
Se acaba de publicar la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizada entre el 1 y el 13 de octubre pasados. Sociólogos habrá que den las explicaciones oportunas a los resultados. También existirán opiniones de todo signo, tanto políticas como periodísticas. Dejamos a los expertos profundizar en las complejidades de los análisis sociológicos de estimación del voto. Lo que aquí nos interesa es hacer un apunte sobre la conexión entre la marcha de la macroeconomía y los resultados electorales; pues los hay que piensan que las mejoras económicas traerán un fruto electoral futuro, cuando todavía quedan muchos meses antes de las elecciones generales. Sin embargo, la realidad se mueve con otros parámetros.
La primera observación que se hace es que hay una gran masa de votantes que son más pragmáticos de lo que algunos creen. Pues se mueven según sus expectativas de cambio, no por afinidades sentimentales. Incluso los hay que ante la expectativa de entrar en territorio ignoto, asumen la aventura de apostar por lo "bueno por conocer", haciendo falso el refrán de que es siempre mejor quedarse con lo malo conocido.
¿Cuáles serán los partidos bisagra?
Y es aquí donde entra el papel de la economía, donde las expectativas de crecimiento del PIB no dejan de ser una entelequia; dado que sus efectos tardan, generalmente, mucho tiempo en sentirse en el bolsillo de la gente. Si se vive -como pasa ahora ya desde hace demasiado tiempo- en un entorno de asfixiante corrupción, con un desempleo del 23% (que en el caso de los jóvenes supera largamente el 50%). Si las rentas de los hogares se siguen reduciendo en términos reales y el crecimiento de los salarios se mantiene por debajo de la inflación como desde hace años, si las rentas del trabajo siguen cayendo respecto de las rentas de capital o las rentas mixtas, aumentando la brecha entre los que más tienen y los que menos poseen. Si las desigualdades sociales siguen creciendo hasta convertirse en un problema crónico donde los ricos en España han crecido un 27% durante la feroz crisis económica de la que apenas hemos salido, con un aumento sólo en 2013 de más de 160.000 personas, no es esperable que los datos macroeconómicos sean la feliz palanca que asegure la estabilidad del modelo político bipartidista actual. Al contrario, esa alternancia está de manera evidente en vías de ruptura.
Y ante este panorama, la pregunta tiene que ver con lo que vendrá después; es decir, en 2016, cuando se muestren los resultados de las próximas elecciones generales. Roto el bipartidismo, solo queda adivinar cuál o cuáles serán los partidos bisagra.
Podemos ha venido para quedarse
Volviendo a la encuesta del CIS a la que hacíamos referencia más arriba, parece que, a día de hoy, la bisagra estará en manos del nuevo partido Podemos. Ya dijimos en un artículo publicado en estas páginas a primeros de octubre pasado que, en nuestra opinión, Podemos ha venido para quedarse. Y esto es lo que refleja la encuesta del CIS, cuya estimación de voto actual le da el 22,5%, y la sitúa como tercera fuerza política cerca del PSOE (23,9%), y no muy lejos del PP (27,5%). Unos resultados que la última encuesta de Metroscopia para El País presentaba aún más abultados, ya que Podemos superaba tanto al PP como al PSOE.
Poco importa que las encuestas actuales se hayan realizado en momentos de alta tensión social, cuando se vivía con mucha intensidad los casos de ébola o las nuevas corrupciones políticas conocidas. El hecho real es que el nuevo modelo político esperable gira de manera clara hacia lo desconocido. Lo que viene a decir que el esquema vivido desde la Transición sufre importantes vías de agua, al igual que lo hace la propia Constitución que lo sujeta. Se trata por tanto de un problema que va mucho más allá de las soluciones económicas, donde la puesta en marcha de más ajustes, aumentarán los desencantos.
El problema es que en nuestro escenario político solo hay un partido que parece proponer con entusiasmo un cambio profundo del status quo actual. El resto se mueve de manera adocenada tratando de tapar las vías de agua internas. Unos porque no acaban de dar drástica solución a los continuos problemas de corrupción que surgen de sus profundidades, y otros porque realmente no saben qué modelo ofrecer, ya sea porque sus ideas están congeladas o porque desconocen la realidad del entorno en que se mueven. Basta ver cómo los representantes de Podemos, con sus evidentes carencias, se han convertido en el motor de la novedad política. Ya sea porque el número de sus detractores crece con la rapidez que lo hace el número de sus simpatizantes, o porque su descaro político les lleva a presentarse como la panacea de las soluciones.
Y es que aunque se hace difícil ver a estos nuevos dirigentes moverse con soltura en el complejo entorno político y económico internacional, no es menos cierto que a veces el descaro abre las puertas del éxito aunque este sea efímero, y aunque los votantes deseosos de un cambio profundo se den cuenta demasiado tarde del error cometido. Un error que, de suceder, no será ajeno a los dos grandes partidos que hoy pastorean sin dar con la tecla adecuada la escena política española.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.