
Desde el punto de vista de nuestro futuro económico, la cuestión a dilucidar con estas elecciones consistía en saber si España se acercaría a Grecia o si afrontaría la realidad como un adulto. Las elecciones municipales han supuesto que los dos partidos nacionales protagonistas de la transición hayan pasado de representar el 64% del voto al 58%.
Es difícil saber el resultado de Podemos, que ha presentado candidaturas con nombres y organizaciones diferentes, pero el hecho de que hayan ganado en Barcelona y sean los segundos en Madrid da idea de la pujanza que han adquirido. Es extraordinario el hecho de que las dos primeras ciudades, las que deben liderar en muchos sentidos la economía española, tengan una presencia populista semejante.
Los españoles han decidido el camino de la inestabilidad. Se han negado a dar mayorías absolutas. Y han dado mucho poder al populismo. El populismo ve la realidad de una manera diferente. Cualquier analista puede comprobar que España es un país cuya gasto público es excesivo, sus impuestos insostenibles, la intervención pública extraordinaria y que, por tanto, precisamos de un impulso que favorezca lo individual, reduzca la red de protección social, y libere tanto recurso asfixiado.
Los podemitas, sin embargo, creen que la deuda se acaba dejando de pagarla, con el sufrimiento de la gente, subiendo los impuestos y con la crisis económica aliándonos con Varoufakis. No habrá forma de que la economía española crezca. Pero también se trata de cómo nos verán: nuestros socios, nuestros financiadores, los inversores.
Los españoles han decidido irse a vivir al País de las Maravillas. Durante los próximos meses veremos más inestabilidad. En España y en Europa. Quedan pocos meses para que los dos partidos nacionales, los que construyeron este régimen de libertades y prosperidad, decidan si quieren reformarlo y perfeccionarlo, o dejarlo morir.