
El aumento de las exportaciones españolas desde el comienzo de la crisis ha sido una muy grata sorpresa para la economía. La capacidad del tejido empresarial español de abrir nuevos mercados y capturar cuota en los existentes en un contexto económico internacional muy complicado, ha amortiguado considerablemente los efectos de la crisis. En términos reales, el PIB ha caído un 7,4% desde el máximo de 2008. Sin embargo, la demanda interna (consumo e inversión) ha bajado más del 16% desde entonces. La diferencia entre ambas magnitudes ha supuesto la espectacular mejora de la balanza comercial española a razón de casi 100.000 millones de euros al año.
La cuestión a dilucidar ahora es si cabe esperar que la tendencia continúe a medio plazo. Es decir, si la mejora de las exportaciones va a ser suficiente para solucionar los dos grandes problemas estructurales de la economía española: el desempleo masivo y la situación de insuficiencia fiscal que parecen poner de manifiesto las cuentas, sobre todo desde la evaporación de los ingresos extraordinarios generados por la burbuja inmobiliaria, y a la que no se ha puesto coto a pesar de los continuos y dolorosos recortes en servicios públicos e inversión.
En nuestra opinión, centrar la recuperación en el esfuerzo del sector exportador, cuya trayectoria en los últimos años ha sido brillante, sería pedirle mucho, incluso aunque las expectativas para este sector económico sigan siendo altas. De hecho, la Comisión Europea basa sus expectativas de recorte del déficit en la asunción de que nuestras exportaciones de bienes y servicios crecerán un 5,7% en 2014, tras hacerlo un 4,1% en 2013. Pero nuestra visión apunta a que será difícil que se cumplan estas previsiones sin un cambio en las condiciones externas.
Un análisis detallado del destino de nuestras exportaciones de bienes tampoco anima particularmente al optimismo. Las exportaciones fuera de la zona euro han sido claramente el motor de la recuperación de nuestro sector exportador. Entre enero y noviembre de 2013, las ventas al resto de la Eurozona crecieron un 4,0% frente al período equivalente de 2012. Por el contrario, las exportaciones fuera de la zona euro lo hicieron en un 6,8%. Ante el estancamiento de la demanda en este mercado tradicional para nuestros productos, los exportadores han hecho bien en orientarse hacia otros destinos, como indica el crecimiento de nuestras transacciones con América Latina (+9,1%), Asia (+11.6%) y África (+10%), que comienzan a tener un peso importante en nuestra balanza comercial.
También en el lado de los datos positivos hay que colocar el comportamiento del turismo, nuestro principal epígrafe en la exportación de servicios. El peso de los ingresos por turismo de los siete países de la Eurozona que más turistas envían a España ha descendido más de cuatro puntos porcentuales, mientras que el turismo de fuera de la Eurozona supone ya más de la mitad de los ingresos por este concepto, destacando países como Rusia, que aportan una proporción aún modesta pero creciente de aquéllos.
Conclusiones inevitables
A tenor de todas estas reflexiones, dos conclusiones parecen inevitables. Si bien las expectativas que se han generado sobre el sector exterior español (en el que incluímos al turismo) son altísimas, su cumplimiento dependerá de la capacidad del sector para mantener o incluso aumentar la penetración en mercados fuera de la zona euro. Por tanto, el tipo de cambio del euro será un factor crítico en el cumplimiento o no de dichas expectativas. Y las noticias en este sentido no son halagüeñas.
El tipo de cambio euro-dólar mantiene a la moneda común en un rango de 1,35-1,40, relativamente fuerte, y claramente por encima de los niveles que la OCDE considera igualan el poder de compra de ambas monedas, es decir, entre 1,20 y 1,25. Desgraciadamente, la fuerte caída que han experimentado las monedas de economías emergentes afecta especialmente a la competitividad de nuestros exportadores, enfocados cada vez más en mercados fuera de la zona euro, y con la moneda común notablemente apreciada frente a esas divisas, lo que no puede venir en peor momento.
Sin duda, una caída gradual del euro hacia los 1,20 dólares sería ideal para la economía española, pues permitiría absorber la reciente depreciación de las monedas emergentes y daría un muy necesario impulso a nuestro sector exterior, cuyo fuerte crecimiento reciente empieza a presentar síntomas de desaceleración. Además, pensamos que el impacto sobre la inflación sería relativamente menor y, en cualquier caso, sería probablemente bienvenido en un momento en el que el índice de precios al consumo flirtea peligrosamente con la deflación.
En suma, la depreciación proporcionaría una muy necesaria inyección de demanda de empleo y actividad al tejido productivo español, sin ningún efecto negativo importante. Asimismo, un nuevo recorte de tipos por parte del BCE podría servir también de detonante para dicha depreciación. Esperemos que esta vez Fráncfort se adelante a los acontecimientos y facilite la transición de nuestra economía a un modelo sostenible enfocado al exterior.
Enrique Díaz, Director de Estrategia de Ebury Partners.