
En Atenas hablan de crisis. El FMI se volvió a casa de morros. Los ministros alemanes filtran que la eurozona puede sobrevivir a una salida griega, mientras los griegos insisten en que la austeridad no se puede tolerar más. Si es el miércoles, al menos uno de esos factores amenazará con echar a Grecia de la moneda única antes del fin de semana. O el lunes. O a finales de mes.
Ya han pasado cinco años desde el inicio de la crisis de Grecia y en ese tiempo parece haber vivido tantas secuelas como Parque Jurásico, y con un argumento que es casi tan familiar. Pero la crisis ha sido tan prolongada y ha sufrido tantos giros y recovecos que hasta al inversor más diligente le cuesta cada vez más seguirla.
Aun así, sigue siendo cierto que un Grexit repentino y calamitoso es el mayor riesgo para cualquier cartera. Si es así, ¿cómo protegernos del agotamiento por toda la saga y averiguar si esta vez el Grexit será real? Habrá tres grandes indicios: la aceleración de la flexibilización cuantitativa del Banco Central Europeo, la puesta en marcha de un paquete de ayuda de emergencia para Grecia y la congelación del mercado de préstamos interbancarios. Hasta que todas las luces de aviso parpadeen en rojo, todo el debate sobre si Grecia saldrá del euro no será más que eso... un debate.
Todo empezó en 2009
La crisis de la deuda griega ya empieza a hacer que Juego de tronos parezca una obra maestra de la narración corta. Todo empezó allá por 2009, cuando los bonos griegos comenzaron a repuntar por el miedo a que el país no fuera capaz de devolver todo el dinero que había pedido prestado en los años buenos. Un año después, ya necesitaba un rescate y la Unión Europea inició el juego de la provocación constante; Grecia llegó al borde de la insolvencia antes de ser rescatada otra vez en una cumbre entrada la noche.
Los plazos van y vienen, los puntos de crisis han caído cada varias semanas desde entonces, pero Grecia todavía parece que sigue en el euro. Una sucesión de expertos cabales nos dicen que quedan cinco minutos para la medianoche, o dos minutos o tres... Pero la medianoche no llega nunca. Es muy fácil para el inversor medio desconectarse de todo y dejar de prestar atención.
No va a llegar a su fin en un futuro cercano. Por mucho que Grecia sobreviva esta semana y logre juntar el dinero necesario para sufragar su último pago al Fondo Monetario Internacional, no deja de haber plazos interminables que se extienden durante años. Grecia tendrá que amortizar 6.700 millones de euros en bonos del BCE en julio y agosto. Si alguien tiene la más mínima idea de dónde encontrar esa clase de dinero, está muy calladito.
El año próximo, Grecia deberá devolver más de 9.000 millones de euros de deuda. De hecho, ya hay un pago de 6.000 millones de euros previsto en 2056. El país no tiene más probabilidades de tener el efectivo a mano entonces que ahora y tal vez sigamos leyendo titulares sobre cómo oscilan los mercados ante la posibilidad de que Grecia salga del euro. ¿Cómo saber si no es más que ruido o si hay que empezar a preocuparse de que llegue a ocurrir? Habrá tres grandes señales de aviso de que está pasando algo más serio que otra discusión más entre el Gobierno de Atenas y sus acreedores.
Tres grandes señales de aviso
Primero habrá un aumento repentino de la flexibilización cuantitativa del BCE, sin explicación aparente. Cuando el Grexit se acerca, el BCE podría perfectamente ser el primero en saberlo, para empezar porque puede que sea la institución que cierre el grifo. El banco central podría tener que implantar muchos cortafuegos para impedir que cunda el pánico en el sistema financiero europeo pero seguirá preocupado por que la liquidez se acabe y por pérdidas que pueden aparecer sin aviso en otra parte. Cuando suceda, querrá asegurarse de que hay suficiente efectivo rondando el sistema y la manera más fácil de lograrlo será aumentar la flexibilización cuantitativa.
Segundo, se empezará a hablar de un paquete de ayuda urgente para Grecia. Si el país acaba saliendo de la moneda única, se enfrentará a unos seis meses muy duros mientras establece una nueva divisa y se pone en pie. Nadie quiere que el país se hunda en el caos ni caiga en la esfera de influencia de Rusia, pese a los esfuerzos por lograrlo que mostró Alexis Tsipras la semana pasada.
En los primeros meses, necesitará ayuda financiera aunque solo sea para pagar combustible y medicamentos, y probablemente alguna ayuda técnica también. Surgirán filtraciones sobre los planes de ayudar al país, quizá liderados por Estados Unidos y el Reino Unido, dos países que no han estado implicados en la creación de la catástrofe.
Por último, el mercado interbancario se congelará. Algo de tamaña proporción no puede llevarse a cabo sin que alguien en algún lugar tenga noticias de ello. Lo primero que sucederá es que los bancos dejarán de prestarse dinero entre sí por los nervios a que el de enfrente esté sentado sobre una montaña de pérdidas. El libor, el tipo de Londres al que los bancos se prestan unos a otros, subirá como la espuma como lo hizo en la crisis financiera de 2008. Un fondo de cobertura de Londres o Zúrich podría cerrar cuando descubra que ya no puede conseguir un precio para sus bonos más exóticos.
Ya se están observando algunas señales. Se habla de controles de capital en preparación para Grecia. El BCE ya ha empezado a hablar de aumentar la flexibilización cuantitativa. Podría darse el caso de que el Grexit esté alarmantemente cerca pero en realidad no será inminente hasta que salten estas tres señales de advertencia. Hasta entonces, los inversores pueden hacer caso omiso de toda la especulación.