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Con otra ley electoral habría investidura

Con otra ley electoral ya habría investidura. En los sistemas democráticos siempre hay que mantener el equilibrio entre representatividad proporcional y gobernabilidad. Hay diferentes formas de hacerlo. En algunos casos se acude a la segunda vuelta, el balotage de Francia o los distritos uninominales ingleses, incluso a las primarias que hacen más permeables los partidos y por tanto capaces de agrupar a mucha más gente que cuando los aparatos partidarios son cerrados.

Incluso hay países donde se prima con cincuenta diputados adicionales al ganador como en Grecia. Son mecanismos que sirven para agrupar el poder y facilitar el Gobierno. Pero también se trata de que los propios diputados sean leales a los electores, que piensen en el bien de la nación, que los debates internos permitan que la lealtad con los partidos sea compatible con la libertad de ser leales con el país.

Y, en este sentido, de todo el discurso de investidura del candidato Rajoy una parte importante ha sido la defensa de la unidad territorial. Los españoles han demostrado (lo dijo el candidato) ser capaces de superar la crisis económica. Pero ese no es el mayor desafío que tiene España. Lo más grave es el reto independentista, centrado ahora en Cataluña, pero sin olvidar el País Vasco. Otegi y Junqueras (por citar los más conspicuos independentistas) argumentan que el Estado español está desmantelado y eso les da fuerza para defender la secesión. Lo argumentan desde la economía y desde la política.

En economía se les acaban los argumentos; crecimientos del 3% anual en la actual situación internacional, aumento de la exportación y recuperación de puestos de trabajo, es lo contrario de lo que dicen. Además Cataluña, en particular, no podría financiarse sin el Estado, que ha mutualizado su deuda. Pero el bloqueo político les da alas. Les refuerza su ataque a un Estado decadente que acusan de ser incapaz de gobernarse. Bastó con ello oír al señor Junqueras de ERC.

Por eso la mejor respuesta, dado que la economía está remontando, sería un Gobierno estable y fuerte, capaz de tomar la iniciativa ante los problemas de Estado. Por ejemplo, en la reforma de la financiación autonómica, del sistema educativo, del cumplimiento de los compromisos económicos. Cuando se publique este artículo los diputados estarán decidiendo su voto de mañana. ¿Incluirán esta reflexión aquellos que pertenezcan a partidos constitucionalistas?

Es verdad que la lealtad al partido y sus directrices es un valor. Pero cuando los debates internos de los partidos se reducen a aceptar lo que dice el aparato, porque si no se juegan la supervivencia política, la lealtad se transforma en sumisión. Por eso lo más importante para la regeneración de la política es una reforma electoral que acerque los representantes a los electores, con distritos pequeños, que dé una cierta independencia a los electos; una reforma electoral que permita una mayor libertad en los debates internos. Entonces la lealtad al partido será compatible con la lealtad a los votantes. Es por la posibilidad de llegar a este tipo de leyes, mediante el consenso, por la que merece la pena tener un Gobierno.

También en la ley electoral hay que tener en cuenta factores de gobernabilidad. La ley D?Hont ya favorece a los partidos mayoritarios, pero con la actual distribución de distritos electorales ha dado resultados dudosos, para muestra la actual situación. Será muy difícil llegar a un acuerdo para corregir este tema, porque los partidos minoritarios desconfían de todo lo que no sea la proporcionalidad estricta. Pero entonces hay que encontrar mecanismos para que el Gobierno se pueda formar y tenga la autonomía necesaria para llevar a cabo políticas estables.

En resumen, el sistema electoral, que fue útil para instaurar la democracia, que ha cumplido su papel está agotándose. ¿Podrá este parlamento o el que le sustituya, si hay nuevas elecciones, ser capaz de cambiar esa ley? Siempre se ha dicho que es muy difícil que los beneficiados de una norma, los que salen elegidos por esa ley, sean capaces de cambiarla. Eso exige una altura de miras, una ética y, una estética que es la que en la transición tuvieron muchos. ¿Lo tendremos ahora?

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