
En 1941 Ernst Frenkel, político socialdemócrata y jurista alemán, publicó una obra que alcanzó una gran repercusión, El doble Estado. Para Fraenkel, el Estado Moderno estaba afectado por una dualidad casi intrínseca al mismo. Una doble personalidad que, a la manera del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, expresaba las contradicciones del llamado Estado de Derecho o del también llamado Estado Social y Democrático de Derecho.
Contradicciones que avanzarían conforme el capitalismo fuese alcanzando mayores grados de desarrollo. Por una parte existiría el Estado normativo, en el cual el ámbito de la actividad estatal estaba sometido a las leyes y la fiscalidad de un poder judicial independiente y por otra, concretada en los intereses de la clase dominante, se manifestaría el Estado discrecional o Estado instalado en la excepcionalidad legal, la crisis de valores y la exaltación de realismo político como justificación para poner su capacidad al servicio del poder económico.
La excepcionalidad como norma
Lo anterior, perfectamente observable, se expresa en nuestro país con toda la carga histórica de la revolución liberal constantemente abortada y de la degradación de la idea democrática como consecuencia de las oligarquías, el caciquismo y un doble Estado cuasi mafioso. Los poderes económicos más retardatarios, los intereses de una sociedad de rentistas y parásitos del erario público, la connivencia entre amplias capas de los tres poderes del Estado y de las más altas magistraturas con el poder económico a través de las cañerías insalubres de la economía, la ley y la política, han conformado un régimen en el que la excepcionalidad es la norma.
Por eso, abordar la situación de postración social profunda en la que vivimos no es una simple cuestión de una más que improbable salida basada en el clásico ciclo auge - depresión- recuperación. En España el saneamiento de la economía va indisolublemente ligado al saneamiento democrático del Estado.
Julio Anguita, excoordinador general de IU.