
El país necesita acometer reformas, no esperar a que soplen vientos favorables.
Pontevedra, España, 2008. Manel, un reputado abogado que acaba de sufrir la muerte de su novia en accidente de tráfico, asiste atónito al desarrollo de una pandemia que comenzó en un remoto país asiático y en pocos días asola todo el planeta. Los infectados mueren entre espasmos rápidamente, pero a los pocos minutos despiertan convertidos en zombis con un único objetivo morder a los vivos para inocularles el virus contagiándoles el fatal destino. Su primera decisión es atrincherarse en su lujoso chalet, provisto de todo tipo de comodidades y víveres. Todo ello sucede en la novela gráfica Apocalipsis Z (Manel Loureiro y Vicente Vegas, Panini, 2013)
Bruselas, Unión Europea, 2014. Mario Draghi, un prestigioso economista y desde hace unos años presidente del Banco Central Europeo (BCE), observa impasible como el fantasma de la deflación y del paro recorre Europa. Su primera decisión es estudiar continuar con sus programas de estímulo de flexibilización cuantitativa (del acrónimo en inglés QE, quantitative easing). Mientras tanto, decide mantener sin cambios, por cuarto mes consecutivo, los tipos de interés del euro en mínimos históricos del 0,05 por ciento. Todo ello sucede en la reunión mensual del BCE.
Madrid, España, 2014. Luis de Guindos, antaño influyente banquero y en la actualidad ministro de Economía del Gobierno de España, desglosa los motivos por los que el futuro de la economía española se antoja halagüeño. Entre otros, la caída del precio del petróleo cuyos costes -dijo- se han abaratado un 30 por ciento en dólares (un 20 por ciento en euros). Todo ello sucede en la IV edición de la Noche de la Economía, organizada por elEconomista.
Costes energéticos y tipos de interés en mínimos son, sin duda, una gran noticia pero ni mucho menos la antesala del desarrollo económico. De hecho las estimaciones de crecimiento económico europeas para la mayoría de los analistas (excepto para el Gobierno y afines) son para echarse a llorar. Este año acabaremos con un 0,8 por ciento, un uno por ciento al siguiente y un 1,5 por ciento en 2006.
Familias y empresas que se endeudaron hasta las cejas para comprar inmuebles (primera y segunda vivienda, en la ciudad y en la playa, locales y garajes) y stocks (ahora invendibles), encuentran en los tipos variables un desahogo económico, un salvavidas que les permite mantener a flote sus maltrechas finanzas. Sin embargo, la virtud de su efecto contracíclico se vuelve pernicioso ante las tímidas expectativas de crecimiento de PIB y de inflación. En mínimos históricos de tipos, éstos ya no pueden hacer otra cosa más que subir. En ese caso, el flotador se convertirá en una pesada losa que incrementará los costes financieros y detraerá recursos de otras partidas de su presupuesto penalizando consumo y ahorro e impidiendo la consolidación del desarrollo económico. Uno de los (muchos) motivos por los que el precio del petróleo se ha desplomado ha sido el estancamiento económico mundial. Una hipotética recuperación económica demandaría más oro negro y esa presión incrementaría su precio, volviendo a lastrar la frágil recuperación.
Durante el apocalipsis zombi, Manel tomaría una decisión valiente (arriesgada, sí, pero la única que garantizaba por lo menos una oportunidad de supervivencia). Intentar fingir que no ha pasado nada no es la solución. Los víveres se acabarán antes o después. Salir de su zona de confort y buscar un nuevo hogar es la única opción. En el mundo real sólo la búsqueda de nuevas formas de colaboración, de flexibilidad, de conciliación, de confianza, de integración y de inclusión serán capaces de generar un desarrollo sostenible. Sólo energías renovables, alternativas limpias, no conflictivas podrán hacer frente a la dependencia energética de nuestro país y generar nuevos tipos de empleos. He aquí las reformas estructurales que la sociedad necesita y cuyos efectos no se van a visibilizar en el corto plazo ya que requiere de investigación, de desarrollo y de innovación.
Esperar a que soplen vientos propicios desde otras partes del mundo o continuar machaconamente con las mismas políticas económicas que nos han llevado a la ruina no son la solución. Quizás sí para algunos de los supervivientes de la crisis, pero no para la mayoría de los 4.512.116 parados que hay en España.