Firmas

De herbicidas, despilfarros y subvenciones

Si nos fijamos en los millones de muertes de seres humanos por inanición en los países subdesarrollados, pocas políticas resultan ser tan siniestras y peligrosas como todas aquellas encaminadas a proteger y subvencionar la agricultura de los países ricos, de todos, pero sobre todo la Política Agraria Común (PAC) y las leyes proteccionistas de la agricultura de Estados Unidos de América; pues estas políticas impiden a los países pobres especializarse en la producción de aquellos bienes para los que tienen ventaja comparativa, esto es la producción de productos agropecuarios. Pero a pesar de su carácter mortífero, pocas políticas gozarán de una aceptación tan generalizada como la protección y las subvenciones a la agricultura. Las defienden la izquierda y la derecha.

Es curioso que desde 1817 en que David Ricardo descubre y explica la ventaja comparativa en sus principios de economía política y tributación para la existencia del comercio entre países ricos y pobres, y de tecnologías en diferentes grados de desarrollo, no ha dejado de postularse y de avanzar la libertad de comercio, demostrado por la evidencia empírica como uno de los pilares fundamentales del crecimiento económico. Pues bien, de esta tendencia ha permanecido ajeno el sector agropecuario, a pesar de las duras y acertadas críticas del propio David Ricardo.

Todo esto viene a cuento porque así como el Gobierno se ha aplicado con decisión en practicar recortes, tal vez necesarios para conseguir el equilibrio presupuestario, pero con unas consecuencias gravísimas para los más pobres, sin embargo defiende con uñas y dientes las subvenciones a los agricultores, a pesar de que las ineficiencias y el despilfarro que incentivan, cualquier espectador imparcial puede contemplarlo en esta primavera tan verde y florida que nos ha regalado la naturaleza.

Sólo la protección del medio ambiente y el preservar las razas autóctonas encaminadas a su vez a la protección medioambiental, aunque con muchas reservas justificarían algún tipo de subvención. Pues bien, dado el carácter indiscriminado de las subvenciones así como algunas de las características de las mismas, generalmente cooperan a la degradación del medio ambiente y, salvo honrosas excepciones que no necesitarían subvención, cooperan igualmente a la degeneración de aquellas razas autóctonas mediante cruces más adecuados para la producción de carne, seguramente de peor calidad pero de mayor peso, y al no existir discriminación de precios, de mayores rendimientos económicos.

El despilfarro existe y cualquiera, según mencionábamos más arriba, puede contemplarlo si se fija desde las carreteras en el desagradable color de multitud de parcelas, que aptas para haber sido segadas hubieran producido cantidades enormes de un extraordinario forraje de trébol, ballico y retoños de cebada avena y trigo, y que hubieran hecho bajar los precios del forraje para el ganado tanto subvencionado como no subvencionado, pero que ha muerto ahogado por la peste de los herbicidas. Espero que esta práctica que con seguridad degrada el medio ambiente no haya sido también subvencionada. Aunque la duda es muy razonable pues los casos del girasol y del lino son demasiado recientes.

¿Dónde está la ganadería extensiva, con seguridad subvencionada que debiera estar pastando en estos barbechos, que no pudieron alzarse por la lluvia, y haber evitado así la utilización de los herbicidas? Con toda seguridad semiestabulada y consumiendo concentrados, que con demasiada frecuencia producen dudosa salubridad. Los episodios del clembuterol son sólo un ejemplo de esa estructura de incentivos adversa provocada por las subvenciones.

Es incomprensible que mientras que en todos los sectores de la economía se intenta introducir flexibilidad, competencia y libre comercio, la agricultura sigue siendo la excepción. Pero lo más sangrante es que mientras que los recortes y la austeridad afectan a servicios públicos tan importantes para la cohesión social como la sanidad, la educación y otros servicios sociales que sufren los más pobres, no sólo no se toquen las millonarias subvenciones a la agricultura que van a parar a las grandes fortunas y que también son contraproducentes en el sentido de que provocan el despilfarro ya que producen una estructura de incentivos adversa.

Ante una situación tan grave como la que vive una parte tan importante de la población de nuestro país y del resto de los países periféricos, ni los partidos en el gobierno ni la oposición han puesto en tela de juicio las subvenciones a la agricultura, pero ni tan siquiera a los grupos antisistema se les ha pasado por la mente reparar en esa parte tan pingüe como innecesaria del gasto del Estado que va a engrosar el patrimonio de grandes terratenientes y ganaderos.

Victoriano Martín, Catedrático de Historia del Pensamiento Económicos, Universidad Rey Juan Carlos.

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