
Grexit, spexit, quitaly... En cinco años dando tumbos de una crisis a otra, la eurozona ha acumulado un léxico estrafalario de términos que describen a los distintos países que podrían dejar la moneda única. Y, sin embargo, podría haber una pérdida mucho más importante para la eurozona que Grecia e incluso que Italia o España. Y podría estar mucho más cerca: hablamos de Polonia.
A falta de conocer los resultados del pasado domingo, el país del este de Europa más grande y próspero está al borde de aupar al Gobierno al partido Ley y justicia, rabiosamente euroescéptico, en lugar de a la más moderada Plataforma cívica. Como en todos los países de la UE, salvo Gran Bretaña y Dinamarca, Polonia se ha comprometido a unirse a la moneda única algún día. Bajo su nuevo gobierno podría ser tan probable como que Apple decida que el iPhone 7 funcione con Android.
Efectivamente, estará fuera de la agenda. Y eso importa mucho. Una moneda no es muy diferente de una empresa. Su influencia se expande o se contrae. Al final, perder Grecia sería bastante marginal para la eurozona pero perder Polonia podría ser más grave. Si la eurozona no es capaz de convencer a las economías en auge del este para que se unan al club, cuesta ver que tenga futuro a largo plazo.
Los sondeos de opinión no tienen un buen historial estos días pero las elecciones polacas del 25 de octubre podrían instalar en el poder a Ley y justicia. Las últimas encuestas le dan un 36%, un 24% a Justicia cívica de centro derecha en el gobierno, y el resto a partidos menores. Ley y justicia ya incomodó a la clase política este año cuando su candidato Andrzej Duda ganó la presidencia. Ahora parece encaminado a controlar el parlamento y el gobierno también.
¿La plataforma? Es uno de los partidos nuevos insurgentes a los que les está yendo bien en todo el mundo. Es conservador socialmente, receloso de la Unión Europea y hostil hacia los inmigrantes. Para el resto del mundo, lo más importante de su victoria será que Polonia le dé la espalda al euro. Cuando se creó la moneda única en el Tratado de Maastricht, todos los miembros de la Unión Europea se comprometieron a firmarlo algún día, con la única excepción de Gran Bretaña y Dinamarca, que negociaron la exclusión por su cuenta.
En su adhesión a la UE, los países de Europa del este suscribían técnicamente de paso la moneda única. Solo era cuestión de tiempo. Unos cuantos países pequeños ya lo han hecho. Eslovaquia, Eslovenia, Letonia y Lituania se han subido al carro desde que se lanzó la moneda. Suman una población de apenas 12 millones y ninguno va a suponer diferencias de ningún tipo. Los países grandes son otra historia. Con una población combinada de 60 millones de personas, Polonia, Hungría y la República Checa tienen un tamaño similar, juntos, al de Gran Bretaña o Francia. Que se unan o no en último término tendrá repercusiones.
En plena crisis de la eurozona y con los vaivenes de China, la modernización constante de Europa del este se puede pasar por alto. Son economías tortugas en vez de liebres pero, como todo el mundo sabe, al final la tortuga es la que gana. La economía húngara creció a un sólido 3,6% el año pasado y se prevé que haga lo mismo este año. La República Checa crece a más del 3% este año y en el primer trimestre alcanzó un crecimiento de más del 4%. Polonia se expandirá otro 3,2% este año (fue casi la única economía importante que atravesó la crisis financiera sin caer en recesión).
Más sobresaliente si cabe es que las grandes ciudades de la región están superando al occidente de Europa. Un estudio del Bruegel Institute ha descubierto que Varsovia y Praga ya son más ricas que Viena con respecto al PIB per cápita. Y que Roma, Lisboa y Madrid también. Polonia en particular se establece gradualmente como una gran potencia dentro la economía europea. Ha alcanzado a España.
Con las tendencias actuales, pronto superará en importancia a Italia y no descarten la posibilidad de que acabe adelantando a Francia también. Pero no parece que vaya a sumarse a la moneda única. Aunque el gobierno actual simpatizaba por lo menos con la idea, Ley y justicia está colocando tantas barreras que será imposible. Su presidente, Andrzej Duda, insiste en que si Polonia se une alguna vez al euro, debe haber antes un referendo y, como todos sabemos, siempre que se vota el euro acaba perdiendo.
También ha insistido en que no podrá suceder hasta que los salarios polacos igualen por lo menos a los alemanes. Dado que el sueldo medio en Polonia es de 689 euros al mes, frente a los 2.598 euros de Alemania, no parece que vaya a ocurrir pronto. Es bastante difícil para cualquier país alcanzar los generosos sueldos alemanes y mucho más para Polonia. La puerta se ha cerrado de un portazo.
Olvídense del follón sobre el grexit. Al final, que Grecia esté o no en el euro importa a los griegos pero no al resto de Europa. Con once millones de personas, unas cuantas industrias grandes sin contar el transporte, no representa más que el 2% de la producción total de la zona. Un año de crecimiento decente añadiría otro 2% al PIB de la zona, más que compensar su pérdida. Si o cuando se marche, la zona sobrevivirá.
No ocurre lo mismo con Polonia, Hungría o la República Checa. El euro se creó para desafiar el poder del dólar y formar una potencia líder en los mercados globales de capital. Si unas cuantas economías pequeñas y no muy prósperas se bajan del barco, podrá aguantarlo, pero que le den la espalda economías grandes y en crecimiento es distinto. Si Polonia renuncia a la moneda única importará más a largo plazo.