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La mala idea de gravar a los robots con impuestos

  • Gravar la inteligencia artificial es una idea que perjudicará a la economía

La pantalla azul de la muerte. El clip que solía incordiar con sugerencias cada vez que se usaba Word. La precarga de Internet Explorer en todos los ordenadores personales. En sus cuatro décadas de carrera profesional que le han convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, a Bill Gates se le han ocurrido algunas ideas francamente malas. Pero no tanto como la última: gravar con un impuesto a los robots.

El fundador de Microsoft sostiene que dado que los robots podrían acabar reemplazando a muchos trabajadores, la única forma de compensar la pérdida en ingresos fiscales y civilizar el progreso de la automatización es gravar a las máquinas directamente. Cada vez se habla más de este tema. El parlamento europeo se ha hecho eco y es una de las políticas insignia del candidato socialista a las elecciones presidenciales en Francia.

Y, sin embargo, es una locura, porque los robots no pagarán impuestos sino sus propietarios, ralentizará lo único que puede mejorar, la productividad, y fomentará la falacia de que, de algún modo, hay alguien que puede sufragar el estado aparte de los trabajadores.

Que la revolución robótica esté a la altura de todo lo que se dice de ella no está claro todavía. Se habla mucho de los drones, los coches sin conductor, la inteligencia artificial y el trabajo automatizado en las fábricas. Los avances informáticos posibilitan la automatización de muchas tareas, como las entregas, y los puestos de trabajo cualificados en campos como la medicina, el derecho o la contabilidad podrían correr peligro también.

Mientras cobra velocidad, los gobiernos de todo el mundo empiezan a preocuparse de las consecuencias para la base imponible. Al fin y al cabo, las cargas sociales son una de las mayores fuentes de ingresos y cada vez que un trabajador de carbono es reemplazado por otro de silicona, ese dinero se esfuma.

No hace falta redactar una novela distopiana para empezar a imaginarse un mundo en que el desempleo masivo se generalice, los gobiernos arruinados no tengan dinero para el bienestar y casi toda la riqueza mundial esté en manos de unos cuantos multimillonarios de la inteligencia artificial.

En su favor, y al contrario que muchos de su sector de tecnología avanzada, Gates al menos piensa en ello. En una entrevista esta semana, defendió el impuesto a robots a medida que sustituyan a los trabajadores. "Actualmente, si un trabajador realiza un trabajo valorado en 50.000 dólares en una fábrica, esos ingresos se gravan", explicó a Quartz. "Si un robot hace lo mismo, lo lógico sería gravar al robot a un nivel parecido".

No es el único. El año pasado, un informe preliminar del parlamento europeo sostenía que los robots deben pagar las mismas cargas sociales que sus homólogos de carne y hueso. En Francia, Benoit Hamon salió de la nada y se hizo con la candidatura a presidente del partido socialista en el gobierno, apoyado en un plan fiscal para que las máquinas ayuden a pagar una ambiciosa renta básica universal. En su mundo ideal pasaremos los días descansando mientras que los robots hacen todo el trabajo y pagan nuestro sueldo con sus impuestos.

Para ser justos, vemos hacia dónde van. La robótica, como cualquier tecnología innovadora, generará una ola de disrupción. Habrá perdedores y ganadores, y no hay razón por la que las personas que perderán sus empleos no deban ser recompensadas. Las cargas sociales representan un porcentaje grande de los ingresos estatales, especialmente en países como Francia. Sin ellas, la sociedad podría dejar de funcionar.

El problema es que gravar a los robots es una idea penosa y no hará más que perjudicar a la economía. Veamos por qué. Primero, no hay nada que sugiera que los robots destruirán empleo sino que cambiarán únicamente el tipo de trabajo que hacemos. Hemos vivido varios cientos de años de alarmismo sobre las nuevas tecnologías en que cada vez que aparece una máquina nueva todos se preocupan por las consecuencias. Acto seguido se crean muchos trabajos nuevos que a nadie se le habían ocurrido. Gates, que destruyó a los equipos de mecanografía con sus programas de procesado de palabras, debería saberlo mejor que nadie.

Además, los robots no pagarán impuestos sino las personas. Puede que parezca obvio afirmar que cada máquina automatizada tendrá un dueño, ya sea un particular o una empresa, que será quien pague el impuesto. El robot en sí no tendrá salario y tampoco lo necesitará porque ni come ni tiene citas, no compra libros ni ropa, ni hace las otras cosas para las que las personas necesitamos dinero. El impuesto lo pagará el propietario. Si queremos subir los impuestos, más nos vale cobrarlos directamente y no a través de un robot.

Por último, y tal vez más importante, cuando se grava algo se reduce su cantidad. De ahí los elevados impuestos al tabaco o a los coches de gran consumo: se trata de que la gente deje de fumar o conduzca vehículos más eficientes. Si gravamos a los robots, las empresas dejarán de usarlos tan a menudo. Desde luego, se conservarán más tiempo algunos puestos poco remunerados pero también se retrasará el crecimiento de la productividad y a medio plazo todos seremos más pobres. En todo caso, deberíamos ofrecer a las empresas una exención fiscal para instalar robots y no una multa.

Y eso es incluso antes de debatir si queremos antagonizar inútilmente con los robots haciéndoles pagar impuestos (hay que suponer que quienes lo defienden no han visto ninguna película de ciencia ficción). Lo cierto es que la inteligencia artificial y la robótica prometen alimentar una nueva ola de crecimiento que al mundo no le vendría nada mal. Y aunque no fuera así, realizarán muchas tareas tediosas y eliminarán trabajos cotidianos monótonos.

Lo último que queremos es que desaparezcan a base de impuestos por muchos multimillonarios informáticos que nos digan que debemos hacerlo.

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