La semana pasada recordaba que Stefan Zweig avisó a sus contemporáneos de "entreguerras" sobre los indicios que anunciaban los fascismos y la II Gran Guerra. También cómo sus coetáneos lo ignoraron, viviendo felices confiando en "el progreso", hasta que la depresión del 29 los sacó de su letargo. Incluso, en su inconsciencia, llegaron a llamar a esa década "los felices años 20".
Esta semana recuerdo a Oscar Wilde y su obra El retrato de Dorian Gray; metáfora de la sociedad actual. Nunca, como ahora, las imágenes han mostrado una sociedad más boyante: impresionantes edificaciones, salones recargados de arte, industria del lujo floreciente, portadas de las revistas con rostros jóvenes, sanos y relucientes? hoy La vida es bella; pero no como en el film de Roberto Benigni (1997), que era un canto al alma generosa, sino como la obra de Scott Fitzgerald, El Gran Gastby (novela de 1925 y películas varias) que mostraba esos años 20 y, junto al oropel de las clases acomodadas, la realidad del alma deteriorada de una sociedad de drogas y corrupción.
En El retrato de Dorian Gray, su protagonista, eternamente joven y lozano por un acuerdo con el más allá, esconde su cuadro en una estancia cerrada de su casa porque muestra la degradación real de su figura, la crueldad de su alma, el deterioro de la edad y el vicio. Lo mismo pasa en nuestra sociedad: al lado del superficial esplendor actual está la fotografía que evitamos de una sociedad de miserias en los suburbios de las ciudades, guerras degradantes, hambrunas brutales?
Oscar Wilde también avisa: no se debe ocultar esta otra cara de nuestra sociedad, menos aún para adormecer nuestra conciencia; porque se irá deteriorando y, tarde o temprano, saldrá a la luz, se vengará y aterrará como el retrato de Dorian Gray asustaba a su propietario. En la novela, el personaje, Dorian, acaba asesinándose apuñalando el cuadro y así se suicida. ¿Hará esta sociedad lo mismo?
