Firmas

Arrasemos el BCE, hundamos el euro

De derrota en derrota hasta el fracaso final. Ahí parecen conducirnos por su comportamiento nuestros líderes políticos y autoridades de todo nivel, sobre todo en la UE, para quienes las reglas -los límites-, casi siempre impuestos por ellos mismos, parecen no existir en sus propósitos. Y no lo digo por las próximas subidas de impuestos (camufladas de "cambios en el diseño de la estructura fiscal") que nos auguran tanto Rajoy como Rubalcaba, quien propone un aumento en la recaudación impositiva de 40.000 millones de euros y que, seguro, todavía algún ingenuo argumentará que saldrá de los ricos y "los malos". Me refiero en esta ocasión al discurso instalado en la oficialidad política de derechas e izquierdas, de muchos países de la UE, por romper del todo con el euro para finalmente lograr manos libres a fin de seguir cometiendo desmanes y atropellos sobre nuestras vidas y patrimonios, grandes o pequeños. Tal es el clamor por una mayor unión bancaria y un papel mucho más activo del BCE, al estilo de la Reserva Federal.

Total, señalan, no hay inflación (tampoco la había para esos mismos cuando estábamos en plena burbuja) y, para colmo, podemos observar que los bancos centrales se encuentran instalados en una "trampa de la liquidez", al estilo de la descrita por John Maynard Keynes en su Teoría General de 1936. Dejo a un lado consideraciones sobre el asunto que sorprenderían a más de uno y certifico que, aunque hoy ya no estamos en tal situación, conozco (a diferencia de Keynes) tres casos, además recientes, en los que sí se ha producido la trampa: Japón en los noventa; entre agosto y finales de 2008 (Lehman) y desde finales de 2010 hasta finales de 2011, tras el polvorín griego y los palos de ciego de las autoridades europeas que pusieron en jaque al euro (por cierto, algo que no ha sucedido con Chipre).

En todos esos casos, ciertamente las entidades monetarias y los agentes financieros de todo el mundo absorbieron toda la liquidez que pusieron a su disposición los bancos centrales, y les aseguro que a lo largo de la crisis ha sido inmensa. Sin ir más lejos, y tras años de todo tipo de relajaciones, disponibilidades y facilidades de crédito y liquidez abierta, entre finales de diciembre de 2011 y febrero de 2012 el BCE, al que se acusa de timorato o de no intervenir como la Fed, puso a disposición del sistema un billón de euros. Pero en todos esos casos la trampa de la liquidez se produjo no por las razones que creía Keynes (no hubo motivos especulativos entonces, aunque los había habido mucho antes, cuando no existía "trampa" alguna), sino porque en todos se rompió la credibilidad, se quebró la confianza en el sistema financiero y, como han argumentado los teóricos cuantitativistas desde el siglo XVIII, en tales casos de pánico, de quiebra del crédito e imposibilidad de generar unas expectativas razonables, la demanda de dinero se dispara porque busca un refugio seguro, sea dinero líquido, oro o cualquier otro activo que cumpla las expectativas. Keynes, acostumbrado a argumentar en todos los sentidos, también dijo esto último.

Pues bien, empeñados en que el monopolista del dinero, cuya encomienda específica y única es -o debiera ser- vigilar por el valor del bien que produce y que, por tanto, el dinero sirva expresamente a sus propósitos manteniendo inalterado su poder adquisitivo (el banco central no está ni para impulsar empresas, ni para reducir el paro, ni para financiar déficit de cualquier índole), eluda sus obligaciones y atienda los intereses y necesidades de los gobernantes inyectando liquidez para así reducir sus deudas y poder extraer fondos adicionales mediante la inflación (por pequeñas que parezcan sus cifras el crecimiento es negativo), los dirigentes europeos y otras voces se obstinan en que el BCE pierda cualquier atisbo de autonomía e independencia -de la escasa que le queda según sus estatutos- y permita la manipulación de su política monetaria según los fines y objetivos de aquellos gobernantes que deciden sobre gastos, impuestos, deuda, etc.

Es decir, como los gobiernos europeos se han saltado repetidamente las reglas exigidas -tanto en el Tratado de Maastricht como en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento- para evitar desastres en la moneda única o poner bajo presión su valor, y ello a pesar de la vigilancia del BCE (que no ha sido inocente en todo ese proceso), y después de obligarlo a romper sus propias normas sobre concesión de préstamos a gobiernos o adquisición de bonos soberanos, y tras colocar el euro, la Unión y el entramado europeo en graves dificultades y al borde del precipicio, la solución que proponen a todo ese destrozo es una unión bancaria, con el BCE actuando directamente al dictado e interés de las autoridades políticas de turno, inyectando liquidez para sus propósitos (que ellos disfrazan de cosas que sabemos no son ciertas, salvo por el falso y distorsionador espejismo del corto plazo, porque se han aplicado largamente durante estos años, tales como fluidez del crédito a empresas y particulares, impulso de la economía o estímulo de la inversión y el empleo), junto con una unificación fiscal y de gasto, con deuda común (eurobonos), y por supuesto mostrándose ellos mismos como la única vía posible para solventar esta situación creada por ellos. En definitiva, un patada hacia delante destrozando las instituciones erigidas, para lograr más poder en una Unión de gobernantes -no de ciudadanos- tomando decisiones sobre sus súbditos. No una unidad de mercado, sino una unidad de gobierno o, como se dice ahora, de gobernanza. ¿No es eso lo que llevan pidiendo años los enemigos de la libertad?

Fernando Méndez Ibisate, de la Universidad Complutense de Madrid.

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