
El ministro García-Margallo se ha decidido a impulsar unos vectores de la diplomacia española que estaban siendo enunciados desde hace tiempo, tanto por ministros socialistas como populares, pero que por diversas causas no se habían materializado hasta ahora: Asuntos Exteriores debe ocuparse no sólo de las relaciones internacionales, sino de impulsar la proyección política y comercial de nuestro país, para lo cual es preciso potenciar internacionalmente la marca España.
Para llevar a cabo estos designios, ha sido nombrado Alto Comisionado de la Marca España el conocido empresario Carlos Espinosa de los Monteros Bernaldo de Quirós, de 68 años, quien ostentará el rango de secretario de Estado, no tendrá retribución alguna, ocupará un despacho en el palacio de Viana y dependerá directamente del presidente Rajoy, a través del Consejo de Política Exterior.
La personalidad seleccionada parece atinada, aunque, como es natural, el resultado de su gestión dependerá del apoyo político, social y cultural que se logre suscitar alrededor de la idea, y de los medios materiales y humanos de que se le dote para impulsarla. Este tipo de propuestas no se construye exclusivamente con buenas ideas.
Dicho esto, es necesario resaltar que la tarea que se pretende requerirá un esfuerzo hercúleo en las actuales circunstancias. Hasta la llegada de la crisis y el estallido de la burbuja inmobiliaria, España representaba en el mundo una cierta idea de modernidad sofisticada, una gran capacidad de creación y de improvisación, una extraordinaria visión de futuro que nos había permitido quemar etapas en la carrera del desarrollo. Habíamos sido capaces de llevar a cabo una transición pacífica y admirable desde la dictadura a la democracia, y de crecer después en todos los órdenes a una velocidad envidiable. Pero este conjunto de estereotipos, en su mayor parte certeros, se ha derrumbado, y hoy la idea de España evoca otros conceptos todos negativos: despilfarro, paro, aeropuertos cerrados, autopistas vacías, edificios abandonados a medio construir, corrupción generalizada, presupuestos deficitarios y poco fiables, sistema financiero agrietado y necesitado de apuntalamiento, falta de credibilidad...
Frente a este cambio desolador, quien se disponga a reconstruir la marca España deberá luchar contra estos tópicos, que tienden a la exageración, y que diseñar, contando con el ingenio de creadores e intelectuales, los rasgos definitorios de la España resurgida de la crisis, de forma que las imágenes futuras ayuden a borrar las infamantes que hoy nos lastran. Pero no es difícil de entender que para que esta tarea prospere y cuaje, habrá que realizar también una ingente tarea política. Luis Garicano, catedrático de Economía de la London School of Economics, escribía este domingo un artículo titulado "El declive de la marca España" y proponía una serie de medidas cabales para zanjar e invertir la decadencia: "¿Qué hacer?", se preguntaba. Y se respondía: "Lo obvio. Lo más importante es que el sistema político tiene que hacer un esfuerzo enorme por reforzar las instituciones y las personas que las ocupan. Los nombramientos deben ser impecables, es crucial abandonar las prácticas de república bananera de nombrar cuñados, hermanas, primos, amigos, compañeros de promoción para todos los puestos. Hay que ser implacable con la corrupción, hacer comisiones de investigación. Hay que impulsar la cultura de las dimisiones para los que se equivoquen gravemente: si un altísimo cargo se ha inventado su currículo y su licenciatura, debe dimitir de inmediato. Además, las promesas deben ser creíbles. Los gobernantes deben hacer planes a largo plazo y cumplirlos. Los mensajes cruzados contradictorios y, aún peor, los mensajes transparentemente falsos, nos hacen un enorme daño".
La recuperación del prestigio no es una cuestión de trascendencia simplemente política, cultural o estética: también económica. Es evidente que el descrédito español influye en la prima de riesgo, en la confianza de los inversores, en los apremios de los acreedores, en los márgenes que se nos conceda para recuperar los equilibrios? De ahí que la restauración de la marca España haya de ser un objetivo universal, que movilice todas las potencias públicas y privadas en el empeño de recuperar los fundamentos que alumbraron aquella imagen positiva que se ha hecho añicos en el espejo de la opinión pública internacional.
Antonio Papell, periodista.