Firmas

Presión fiscal y déficit público

  • Creo en la reducción de la presión fiscal, pero primero hay que bajar el déficit
En la imagen, el ministro de Hacienda británico, George Osborne.

Es difícil no experimentar cierta simpatía hacia el ministro de Hacienda británico, George Osborne, que se encuentra bajo una enorme presión por parte de los diputados conservadores. Un miembro del Parlamento, equilibrado normalmente, ha solicitado incluso un presupuesto "psicológicamente inspirador". Tal vez lo que necesite sea acudir al teatro. De forma más general, las demandas han ido encaminadas más a una "estrategia de crecimiento". Si el ministro de Hacienda se limita a actuar de forma audaz, el crecimiento llegará solo y el déficit se reducirá. Y los conservadores ganarían las elecciones.

Estoy seguro de que el presupuesto contará con algunas medidas relacionadas con la oferta que traten de fomentar el crecimiento. Pero el problema de las medidas de oferta es que llevan tiempo. Una mejor educación, mayor infraestructura, incluso una menor regulación no pueden tomar forma de la noche a la mañana y necesitan tiempo para llegar a ser efectivas.

Así, tenemos la demanda de lo que el primer ministro ha dado en calificar como "recortes tributarios no financiados". La frase es desafortunada porque implica de alguna manera que el Gobierno asume el coste de dejar el dinero en manos de los contribuyentes. Pero David Cameron está en lo cierto. Unos recortes tributarios financiados mediante un endeudamiento adicional generarán más problemas, no menos.

Creo en la rebaja de la presión tributaria tanto o más que cualquier conservador, ya que la gente gasta el dinero de forma más eficiente que los Gobiernos. Las economías con un crecimiento mayor son probablemente las que menos impuestos tienen. Una sociedad en la que los ciudadanos gestionan una mayor cantidad de su dinero es una sociedad responsable.

Algunos diputados conservadores parecen creer que las reducciones fiscales se pagan solas a través de un crecimiento mayor y de un aumento de los ingresos. Si fuera exactamente así, todos los impuestos se aplicarían a un tipo del 1%. Pero no hay nada como un tipo impositivo óptimo de ingresos. Por supuesto, si los impuestos son de tipo confiscatorio, aumenta el fraude y la evasión fiscal, mientras que la reducción tributaria hace que los contribuyentes retornen al sistema y, por tanto, que aumenten los ingresos. Este fue, de hecho, el caso de las grandes reducciones de impuestos de los 80. Pero, como en todas las reducciones fiscales autofinanciables, se repite el error que cometió Ronald Reagan y por el cual George Bush padre posteriormente tuvo que pagar un precio electoral.

Hay algunos impuestos que pueden reducirse sin un gran coste. Los derechos reales sobre las transacciones inmobiliarias es uno de los impuestos que ayudan a disuadir el volumen de ventas del mercado inmobiliario. El impuesto de sociedades puede ser otro de ellos, ya que nuestro tipo no es del todo competitivo a nivel internacional y podría reducirse para obtener más inversión extranjera. Por supuesto, con un Gobierno conservador sería posible un mayor recorte en gasto público que permitiera una carga impositiva mucho menor. Sería totalmente sensato, pero hoy en día es imposible. Es demasiado pedirle al ministro de Hacienda que sorprenda con soluciones milagrosas.

La presión sobre el ministro de Hacienda para generar crecimiento de la nada puede hacer que acabe poniendo los ojos en el Banco de Inglaterra. Al titular de la cartera de Hacienda le gusta autodenominarse conservador fiscal, a la vez que activista monetario. El nombramiento de Mark Carney significó un duro golpe para Osborne. Pero el nuevo gobernador del Banco de Inglaterra no es un hombre sobre un blanco corcel, ni debería ser presentado como tal. Sin embargo, la llegada de Carney significa una oportunidad para redefinir los objetivos de inflación del Banco de Inglaterra, que yo mismo introduje en su momento y que posteriormente modificó Gordon Brown. Las competencias están definidas claramente de forma muy estricta, algo que debería haberse modificado hace algún tiempo.

Sobre todo, no tiene sentido un objetivo que sólo se tiene en cuenta cuando se incumple. Es competencia del ministro de Hacienda, no del señor Carney, decidir lo que hace el Banco. Pero, en términos de fijación del objetivo, el ministro no debería caer en la misma trampa que sus críticos keynesianos, reclamando un mayor déficit y una demanda de reajuste. El reajuste de una política monetaria expansiva con medidas experimentales, cada vez menos convencionales, no garantizará tampoco el crecimiento.

Sobre todo, unas competencias revisadas no deberían dar la impresión de que la inflación es un problema del ayer. Se ha instaurado la idea de que el Reino Unido ha emprendido un camino de austeridad sin precedentes. La consolidación fiscal ha sido extremadamente gradual. Italia, España, Francia, Portugal, Irlanda, incluso Grecia, han hecho recortes bastante mayores y, en consecuencia, cuentan con déficits más bajos que nosotros. No es porque hayan tenido un mayor crecimiento. Rotundamente no. De hecho, el conjunto de la Eurozona se contrajo en 2012.

La economía de Reino Unido creció el año pasado un 0,2%. El principal motivo por el cual no creció más rápido fueron los pobres resultados de las exportaciones, afectadas por la depresión de la Eurozona. Si las exportaciones del Reino Unido a la UE hubieran crecido al ritmo de las exportaciones a países de fuera de la UE, la libra esterlina estaría ahora en niveles máximos de 2008. Incluso con una devaluación significativa, llevará tiempo diversificar las exportaciones británicas en nuevos mercados, hasta que al final suceda. Un presupuesto aburrido al menos tendrá el mérito de ser un presupuesto honesto. No existen soluciones milagrosas. El crecimiento finalmente llegará, si se permite. Llegará cuando uno menos se lo espere. Pero como no llegará seguro es abandonando los intentos de fijar una base sólida para nuestras finanzas públicas. El problema es que el Reino Unido siempre quiere dorar la píldora. Y, en ocasiones encontramos mucho azúcar y poca píldora.

Norman Lamont, Ministro de Hacienda de Reino Unido (1990-1993).

©The Times

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