
Los votos de los independentistas catalanes no llegan al 50% y, si valoramos el censo global de la población apenas representan a un tercio. Sin embargo, nos haremos trampas en el solitario si nos quedamos satisfechos con este escenario. La lectura de la prensa internacional, desprovista de la pasión que nos embarga, lo deja claro: el problema continúa.
Si los nacionalistas suman sus escaños en el Parlamento autonómico pueden gobernar Cataluña. Son fuerzas de ideologías distintas, antagónicas incluso, pero les une un objetivo común más fuerte y, para el que lo quiera escuchar, lo han dicho alto y claro: "el proceso continúa".
Si el precio del pacto es la cabeza de Artur Mas y de algún que otro convergente, ya habrá otros dispuestos a ocupar ese hueco. Entre los llamados constitucionalistas, más de uno y más de dos hay dispuestos a firmar el decreto de un referéndum por el mal llamado "derecho a decidir" que difícilmente cabe en la Carta Magna.
En veinte días se constituye el Parlamento autonómico y los independentistas harán más visible si cabe su declaración de intenciones. Poco margen tiene ya el Gobierno de Rajoy para hacerles frente. A menos, claro está, que cometan un acto ilegal, aunque se han cuidado mucho de pisar las líneas rojas.
Así que será el próximo Congreso de los Diputados, el que salga de las urnas en las que votamos todos los españoles, el que gestione su órdago. Las posiciones de los cuatro partidos nacionales frente al problema catalán o, para ser exactos, sobre la estructura del Estado, son bien distintas: el abanico va de los autonomistas a los que apuestan por la nación de naciones.
Quizá, lo que nos pida el cuerpo en diciembre es votar por un programa o por la gestión de gobierno, pero nos lo han puesto difícil. Con nuestra papeleta decidiremos también, y sobre todo, qué modelo de país queremos.