
A penas han pasado 18 meses desde que en junio de 2014, el precio del barril de petróleo empezase a caer desde aquellos lejanos 120 dólares por unidad. Hace solo un año que se estabilizo en los 50 dólares y trastocó todas los planes estratégicos y de inversión de las compañías petroleras que no tardaron en darse cuenta de que aquel descenso no era tan coyuntural como les hubiera gustado.
Durante este año hemos escuchado muchas teorías sobre cómo iba a evolucionar el precio de petroleo y la gran pregunta ha dejado de ser ¿hasta cuándo? para convertirse en un ¿hasta dónde? El último informe de Goldman Sachs trabaja con la estimación de que el barril podría sufrir otro dramático descenso y situarse en los 20 dólares.
Existe cierto acuerdo de que la primera caída del precio del petróleo fue alentada deliberadamente por Arabia Saudí porque en 2014 se podía intuir ya cómo los Estados Unidos podían emprender su camino hacia la autonomía en términos energéticos. Los saudíes gozan de capacidad excedente y hasta cierto punto han podido dar dirección al precio mundial subiendo o bajando su nivel de producción.
Así que con esta estrategia Arabia Saudí pretendía disuadir a sus posibles competidores: atacaba, así, la creciente inversión en tecnología de fracking que liberaba tanto petróleo de difícil acceso ("tight oil" ) como el "shale gas".
Cuando empezó esta guerra, Arabia Saudí confiaba en mantener el precio en una horquilla de 50-60 dólares el barril para perjudicar a a estas tecnologías cuyo coste estaba en aquel entonces en unos 70/80 por barril. Sin embargo, la historia nos ha demostrado muchas veces que es posible conocer por qué y cómo comenzamos las guerras, pero más difícil adivinar cómo acabarán.
En primer lugar, aunque el coste completo de las nuevas tecnologías era más alto, sus costes marginales eran mucho más bajos, por lo cual la caída del petróleo sí frenó algo la exploración pero a la vez aumentó la producción en pozos ya en funcionamiento. Otro efecto, quizás imprevisto, fue que países como Venezuela, Rusia o Irak no han tenido más remedio que aumentar su producción para mantener el mismo nivel de ingresos ya que sus economías y su viabilidad política dependen de los ingresos de productos petrolíferos.
Ambos factores, y algunos otros, han derivado en una superproducción mundial que ha provocado una espiral de precios negativos que afectan seriamente a la rentabilidad de las compañías petroleras que también han visto caídas bruscas en su cotización bursátil.
Esta narrativa es la que más me convence, pero hay otro argumento explicativo, quizás más radical, que es plausible, sobre todo después del histórico acuerdo alcanzado en París sobre el cambio climático la semana pasada. Sería posible que la actual caída del precio de petróleo fuera totalmente intencionada, no por la coyuntura del fracking, sino para golpear a las energías renovables y el movimiento ecologista.
Lo cierto es que las energías renovables, tanto la solar como la eólica, han conseguido reducciones de costes espectaculares en los últimos años y, en muchas casos, ya son competitivas con la energía tradicional. Cuanto más caro es el petróleo, por supuesto, más competitivas son.
No estoy completamente seguro de que se pueda hablar de una oscura estrategia completamente planificada, pero lo cierto es que si los precios continúan tan bajos -y parece que va a ser así- hará falta más voluntad política que nunca para llevar a cabo la transformación del sistema energético previsto en París.