjeras que adquirieron negocios en Reino Unido se redujo a la mitad, y el número de adquisiciones en este país disminuyó en un tercio. En medio de una crisis financiera mundial, y con una economía global estancada, nadie quiso arriesgarse a hacer una importante oferta. Los riesgos eran demasiado grandes. Y, sin embargo, ahora mismo, hay tres razones para pensar que podríamos estar viendo el comienzo de un auge de las fusiones y adquisiciones.
Primero, toda la ansiedad sobre el Brexit se desvanece. A medida que avance el año, va a quedar claro que se llegará a algún tipo de acuerdo comercial, y sus términos concretos no supondrán una gran diferencia para la mayoría de las empresas.
En lugar de preocuparse por la inminente implosión de su negocio, los directivos estarán buscando la forma de crecer de nuevo. Se necesita confianza para gastar millones comprando un rival, pero según se vaya reanimando el mercado, habrá más ofertas. Los ejecutivos estarán dispuestos a dar ese paso, y las que han estado en suspenso desde 2016 volverán a ponerse en marcha.
Ahora, nos dirigimos a la etapa tardía y eufórica de un mercado alcista. Los mercados bursátiles se están disparando, y los índices están en máximos. En el pasado, eso siempre ha estado marcado por un aluvión de fusiones. Ocurrió en los ochenta y a finales de los noventa. De hecho, suele haber un gran acuerdo que es tan caro que marca el fin de la carrera: piense en KKR comprando RJR Nabisco en 1988 o AOL y Time Warner fusionándose. No hay razón para esperar que este mercado alcista sea diferente. Cuando Volkswagen ofrezca 100.000 millones por Uber, sabremos que estamos cerca de la cima, pero hay muchas ofertas por hacer antes de llegar a eso.
Finalmente, las compañías cuentan con exceso de efectivo. Las empresas británicas estarían en unos 244.000 millones de libras. Es dinero que está en las cuentas, rentando un 0,5 por ciento al año. Eso podría estar justificado cuando te preocupa que tus ventas caigan al precipicio o que el banco se desplome. Pero en una economía global en constante recuperación, parece improbable. Tarde o temprano querrán gastar algo de esas reservas. Más vale que sea ahora.
En condiciones normales, no habría mucho que celebrar. Hay un montón de estudios para demostrar que, por regla general, las adquisiciones y fusiones destruyen mucha más riqueza de la que jamás han creado. Los empresarios pagan en exceso por unos activos que no entienden, las sinergias prometidas resultan ser campañas de imagen y las dificultades para integrar dos compañías a menudo impiden que los directivos se centren en los nuevos productos. Los banqueros ganan una fortuna: los accionistas y los empleados suelen perder.
En 2018, sin embargo, podría ser diferente. Ha pasado una década desde que la actividad se desplomó, y casi dos décadas desde el pico del último boom real, especialmente por las ofertas hostiles. Resultado: hay muchas empresas que se han convertido en un desastre estratégico, con unidades que ya no tienen sede, o donde la dirección ha perdido contacto con el mercado. Y aún hay más, la tecnología está cambiando tan rápidamente que la gestión existente ya no es capaz de hacer frente a la situación. Y muchos aprecian la necesidad de esa energía fresca que una oferta de adquisición puede proporcionar: GlaxoSmithKline, por ejemplo, parece una vieja bestia cansada, muy necesitada de un nuevo empuje.
En cualquier mercado alcista, que es lo que estamos viviendo ahora mismo, casi siempre hay una ola de grandes adquisiciones. En el mercado de 1990 a 2000, esa tendencia fue generalmente destruida, y a veces en una escala importante. Pero los tiburones de la década de 1980, aunque fueron atacados por la liquidación de activos, hicieron mucho por revitalizar y renovar la base industrial, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos.
A medida que Gran Bretaña se prepara para enfrentarse a mercados globales potencialmente más difíciles fuera de la UE, un auge de las fusiones y adquisiciones podría ser justo lo que necesita. Es probable que esa tendencia se descontrole en algún momento, pero hasta entonces, podría ser útil.