
En la opinión pública y publicada arrasan quienes defienden la intervención pública y las políticas activas de gasto y déficit para sacarnos de la crisis, fundamentalmente porque se ha instalado triunfante la errónea idea de que el origen de todo el proceso reside en las burbujas de créditos y activos (inmobiliarios y financieros) y ahora las autoridades, que debieron intervenir e imponerse antes y más, nos deben sacar de ésta.
A estas alturas, tras cuatro años y medio largos de crisis y empobrecimiento, tal cuestión pudiera parecer superada. Pero lo cierto es que declaraciones y acontecimientos recientes convierten el asunto -como siempre- en elemental, pues un mal diagnóstico económico conduce a ideas y propuestas que pueden ser muy dañinas para nuestra prosperidad bajo cualquier administración.
¿Es bueno gastar más de lo que se ingresa?
Después de todo, en controversia similar tras la Gran Depresión del 29 triunfó, con consecuencias nefastas que alargaron esa crisis durante la década de los treinta y hasta la Segunda Guerra Mundial, la tesis de Keynes sobre los planteamientos de Hayek, sobre todo porque tras el colapso de las economías pocos estaban interesados en la cuestión de su verdadera causa e imperaba el deseo de atender y aceptar cualesquiera remedios supuestamente inmediatos y lógicos. El problema es que la economía no es intuitiva y, como señaló Bastiat, lo que distingue a un buen economista es su percepción no solo de las consecuencias inmediatas, sino de las sucesivas y ulteriores, casi nunca evidentes.
Así, la reciente disputa parlamentaria sobre la Ley de Estabilidad para establecer un déficit cero a todas las Administraciones a partir de 2020 y que, por ser orgánica en lugar de constitucional, puede revocarse mediante otra mayoría absoluta de quienes de facto piden un déficit continuado -estructural- del 0,4% (estamos hablando de 4.300 millones de euros actuales, nada menos), es una muestra de la dañina idea de que es bueno para la economía gastar más de lo que se ingresa, sea cual sea esta segunda cuantía.
Hace dos semanas, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, afirmaba que las causas de la crisis en España no estaban en un largo período de extremo despilfarro fiscal, sino en el gran aumento de los préstamos en el sistema bancario y el alto nivel de endeudamiento del sector privado. ¡Claro!, se dirá: si entre 2005 y 2007 logramos tener superávit en las cuentas públicas, ¿cómo va a estar el problema en el despilfarro fiscal? Y el pasado día 11, el nobel de economía Joseph Stiglitz advertía de los peligros de una "sobredosis de ahorro" en Europa como salida de la crisis, en lugar de aumentar el gasto público como sería correcto.
En España faltó ahorro
Con independencia de las características internacionales de algunos de los procesos (en España había circunstancias propias para la crisis), lo cierto es que las famosas burbujas de créditos, activos (fijos o financieros) y deudas (bajo la era Rodríguez Zapatero, la pública se redujo entre 2005 y 2007) estuvieron todas inducidas por las decisiones de política monetaria y económica de las autoridades, tanto de bajos tipos de interés, que llegaron a ser negativos en términos reales, como por políticas de promoción constructora, suelo, inversiones, activos y gastos. Y esto en todo el mundo. Si los privados cometieron locuras en sus decisiones de consumo e inversión, que las cometieron; si los bancos realizaron actividades imprudentes, altamente rentables y rayando el engaño (delitos o estafas cometidos deben tratarse como tales, en ámbito judicial), que las realizaron; y si las autoridades y los grupos políticos se embolsaron mediante esas muy lucrativas operaciones mucho -muchísimo- dinero, fue debido a decisiones de los gobernantes que crearon las burbujas. ¿Cómo iban a vigilarlas o cómo a arreglar sus desaguisados sino aumentando la intervención y gasto públicos? Tal fue la respuesta en todas las cumbres internacionales a partir de 2008.
En España iniciamos la crisis -y aún seguimos- con un endeudamiento privado extremo, del 200% del PIB o 2 billones de euros, que, en lugar de aliviarlo, las autoridades han empeorado con incrementos del endeudamiento público (desde 2007 hasta 2011 ha aumentado el 75% y actualmente es el 68,5% del PIB) y mayores cargas a los agentes privados que dificultan la liquidación de sus obligaciones. Desde luego, y a todas luces, eso no se trata de una sobredosis o un exceso de ahorro, sino todo lo contrario. Fue precisamente ahorro lo que faltó para realizar gastos e inversiones en el pasado y es ahorro lo que debe hacerse ahora para pagar deudas y gastos actuales. También los de los políticos, que nos toca a nosotros.
Respecto al despilfarro fiscal y de gasto en cualquier nivel de las Administraciones Públicas, todos podemos poner ejemplos no ya de insensateces sino de corrupción e ilegalidades. Baste señalar que entre 2004 y 2009 las tasas de crecimiento del gasto público fueron respectivamente del 8,8, 6,8, 8,2, 9,2, 8,8 y 7,4, promediando el 8,2 de incremento anual en los seis años. Mientras que el crecimiento real del PIB promedió un 1,95 anual en el mismo período. No es el superávit de 2005 a 2007 lo significativo sino qué cuantía tan descomunal se estaba ingresando para que, a pesar de crecer tantísimo el gasto -y diversas partidas que pueden ocultarse o sacarse de los Presupuestos-, todavía se produjese superávit. Sí, Mr. Geithner. En España, como en Italia, Grecia u otros países no tan expuestos, el despilfarro fiscal ha sido lo común durante demasiados años.
Fernando Méndez Ibisate, profesor de Economía de la UCM.